En Foco, Opinión

Los productos de sus tiempos y sus ideologías

Es extraño que la ortodoxia progresiva de hoy se convierta en la moda anticuada del mañana. Podemos ver esto fácilmente cuando miramos el pasado.

 

Steve Latham

 

Las creencias de ayer nos parecen como los productos de sus tiempos y sus ideologías. Pero nos resulta difícil aplicar esta perspectiva a las opiniones de nuestro propio período.

Estamos demasiado atascados en nuestras interpretaciones, incapaces de salir de nuestras limitaciones para percibir los determinismos temporales que afectan nuestras actitudes. Por tanto, para muchos pareciera que no existe ningún punto Arquimediano más allá del flujo, ningún punto de vista fijo, desde el cual ver la vorágine de brillantes y cambiantes visiones de mundo. Entonces, todo parece ser simplemente una preferencia personal o social, sin ningún absoluto. Tal, al menos, fue la filosofía del posmodernismo relativista.

Pero su consecuente énfasis en simplemente jugar con símbolos, manipular libremente a los significantes porque no había significado al que se referían, fue en última instancia insatisfactorio.

En nuestra condición posterior al 11 de septiembre, posterior a la guerra contra el terrorismo, posterior a la recesión, posterior a la austeridad, que el mundo nos ha legado en este siglo XXI, ahora también somos posteriores a la modernidad.

Percibimos la necesidad de afirmar algún tipo de valores universales para denunciar las injusticias del mundo. Y así, los movimientos de protesta, de izquierda y derecha, se pronuncian sobre sus verdades absolutas.

Estas pueden ser, por un lado, las ideologías evidentes de los derechos humanos y las políticas de identidad; o, por otro lado, la xenofobia y la retórica nacionalista de los demagogos populistas.

Pero, filosóficamente, el antifundacionalismo no cuestionado del posmodernismo significa que no hay base para tales afirmaciones. Además, en esta situación de flujo, la importancia de las ideas cambia. Lo que se percibe como progresivo en una era puede ser rechazado en la siguiente, por el mismo grupo de intelectuales.

Recientemente visité el edificio Isokon en Londres. Este es un sitio de patrimonio protegido por el gobierno, uno de los primeros ejemplos británicos del modernismo.

Construido en 1934, sigue las ideas arquitectónicas prescritas por Le Corbusier y los principios de diseño Bauhaus de Alemania.

Con el objetivo de consagrar los ideales socialistas, su enfoque similar al del movimiento Kibbutz en Israel, el edificio se convirtió en un imán para los intelectuales europeos, exiliados de la Europa nazi.

Pero, hoy, los pisos se ven pequeños y estrechos; muchos apartamentos de una sola habitación, lo que hoy llamaríamos ‘estudios’.

El estilo de vida también expresaba ideales burgueses no reconocidos. El comedor común y las instalaciones de lavado, todo unido a la existencia de cuartos de servicio, para permitir este experimento ‘socialista’. Otro ejemplo, en el área de la sexualidad, se encuentra en Daniel Cohn-Bendit, de la Nueva Izquierda, y sus primeros escritos a favor del sexo infantil.

Sobre la base de la valiente observación de Freud de que los niños exhiben sentimientos sexuales, algunos radicales de los años 60 proclamaron que estos deberían ser alentados.

Además, la permisividad general de la época también alentó a algunos adultos a participar en actos sexuales con niños.

En el clima actual de indignación moral, esto está claramente prohibido. Pero en ausencia de una fuente de ética trascendental acordada, ¿cómo vamos a escapar del callejón sin salida?

Si lo que parece ser progresivo se puede ver luego como regresivo, ¿cómo vamos a navegar por las agitadas aguas del revisionismo histórico?

(Traducido por Mónica del Pilar Uribe Marín) – Fhotos: Pixabay

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