En Foco, Opinión

El interés por los vinos libaneses

Atraído por el potencial vinícola libanés y nostálgico por su terruño, Maher Harb abandonó una consultoría en París, limpió malezas de una granja familiar en desuso y lanzó recién una primera cosecha que busca situar en Europa.

 

Maher Harb. Photo: Prensa Latina

Armando Reyes

 

Harb forma parte de una tendencia de extensión de una industria vitivinícola que comenzó a devolver vida a tierras abandonadas durante la Guerra Civil de 1975-90.

También está captando emigrados libaneses que después de reunir algún dinero, lo están trayendo de vuelta a casa.

“Renunciar a una carrera en Europa es muy difícil. Todo se debe a cuánto amamos esta tierra y cuánto merece el país”, dice el economista.

En El Líbano, con una economía estancada, una deuda pública superior a los 83 mil millones de dólares e inercia política, el éxito de la industria podría servir de modelo para otros sectores que buscan prosperar.

Con una tradición que se remonta a los fenicios de hace unos cinco mil años, la nación de los cedros se encuentra más al sur que la mayoría de las naciones vinícolas del hemisferio norte donde sus montañas, de clima frío y seco, al lado de una costa mediterránea cálida y húmeda, proporcionan la altura y la temperatura adecuadas para las uvas.

Desde el final de la Guerra Civil, un puñado de bodegas tributa su producción para unas 45 empresas comerciales que van tomando posiciones en el mercado nacional ahora liderado por marcas más reconocidas.

Sin embargo, el interés por los vinos libaneses está en aumento, refrenada su expansión a causa de un resultado bajo aún, de ocho a nueve millones de botellas por año, y el costo de producción no muy competitivo.

Claro, Italia elabora cinco o seis mil millones de botellas. Por eso los vinicultores libaneses se concentran en dotar de una identidad especial y única en el empeño de entregar calidad y no cantidad.

Los vinicultores están tratando de conseguir esa personalidad en la diversidad de la tierra con mezclas que entreguen un sabor único salido de la porción de terreno y aire que reciben las vides.

“Se trata de mostrar de alguna forma tu tradición… no puedes impresionar con otro Chardonnay a alguien que degusta los mejores vinos del planeta”, asegura Eid Azar, un médico formado en Estados Unidos y cofundador de la bodega Vertical 33.

“Cada bodega debería tener una historia que contar”, explica desde su salón de degustación en Beirut, junto a un centro comercial de muestras de suelo y tipos de uva.

El éxito de la industria del vino implica la posibilidad de replicar un modelo para mejorar otros sectores agrícolas como el aceite de oliva y de la bebida arak o araq, un espíritu destilado de Asia occidental en la familia de bebidas de anís.

Los productores también buscan en las uvas locales una identidad libanesa, y alejarlas de las francesas importadas y conocidas.

“La gente solía preguntarme: ustedes en El Líbano han estado elaborando vino durante más de cuatro mil años, ¿por qué uvas extranjeras?”, precisó Joe Assaad Touma, de la bodega de gestión familiar Chateau St. Thomas radicada en el valle de Bekaa, con 20 años de experiencia en la vinificación.

Los Touma fabricaron arak con uvas del tipo Obeidy durante 130 años y probaron mediante pruebas genéticas que eran autóctonas. En 2012, Chateau St. Thomas elaboró su primer vino todo-Obeidy.

Las bodegas libanesas generan una ganancia de unos 500 millones de dólares al año, pero su impacto puede transformar la situación de un país carente de una potente industria nacional y poca oferta laboral.

Un ejemplo de tal desarrollo lo ilustra Naji Boutros, quien hace dos décadas abandonó una carrera financiera en Nueva York y Londres, regresó a su aldea natal de Bhamdoun para estar con su familia y ser un vinicultor.

Antiguo centro turístico de verano cerca de Beirut, Bhamdoun quedó diezmado por la guerra. “Cuando regresamos, no había nadie aquí”, recuerda Boutros.  (Memorias de The Prisma)
(Fotos: Pixabay)

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