Globo, Reino Unido, Trabajadores

Cuando los grandes sindicatos abandonan a los vulnerables

La red capitalista mundial es libre de mover sus actividades productivas entre países y regiones en busca de beneficios, pero sus trabajadores tienen familias y responsabilidades y no pueden cambiarse. El nuevo capitalismo se ha desconectado o aliado con los sindicatos que solían representar a los trabajadores. Encontrar la solidaridad exigirá creatividad.

 

Graham Douglas

  

Globalización, externalización, subcontratación y contratos de cero horas son las palabras clave de la nueva era industrial. El impacto de las dos últimas es especialmente grave en los trabajadores de las industrias de servicios, como vimos en la entrevista de Coline Grando la semana pasada.

La industria manufacturera y otras industrias pesadas se ven afectadas por la globalización de la propiedad y la externalización, y la película de Mercedes Moncada Rodríguez, “Hormigas perplejas”, sigue la evolución de los conflictos en España en la fábrica de Airbus en Puerta Real, Cádiz (con sede en Ámsterdam), y en los astilleros gaditanos de Navantia.

Las páginas web de ambas empresas destacan su responsabilidad corporativa hacia los empleados, pero las huelgas destaparon la ética capitalista explotadora que subyace a su funcionamiento cuando surge el conflicto.

Las hormigas son insectos muy organizados, pero cuando los grandes sindicatos no apoyan a sus miembros, la solidaridad desaparece y los trabajadores quedan perplejos, «atomizados», a merced de las fuerzas del capitalismo tardío. También se produjeron conflictos entre distintos sindicatos y, dadas las circunstancias, los trabajadores, especialmente las mujeres, fueron muy valientes para continuar la lucha.

A diferencia de las industrias de servicios, la fabricación no se presta a la autogestión de los trabajadores ni a las cooperativas, y el camino a seguir no está claro. Como dice Mercedes: «Tendremos que ser muy imaginativos para defendernos de la implacable dinámica del capitalismo». Me reuní con Mercedes tras la proyección de su película en DocLisboa. Habló con The Prisma sobre la situación de trabajadores, sus luchas y sobre “Hormigas perplejas”.

Tres de sus películas están ambientadas en Latinoamérica y abordan aspectos de desigualdad social y de género, así como la influencia de Estados Unidos. ¿Es una descripción justa y cómo encaja “Hormigas perplejas” en ella?

Yo diría que es una descripción extremadamente amplia en la cual no me veo reflejada. Todas mis películas abordan temas que considero relievantes y sobre los que pretendo, aspiro, aportar una mirada que sume para tener una perspectiva poliédrica del mundo que habito. No estoy muy interesada en denunciar desigualdades, pues ya existe mucha gente que lo hace muy bien. Me interesan las personas que son mis contemporáneas y en las que veo, y puedo retratar, los procesos sociales que nos afectan. Ese es el caso, también, de «Hormigas perplejas». Si Estados Unidos aparece en dos de mis películas es porque soy medio nicaragüense y ese país atraviesa la historia del mío.

«A merced de fuerzas misteriosas». Las fuerzas son las de la explotación capitalista. ¿Se estaba centrando en cómo las perciben los trabajadores?

Las ‘fuerzas misteriosas’ que se mencionan en la cita de Manuel Vicent son fuerzas gigantescas, cercanas a los dioses griegos, que afectan a los seres humanos y a las pequeñas vidas de los mortales. En mi película son enormes cambios estructurales arrastrados por el fin de una era industrial y el convulso tránsito hacia otra. Esto afecta y transforma dramáticamente los modos de producción a nivel global, mientras los trabajadores perciben ese fenómeno en sus vidas cotidianas de maneras más íntimas y personales: precariedad, pérdida de derechos, incertidumbre, desasosiego.

¿Fueron los sindicatos demasiado débiles o eran cómplices de los propietarios?

En mi percepción, en este caso específico tanto CCOO como UGT jugaron el papel de sindicatos «blancos», que facilitan las cosas a las empresas, en detrimento de las reivindicaciones de los trabajadores.

¿Qué tan importantes fueron las mujeres en la organización?

En el caso de Airbus, fueron fundamentales. Se trata de un grupo de mujeres con ideas muy distintas, que están unidas por el cuidado y la solidaridad entre ellas.

De hecho, fueron un motor fundamental en las protestas por la defensa de la fábrica.

En el caso de los astilleros las trabajadoras eran el eslabón más débil. Son mujeres que trabajan en limpieza, que llevan una vida muy precaria y que están muy presionadas por la empresa para que se mantengan quietas y no calladas.

Que estuviesen ahí fue muy valiente.

Las agencias de subcontratación parecen un nuevo nivel de capitalismo móvil que extrae plusvalía de los trabajadores. ¿Pueden los sindicatos enfrentar esta situación?

No lo sé. Lo que sí creo es que las herramientas de presión obtenidas a principios de la segunda revolución industrial ya no son tan eficientes. Tendremos que ser imaginativos si queremos defendernos de la dinámica implacable del capital.

¿Se volvió el público más comprensivo cuando los huelguistas marcharon de Cádiz hasta Madrid?

Fue un acto simbólico, pero no significativo. Las decisiones del futuro de la empresa se tomaban en Ámsterdam. Quienes podían frenar eso y pedir la intervención del Estado (Airbus tiene capital público español) eran los sindicatos mayoritarios. No lo hicieron sino que le dieron carta blanca a la empresa.

Una mujer en el astillero de Navantia dice «No ataquéis a mi colectivo». ¿Fue la desunión entre los trabajadores un problema allí y en el caso Airbus?

No especialmente. Esa secuencia no retrata desunión, sino muchísima tensión. Cada una de esas personas tiene muchísimo que perder y tenían mucha presión. En el caso de Airbus los trabajadores estaban extremadamente divididos debido al papel de los sindicatos mayoritarios.

¿Por qué hay tanta falta de conciencia de clase y un sentimiento de desesperanza?

No lo sé. Yo no tengo desesperanza. Creo que nos ha tocado vivir un momento histórico muy particular, de transformaciones profundas y gigantescas. Esto es muy difícil para las generaciones más jóvenes y para muchas personas que cada vez son menos necesarias para hacer caminar el engranaje productivo. Pero difícil no quiere decir desesperanza. Hay gente que resiste y hay otra que se compromete con su tiempo y su entorno de maneras extraordinarias y maravillosas. Eso me da esperanza.

¿Se necesita una mayor organización a escala europea?

Creo que hace falta ver más y estar con el otro. Falta compromiso real con las personas que te rodean y lazos comunitarios, de cuidados y de protección. Porque lo más impactante de este modelo de producción contemporáneo es que atomiza a las personas, nos arranca de la alteridad y nos deja solas. Es evidente que todo eso implica ‘organización’. Sin embargo, no creo que organización sin comunidad de cuidados sea un elemento tan transformador.

Todas las personas que mueven mi película son comunidad de cuidados.

Ahí radica su fuerza, y por eso una derrota coyuntural no significa para ellos una derrota real. Les importa la vida de quienes les rodean y cómo impactan en los cuerpos las ‘fuerzas que nos amenazan’. Son conscientes de las dificultades que afrontan las personas a quienes invocan y les cuidan.

 

(Traducido por  Monica del Pilar Uribe Marin)Fotos: Director de fotografía Agustín Hurtado. Imágenes cortesía de Antonia Films, autorizadas para su publicación.

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