Globo, Mundo, Reino Unido

El deber de la autocrítica en las nuevas izquierdas

La izquierda ha logrado -con avances y retrocesos- hacer real la consigna tradicional de «expropiar a los expropiadores» que era esencial en los orígenes del movimiento obrero. La otra consigna, quitar el poder político a la burguesía, fue posible con revoluciones históricas como la rusa y la china y en el entorno latinoamericano, con Cuba.

 

 Juan Diego García

 

 En el mundo metropolitano no hubo revoluciones que dejaran sin poder a la burguesía pero si se consiguieron logros significativos como fue el llamado Estado del Bienestar con avances políticos y con limitaciones a la propiedad.

Las luchas anticoloniales en la periferia del sistema también consiguieron avances en la propiedad y el poder político.

Hacer una lectura crítica de estas experiencias, la comunista, la socialdemócrata y la anticolonial, sería la tarea urgente de la izquierda actual con la finalidad de estructurar un programa que recoja esas experiencias y que sirvan para la construcción de un modelo adecuado a las exigencias de la actualidad.

La izquierda comunista tiene sin duda preguntas claves para explicarse el derrumbe del llamado «socialismo realmente existente», no menos que la vitalidad del «socialismo de mercado» de China. La socialdemocracia, por su parte, que ni ahora ni antes se propuso impulsar revoluciones, tendría que explicarse los motivos por los cuales sus partidos no menos que sus bases sociales terminaron apostando por el reformismo y han cedido en tantos frente al modelo neoliberal.

Las nuevas tendencias de la izquierda deben empezar por reconoces que buena parte de sus consignas son tan viejas como el mismo movimiento obrero (la defensa de la naturaleza, las reivindicaciones de género, entre otras) y tienen el reto de formular cómo se debe proceder para alcanzar la sociedad a la que se aspira.

La visión del mundo que impone el capitalismo se mantiene en muchas formas en la mentalidad de las mayorías sociales, precisamente las llamadas a ser las protagonistas del cambio.

Más allá de «expropiar a los expropiadores» (en la medida en que es posible y sensato) o de quitar el poder político a la burguesía (total o parcialmente según lo permita la correlación de fuerzas) resulta indispensable impulsar la batalla de las ideas, avanzar en los fundamentos teóricos y prácticos de un nuevo orden social que reemplace al capitalismo.

Combatir la xenofobia y el racismo (tan presente en todas las culturas y tan útiles para el discurso capitalista, sobre todo en sus formas del nuevo fascismo), armonizar la defensa racional de los elementos que conforman la propia nacionalidad con los valores de la solidaridad y del sentimiento universal, del internacionalismo, son esferas de la cultura en las que es necesario impulsar los nuevos valores.

El desafío de superar el pensamiento mágico -en todas sus formas- y su reemplazo por la racionalidad es sin duda una tarea permanente para dar fundamentos reales a la emancipación individual y colectiva. En el comienzo de la Revolución Bolchevique la batalla de la ideas se planteó y tuvo propuestas de gran interés. Pero por varios motivos se pospuso. No sorprende que sus sistema educativo resultara exitoso en lo que podría denominarse «conocimientos técnicos», o sea, formar a un pueblo para estar en condiciones de asumir la tarea de la industrialización. Pero el combate entre racionalidad y pensamiento mágico no se impulsó realmente y los valores tradicionales en esferas decisivas se mantuvieron.

También son decisivos conceptos como «responsabilidad» (individual y colectiva) para asumir de forma revolucionaria las tareas domésticas, la relación con la comunidad (local y nacional) o el necesario compromiso en el centro de trabajo.

Hay que darle forma diaria a una nueva cultura que sirva precisamente de elemento para la emancipación. Combatir la burocratización en partidos, sindicatos y demás organizaciones de masas es un reto muy actual. Y hay que armonizar adecuadamente una división del trabajo entre administración y ejecución, mientras no se consiga eliminar o disminuir drásticamente las diferencias en la formación que separan el trabajo manual del intelectual.

(Fotos: Pixabay)

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