Globo, Latinoamerica

Dolor en Sierra Tarahumara

Desde hace dos años no llueve en esta región del norteño estado de Chihuahua y el hambre es como un cuchillo clavado en el corazón de los habitantes de esta región.

 

  Deisy Francis Mexidor

 

El colorido del vestuario de las mujeres indígenas rarámuris contrasta con el triste drama de la situación en que viven.

Todos andan dispersos por toda la inmensa región, adonde los arrojó un día, hace siglos, el chabochi o conquistador y después el mestizo, de quien siguen huyendo quizás; es la percepción que dejan cuando se les mira a los ojos: un sentimiento de asombro hacia el que, tal vez, consideran intruso.

Algunos hablan solo en su lengua natal y los que conocen el español son más bien introvertidos.

Los rarámuris pueden desaparecer, había dicho antes a esta reportera Abundio Marcos, dirigente del Movimiento Indígena Nacional (MIN).

Marcos es del criterio que en esas comunidades hay un mal de fondo que no se resuelve con despensas de comida, sino con políticas sociales eficaces en salud y educación, por ejemplo.

Los niños siguen naciendo, pero habría que ver la calidad de vida, opina el coordinador del MIN.

Por eso el recuerdo de Marcos afloró cuando el helicóptero de la Marina Armada de México aterrizó sobre un terreno baldío en Baboreachi, municipio de Guachochi, en plena Sierra, después de otro intento por llegar a Raramuchi, una comunidad aún más intrincada.

Lamentablemente, el fuerte viento obligó a cambiar el rumbo. «Demasiado peso. Mucho aire. El helicóptero tiene que hacer un esfuerzo mayor, pero tenemos buenos pilotos», dijo en un momento el capitán de corbeta Rogelio Rodríguez. «En Raramuchi la situación aún es peor», comentó.

¿Peor aún?, la interrogante se corta ante la primera visión que asalta en Baboreachi: una anciana aislada, sentada sobre una piedra. Una vivienda de adobe, piso de tierra, con ventanas solo cubiertas por unos trozos de naylon, y el techo de elementos ligeros, por donde se observa salir el humo a través de una chimenea.

Luego llama la atención la rapidez con que a una voz comienzan a concentrarse cerca del la nave los habitantes del poblado. Corren, descienden por una barranca, las mujeres con sus niños cargados a la espalda, haciendo honor a su nombre: pies ligeros (rarámuris).

Pero la anciana, cuyo nombre es Marcelina, lleva un pañuelo que le tapa más de la mitad del rostro y sigue sin moverse como si aquel helicóptero no le dijese nada.

Es su hijo, Benito Cruz, quien se une al grupo para recoger la despensa de comida que le entregan a cada una de las familias de la comunidad.

¿Qué tenían sembrado ahí?, es la pregunta que brota ante el escenario de aquel suelo ahogado y polvoriento.

«Maíz. Nada», responde Benito con palabras que apenas se le entienden, y mira la tierra. Parece un hombre mayor, sin embargo, tiene solo 46 años de edad, o al menos es lo que cree él.

El estado de Chihuahua está configurado por tres inmensas regiones: las zonas desérticas del norte y sureste, las montañas y valles del centro y oriente, y la Sierra Madre Occidental al oeste y suroeste, con una extensión de 65 mil kilómetros cuadrados, donde se localiza la Sierra Tarahumara.

¿Cuánto hay sumergido en ese mundo? Es difícil saberlo, si aún hoy sobreviven personas en esos parajes, quienes ignoran que la electricidad existe y, por lo tanto, ni imaginan los avances tecnológicos de la sociedad moderna.

La gran tragedia

Aunque la sociedad mexicana ha hecho suya la urgencia que llega desde la Tarahumara, donde habitan unos 200 mil rarámuris, los recursos que reciben en esas comunidades remotas es apenas una gota de agua dentro de la gran tragedia.

En el Distrito Federal se han organizado centros de acopio de ayuda humanitaria en las 16 delegaciones y desde otros puntos de la nación también se suman esfuerzos en esa dirección.

Las cajas que distribuyen los oficiales de la Secretaría de Marina cuentan con mantas, productos alimenticios, pero cuánto les durará a los rarámuris, cuándo volverá a aterrizar un helicóptero, qué pasará dentro de unos meses si las condiciones del tiempo no mejoran y los campos siguen sin cosechas.

Yolanda, por ejemplo, anda con su pequeña Estela a la espalda. Narra que ahorrando bien la despensa «alcanzará para unos días». Eso significa el que, como hasta ahora, solo lleven algo a la boca una vez entre una salida del sol y otra.

Alguien cercano a la conversación precisa: «eso depende también de la cantidad que tengamos que alimentar. Nosotros somos seis. Esto me dura más o menos una semana».

La mayoría de los hombres no están en el pueblo cuando aterriza el aparato helitransportado. Son las mujeres quienes cargan las cajas y bajan por el barranco hasta perderse en el paraje.

“Los maridos», como ellas apuntan, «andan por la Laguna», un lugar no muy lejano del caserío donde trabajan en los aserraderos.

De los dos mil 428 municipios que hay en la República Mexicana, 803 tienen, cuando menos, 30 por ciento de población indígena, donde se concentra el 78 por ciento de la población originaria a nivel nacional.

El gobierno del presidente Felipe Calderón anunció una partida de 34 mil millones de pesos (unos dos mil 580 millones de dólares) para hacer frente a la adversidad climática que afecta a más de la mitad de los estados de México, aunque la situación más severa se registra en Chihuahua, Coahuila, Durango, Zacatecas y San Luis Potosí.

Como consecuencia de la falta de agua, existe un descenso de unos cuatro millones de toneladas en la producción de maíz respecto al 2010, afirmó el secretario de Agricultura, Francisco Mayorga, al referirse a este alimento básico en la dieta de los mexicanos.

Mientras, la Confederación Nacional Campesina (CNC) advirtió que la producción agrícola bajó 40%, lo que generará una carestía de alimentos en los próximos meses.

De los cuatro millones 200 mil mexicanos que cayeron en pobreza alimentaria entre 2008 y 2010, casi el 75% (unos tres millones) habitan en áreas rurales, según la CNC.

Para los rarámuris de la Sierra Tarahumara, la actual sequía solo ha agravado sus vidas. Como pobres, les va peor.

La petición de lluvia está dirigida al Sol y a la Luna, el que es Padre y Madre, respectivamente. Ambas son las deidades principales de su panteón.

Por eso Marcelina permanece sentada sobre aquella piedra en Baboreachi sin inmutarse ante el ruido que despide el helicóptero. Y apenas con la fuerza que le queda levanta su cabeza para mirar al cielo. (PL)

(Fotos: Pixxabay)

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