Globo, Reino Unido

Asociaciones de vivienda avivan desigualdad y anulan cultura de  Londres

Después de que en Thamesmead se ordene a los ocupantes de Lesnes Estate que desalojen sus propiedades, se cierne sobre ellos la amenaza de un proceso judicial, pero este ejercicio de demolición residencial nunca ha sido blanco o negro. Es claro que es más rentable dejar que una comunidad se desmorone, para luego a venderla como solución.

 

Texto y fotos: Harry Allen

 

La transformación de Thamesmead sirve de ejemplo.

El desplazamiento de residentes de larga data en nombre de la «regeneración» borra décadas de lazos comunitarios, patrimonio cultural e historia social, por mucho que Peabody intente dar una imagen positiva en su seudónimo sitio web ‘ThamesmeadNow.Org’, que domina la mayor parte del tráfico de búsqueda en Google relacionado con la ciudad. Esta invención de una cierta historia que se mezcla suavemente con la nueva ola de gentrificación es un flagrante «lavado de historia», y sirve para desviar la lluvia de prensa negativa procedente de muchos residentes descontentos, activistas y medios de comunicación.

Otras formas de esta práctica son el lavado de cara artístico: el proceso de traer artistas a una zona para facilitar su regeneración y ponerla de moda para que los promotores inmobiliarios se abalancen sobre ella.

En el caso de Thamesmeads, algunos de los edificios originales permanecerán, pero sólo porque encajan perfectamente en el plan de marketing que intenta atraer a los forasteros interesados en su extravagante pasado cinematográfico.

Si Peabody dedicara el mismo tiempo a intentar realojar a los residentes con una paga digna, o a reformar las residencias existentes, quizá habrían avanzado más.

En lugar de eso, se centran más en desmoralizar a los ocupantes dejando montones de basura en el exterior de las viviendas desocupadas, que acaban de retirar después de meses de avergonzarse de ello.

En lo que respecta a la delincuencia, sólo el 27 de septiembre, después de meses de súplicas, ha venido la policía para hacer frente a la mini ola de delincuencia que afecta a la comunidad. Como algunos residentes se han visto obligados inevitablemente a abandonar sus casas, la policía ha tenido que retirarse.

Los problemas de Thamesmeads no se limitan a la demolición de edificios, sino al desmantelamiento de toda una forma de vida. Por ello, muchos vecinos y activistas, incluso de fuera de la urbanización de Lesnes, se han mudado a las propiedades sin citar para evitar que se siga borrando la emblemática urbanización del sur de Londres.

Estos ocupantes de línea dura están librando una buena batalla para proteger a otros residentes atrapados en el limbo.

Contradicciones en sala de juntas

John Lewis, director ejecutivo de Peabody y director no ejecutivo de Creative Land Trust, encarna una gran contradicción en los sectores inmobiliario y creativo de Londres. Creative Land Trust es una organización benéfica que se compromete a proteger espacios asequibles para los artistas, defendiendo la vitalidad cultural de la ciudad.

Mientras tanto, los proyectos de Peabody desmantelan las mismas comunidades que fomentan esta creatividad orgánica, sustituyéndolas por urbanizaciones que suenan bien en teoría, pero les quitan el alma.

No se trata sólo de un choque de valores: es el reflejo de un mercado inmobiliario guiado por ideales superficiales, como el beneficio y la manipulación de datos para que los proyectos queden bien, mientras se pierden principios genuinos como la comunidad y la creatividad.

Creative Land Trust habla de hacer frente a la «grave amenaza para el bienestar y la prosperidad de una ciudad cuyo éxito depende tanto de la creatividad». Su misión es salvar a los artistas que luchan contra el aumento de los alquileres y la inestabilidad de los espacios de trabajo temporales, proporcionándoles la seguridad que necesitan para prosperar.

En lo que respecta a las amenazas aparentes y al aumento de los alquileres, los residentes de Lesnes Estate dirán que esto está sacado directamente del libro de jugadas de Peabody. Dos intereses declarados, dos tonos contradictorios.

En la antigua Grecia, el concepto de ouroboros consiste en que una serpiente se devora a sí misma constantemente con la esperanza de renacer.

Crear el problema, construir la solución, lavar y repetir hasta que Londres esté socialmente saneada.

Desde hace años, a los residentes de Thamesmead les suben los precios de los servicios, les quitan las viviendas sociales, les destruyen las instalaciones comunitarias y dejan abandonadas las emblemáticas torres, al menos algunas de ellas.

Los eslóganes pegajosos de Creative Land Trust son una forma de comercializar una visión de Londres que pasa por alto el verdadero problema: un mercado inmobiliario que da prioridad al beneficio, a la aversión al riesgo y a las personas en último lugar (si hay espacio para ello).

En este caso concreto, se trata de artistas de clase media o alta sentados en un estudio renovado, completamente ajenos a la desintegración de la comunidad que les precedió.

 

En Lesnes Estate, esto queda dolorosamente claro. Aquí, los residentes y los activistas no sólo luchan contra la destrucción física de sus hogares, sino también contra la supresión de la identidad de clase trabajadora de su comunidad, tan arraigada y diversa.

La gentrificación no consiste simplemente en mejorar las infraestructuras, sino en eliminar las «irregularidades» que hacen único a un barrio. Sin embargo, en un mercado regido por valores superficiales, esas aristas ya no se consideran valiosas.

En Thamesmead, antaño escenario de “La naranja mecánica” de Stanley Kubrick, la metáfora se hace realidad.

Al igual que la «naranja mecánica» simboliza algo orgánico despojado de su esencia y mecanizado, las urbanizaciones de Peabody están reduciendo Thamesmead a algo funcional pero sin vida.

La fuerza motriz no es la moralidad ni la visión a largo plazo de una comunidad animada, sino el beneficio y el lento sacrificio de la vivienda social que ha asolado innumerables urbanizaciones mucho antes de la debacle de Thamesmead.

Una epidemia nacional de vivienda

No se trata sólo de una tensión entre dos organizaciones. Es el reflejo de un problema más amplio en el mercado inmobiliario y de activos de Londres: la ausencia de una moral rectora.

En una ciudad a la que le encanta hablar de creatividad, parece que sólo es bienvenida si encaja perfectamente en un plan de desarrollo de alto nivel. Sencillamente, no se puede fabricar creatividad para limpiarse de contradicciones.

Este continuo trasvase de la vivienda social a la propiedad privada con el pretexto de la regeneración es sintomático de un problema mayor en Londres y más allá. A medida que el parque de viviendas sociales disminuye y es sustituido por promociones de alto precio dirigidas a inversores adinerados, los londinenses de clase trabajadora se ven empujados a la periferia, tanto geográfica como económica.

Lo que está ocurriendo en Thamesmead es emblemático de una ciudad que pierde rápidamente su alma y se ve sustituida por nuevas construcciones planas en las que los seres humanos caben como sardinas.

Cómo están las cosas ahora

Uno puede sentarse en las nuevas urbanizaciones de Thamesmead y sentirse como en cualquier suburbio británico genérico remodelado. No se trata sólo de limpieza social, sino de la degradación de una visión arquitectónica experimental concebida para viviendas familiares, en favor de unidades más pequeñas construidas para los habitantes de la ciudad a corto plazo, los turistas y los gestores de activos que buscan invertir dinero en un mercado inmobiliario supuestamente seguro.

La cuestión ya no es si la regeneración es necesaria: la mayoría de los habitantes de Thamesmead están de acuerdo en que hay que mejorar Lesnes Estate, y ya hay muchos ejemplos de ello en los que los residentes han reformado sus propias viviendas.

También hay una clara necesidad de construir más viviendas en Bexley, donde el registro social es de alrededor de 7000 personas, pero Peabody no tiene planes para atender a este enorme retraso de la vivienda social.

En un movimiento similar de inacción, la diputada local Abena Oppong Asare se ha mostrado prudente hasta ahora con un informe relacionado con el Covid 2020 titulado «Sin dejar a nadie atrás en Erith y Thamesmead», pero sigue sin mencionar el impacto de los planes de Peabody.

No vale la pena luchar por unos cientos de residentes que pronto serán desahuciados, cuando muchos inquilinos progresistas de clase media inundarán la circunscripción y volverán a votar por ella, recién salidos de la efervescencia de la «regeneración».

Cuando se trata de Thamesmead, hay que mirar más allá del humo y los espejos, ya que las corrientes subyacentes que impulsan esta transformación son mucho más complicadas.

Ha quedado claro que primero es más rentable dejar que una comunidad se desmorone, para luego volver a venderla como solución. En abril, los residentes de la urbanización de Lesnes organizaron un plantón para protestar contra los planes de demolición, pese a que la propia Peabody afirmaba que la regeneración «es la mejor opción» para la urbanización. Hay una clara falta de voluntad para abordar siquiera las preocupaciones más básicas. Las comunidades unidas se están sustituyendo por urbanizaciones estériles y transitorias, y la creatividad genuina se cambia por espacios artificiales y pulidos. El tejido mismo de la identidad londinense se está diluyendo, y cada nuevo proyecto despoja del alma a barrios como Thamesmead.

Al final, lo que se vende no es progreso, sino una versión desinfectada de lo que antaño hizo especiales a estos lugares imperfectos.

(Traducido por Mónica del Pilar Uribe Marín)

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