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Recuperar lo sagrado en el arte: Kai Althoff

En el periodo entre periodos, entre confinamientos, fui a una exposición de arte en Whitechapel Gallery sobre la obra de Kai Althoff.

 

  Steve Latham

 

Las pinturas de Althoff, un artista alemán de Colonia que ahora reside en los Estados Unidos, son figurativas en gran medida. Es lo apropiado, dada la inclinación de la Whitechapel por el renacimiento del arte figurativo.

Si bien no ignora los desarrollos del siglo XX, por ejemplo, en el Expresionismo y el Pop Art, esta nueva valorización de la figura humana reacciona contra el frío conceptualismo del arte minimalista. Mientras estos niños del posmodernismo usan el medio para explorar la sexualidad, la raza y la sociedad, Althoff intenta algo diferente.

Sus imágenes se basan en historias, iconografía religiosa y folklore. Controla los depósitos del pasado para evocar emociones y efectos a un nivel psicoespiritual arquetípico.

Su reencanto de la forma humana se sitúa así dentro de un marco más amplio, revelando la dependencia de la dignidad del ser humano en el origen divino, un ser arraigado en el misterio.

En este sentido, los escritos del fenomenólogo francés Jean Luc Marion pueden arrojar algo de luz. Sugiere que el arte es un “fenómeno saturado”; es decir, depende de algo más que de sí mismo para su significado.

Según Marion, una obra de arte, como la Misa Católica, es un producto humano, que necesariamente apunta más allá de sí misma por su significado completo: trascendencia que surge de la inmanencia.

No hay pruebas de que el mismo Althoff practique alguna fe religiosa en particular; aunque puede ha  ber en el fondo una vaga influencia de la herencia católica de Colonia, con su increíble catedral.

Más bien, el hecho de que Althoff se adueñe del pasado representa un profundo anhelo por algo más que la herencia cultural desilusionada del secularismo. La guía impresa de la exposición menciona esta influencia de la fe, pero la llama una “proliferación maligna de la fe total”.

¿Por qué “maligna”? Imagino que porque lo consideran totalmente negativo: quizás debido a un rechazo de la religión como tal, quizás porque confunden el conservadurismo cultural con el religioso.

Sin embargo, la recuperación de imágenes históricas por parte de Althoff es, en el mejor de los casos, ambigua. Expone de forma simultánea la alienación y y la adoración.

Aunque su enfoque alude al Impresionismo francés y al alemán, como artista autodidacta, su habilidad es similar a Art Naif, en su más ingenuo exponente.

Para él, el legado del pasado es finalmente irrecuperable, como se revela en la mala calidad de su pintura.

Y, sin embargo, desde dentro de esta mezcla primitivista no enseñada, desarrollada dentro de la cultura de clubes de su Renania natal, emerge un hambre de significado.

Eléctrica en su aullido animal de dolor psíquico, esta hambre se asemeja a la desesperación existencial germano-nórdica de Knut Hamsun, en novelas como «Hambre». También se conecta con el trabajo del filósofo Jean-Luc Nancy sobre nuestra necesidad humana de “adoración”. Para el apologista cristiano C. S. Lewis, tal experiencia humana universal mejora la realidad de lo divino.

Para Nancy, todo lo que queda es un concepto filosófico abstracto sin referencia. Para Althoff, un anhelo emocional por algo más, inconcluso, un pasado perdido para siempre.

Muy diferente es la nueva novela de Susanna Clarke, Piranesi. Evocando de nuevo a Lewis, sugiere que hay “otros mundos”.

Estas realidades paralelas son accesibles para nosotros y ofrecen cuidado y alimento a nuestra vida carente de significado.

(Traducido por Iris María Gabás Blanco – irisbg7@gmail.com)

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