En Foco, Ojo de la Aguja, Opinión

Desastres, ¿golpean más a los pobres?

Existen dos temas que quiero analizar en este artículo. El primero es que todos los desastres son esencialmente causados por el hombre. El segundo, que siempre son los pobres los más perjudicados.

 

Nigel Pocock

 

Puede parecer sorprendente a mis lectores que afirme que los terremotos y otros fenómenos “casuales” son fruto del hombre. Pero en lo que pienso no es el elemento “casual”, sino en la reacción del ser humano ante el mismo.

Después de todo, es justificable que lo que constituye la “catástrofe” no es el terremoto en sí, sino la ausencia de preparación y de reacción humana una vez que sucede. Los terremotos no son el único desastre que causa muerte y sufrimiento a gran escala. También hay guerras, hambre, sequía, plagas, los incendios, inundaciones y más.

Frecuentemente estos se relacionan, lo que hace que se agraven aún más. Que estas catástrofes son fruto del hombre se puede ver en las estadísticas. Estas nos muestran que los desastres de manera aplastante y masiva tienden a afectar a los más pobres. Y los ricos, cultos y poderosos, apenas se conmueven.

El 95% de las muertes causadas por los desastres se da entre los dos tercios de la población mundial más pobre. Y sólo un 2% en el mundo desarrollado. En el mundo desarrollado hay 23 muertes por fenómeno; en los países en vía de desarrollo 1.000. Estas cifras indican que un desastre no es que pueda suceder o no, sino que se crea.

Entonces, ¿cómo se crea un desastre? Pues, es bastante simple, con la reacción humana o la ausencia de la misma.

En sociedades, tanto antiguas como modernas, es mínimo el interés por el destino de las víctimas. Donde había o hay preocupación, más que la compasión por el pobre, lo que importa es el mantenimiento y protección del estatus de la élite.

Por ellos quienes tienen el poder podrían hacer uso de su patrocinio para reemplazar los edificios e instalaciones públicas arrasadas. Donde existe una gran “facticidad” de jerarquía social, ésta actúa para reforzarla. Cuestionar el status quo, era, literalmente, impensable.

Además, como muestran las investigaciones, mientras que los que tienen el poder solo se preocupan de egoístas respuestas políticas, los pobres se preocupan de cuestiones como la justicia y la responsabilidad.

Pero ellos han recurrido habitualmente a encontrar respuestas en la magia, la superstición, la providencia, el destino y la suerte, lo que les servia para prevenir los problema reales que enfrentaban, junto a los cambios políticos y sociales que esto puede implicar.

Ligada a esta idea se halla la tendencia de la élite  de calificar a los que no pertenecen a ella como “bárbaros”. Los “nativos” deben aprender a ser “civilizados”. En una serie de contrarios podria convierse en derecho a una intervención legitimada, lo que adquiere significado de guerra e invasión, otro de los desastres que afectan al pobre.

Por lo tanto, existe una división entre culto/inculto, primitivo/sofisticado, moral/inmoral, y así sucesivamente. Las víctimas merecen sus desgracias.

Entonces, la caridad se convierte en un medio para redimir al poderoso, reforzando su estatus y encasillando al pobre como “débil” y “desamparado”. La democracia y el acceso a la sanidad y educación son cruciales. La democracia debilita la tiranía y la tiranía perpetúa los desastres, ahogando los llantos del pobre y del oprimido. Los pobres son, abrumadoramente, las víctimas de los desastres. Ello indica que la responsabilidad yace en los cultos y en quiene poseen recursos, y ya que los desastres son causados por quienes tienen más poder, éstos deberían ser los máximos responsables.

(Translated by Paula Pagán – Email: paula.pagan.soriano@gmail.com) – Fotos: Pixabay

 

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