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Migrante… su estatus depende de su procedencia

La ‘migración’ es el “Desplazamiento geográfico de individuos o grupos, generalmente por causas económicas o sociales”. Ahora bien, migración forzosa no existe en el diccionario.

 

Virginia Moreno Molina

 

Porque la migración forzosa no ocurre cuando un inmigrante viaja voluntariamente y decide hacer la travesía hacia un país extraño, con una lengua y cultura diferente. Es decir, por placer. Se hace por necesidad: guerra, amenazas de muerte, tortura, violación, dictadura, pobreza… En definitiva, porque se han vulnerado todos los derechos humanos.

Esos derechos que muchos piensan no se violan en el Reino Unido u otros países de la Unión Europea y que, en términos comparativos, puede ser a veces verdad.

Pero si bien se liberan de los horrores en su pais de origen, llegan a enfrentar otra realidad: la contradiccon del discurso de los gobiernos europeos, sobre solidaridad y respeto por la dignidad.

Yo, periodista de 25 años, decidí emigrar de mi país, España, porque mi Gobierno ha decidido seguir sosteniendo la corrupción y desentendiendo a nuestra generación de jóvenes.

Hasta hace pocos años atrás, antes de que la crisis económica estallara, los españoles éramos turistas en tierras inglesas.

Pero ahora la realidad es otra, venimos a realizar trabajos, que por una tradición y tiempo de antigüedad en inmigración, venían realizando otras comunidades.

Soy inmigrante en el Reino Unido, pues al igual que muchos compatriotas tuve un desplazamiento a causa de una situación económica insostenible.

Sin embargo, a diferencia de otros, conservo muchos privilegios al ser ciudadana europea.

Los miembros de la Unión Europea no tenemos problemas para conseguir Visa, ni límite de tiempo para vivir aquí ni en el acceso al Servicio Nacional de Salud. De hecho, no tenemos necesidad de trabajos clandestinos, de sufrir el acoso o humillación de jefes déspotas, ni de sentir la persecución de las autoridades, del miedo al salir de casa y terminar en un centro de detención, de tener que guardar el dinero bajo un colchón, de estar sentada en una parada de autobús y que vengan a comprobar mis datos o de la impotencia de ver a compañeros y amigos caer en las redadas.

Sin embargo, migrar por necesidad conlleva extrañar tu identidad, algo que latinoamericanos, africanos, asiáticos y otros muchos han estado experimentando desde hace años.

Ahora nos toca a nosotros, tratando de aprender un idioma a la fuerza y aceptando cualquier trabajo que consiga sustentarnos en esta ciudad, y que en otros tiempos, jamás habríamos aceptado.

Porque ya dejamos de ser turistas que vienen a ver el Big Ben o a comprar las pequeñas cabinas como souvenir para la familia, y nos hemos convertido en inmigrantes pero “legales”.

Una palabra que se usa con frecuencia, que viene a decir que tenemos papeles para pasar de una frontera invisible a otra.

Esa frontera que no pueden cruzar esos “ilegales” pese a tener la documentación en regla y un récord criminal limpio.

Todo ello a pesar de que países como el Reino Unido han explotado desde hace años sus tierras y siguen haciéndolo junto con el resto de Europa.

Esos “ilegales” son estigmatizados por los medios de comunicación y la oratoria política y no son bienvenidos en la ciudad de la multiculturalidad, en el país de la democracia.

Hablamos de aquellos que son situados en “países en vías de desarrollo”- como si los cientos de años de historia no fuesen suficiente desarrollo- y encasillados en cuentos de buenos y malos como legales e ilegales.

Al ser llamados ilegales, se les está apartando de la sociedad, excluyéndoles de la libre circulación y de las libertades a las que todos deberíamos de tener acceso.

Porque ellos tienen grabado a fuego su país de origen, el cual marca la diferencia como migrante cuando pisen suelo europeo.

(Fotos: Pixabay)

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