Globo, Mundo, Reino Unido

El reto de la izquierda post-pandemia

En situaciones críticas similares a la actual siempre se han propuesto al menos tres alternativas. El cambio radical del sistema (la revolución), un endurecimiento extremo del capitalismo (la barbarie) o la reforma del orden social (pacto capital-trabajo).

 

Juan Diego García

 

Desde las crisis agudas del sistema en el siglo XIX estas tres alternativas se han producido y nada indica que tal alternativa no pueda repetirse.

La Revolución tuvo su primera victoria en la Comuna de Paris y luego en el establecimiento de un sistema mundial socialista en Rusia y China, Cuba, Viet-Nam y Corea del Norte, y con el socialismo en Europa del Este tras la victoria de las fuerzas soviéticas en la Segunda Guerra Mundial. El balance de estas revoluciones arroja indiscutibles avances materiales para el movimiento obrero al tiempo que muestra las enormes debilidades de un modelo que terminó en profunda crisis y que difícilmente podría ahora ser un norte a seguir en muchos aspectos.

La Barbarie se impuso con el fascismo en Europa y con sus diversas versiones en el resto del mundo, y aunque fue derrotado nunca desapareció por completo, ha mantenido una cierta base social muy similar a la tradicional. Además sigue siendo, como antaño, un instrumento político de reserva de la burguesía cuando los riesgos para el sistema sean muy grandes; no es distinto ahora, cuando se registra el renacer del fascismo en todo el planeta.

Por su parte las tendencias Reformistas han tenido también un papel muy importante, desde sus formas primeras en el siglo XIX (Reino Unido y Alemania), y luego con el pacto capital-trabajo en Europa, fruto de las tendencias socialdemócratas del movimiento obrero y socialcristianas de la gran burguesía, sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial, y con el New Deal en Estados Unidos.

Ante la actual coyuntura mundial y en la perspectiva de una crisis global profunda, tal como pronostican prácticamente todos los expertos, ¿existen condiciones reales para desmantelar el sistema capitalista y para construir en su lugar un orden radicalmente nuevo?

O, como ya se produjo en el pasado, ¿es ahora factible reformarlo mediante alguna forma de pacto social?, o, considerando el peor de los escenarios ¿optará la clase dominante por llevar el sistema a soluciones extremas limitando o anulando todos los avances que han moderado las formas más duras de la explotación del trabajo y conduciendo nuevamente a la barbarie de la guerra civil, y en el peor de los casos, a nuevas guerras mundial, como antaño?

Las fuerzas reformistas de hoy están lejos de igualarse con la socialdemocracia tradicional, que proponía desmantelar el capitalismo y avanzar al socialismo mediante reformas, siempre de forma pacífica y dentro del sistema.

Pero la socialdemocracia actual abandonó aquella bandera y ahora no aspira al socialismo, aunque propone un capitalismo “humano”, si es que -estrictamente hablando- tal término tiene algún sentido.

Pero ante la profundidad de la crisis no es descartable que al menos una parte considerable y sensata de la gran burguesía considere los enormes riesgos de hacer recaer la mayoría de los costos de la recuperación en los sectores populares, y entonces opte por impulsar algunas reformas que disminuyan ese impacto.

No obstante, no debería descartarse que una parte considerable de las fuerzas del trabajo, ante la realidad de una correlación de fuerzas poco o nada favorable, decidan aceptar nuevos pactos con la burguesía para no exponerse a soluciones mucho más desventajosas para sus intereses, sin excluir forman nuevas de extrema derecha y de fascismo.

Todo indica que en el mejor de los casos y si no cambia esa correlación de fuerzas por la acción de grupos de izquierda que potencien el grado de consciencia política y de organización de los sectores populares, los beneficios que arroje tal pacto serán inclusive menores que aquellos que trajo el Estado de Bienestar moderno.

O sea, se conseguiría recuperar tan solo una parte de lo alcanzado con el pacto capital-trabajo tradicional, limitando los daños profundos que trae el neoliberalismo, pero al coste de mantener este modelo en lo fundamental.

El fascismo, como expresión extrema y más perniciosa del capitalismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial pero no desapareció.

Ha conservado sus bases sociales tradicionales, ha renovado su discurso y los contenidos del mismo se repiten, y sigue siendo, como ayer, un instrumento del gran capital que echará mano de esas huestes si el riesgo de perder el poder se acrecienta y las fuerzas del trabajo ponen en peligro sus privilegios.

El fascismo nunca fue una fuerza mayoritaria (ni siquiera en Alemania) pero fue lo suficientemente grande como para que la crisis alcanzara dimensiones enormes afectando a la economía y a todas las instituciones del Estado.

A pesar de ser un fuerza política menor pudo asaltar el poder y mediante diversos métodos (hoy mucho más sofisticados que entonces) movilizar a grandes masas a la aventura suicida de la guerra.

El fascismo de hoy es esencialmente el mismo que el de antes aunque sus formas externas sean muchas y muy diversas.

Solo una enorme y poderosa movilización social hará que la gran burguesía desista de utilizarlo.

A la izquierda y a los reformistas les queda el urgente trabajo de combatirlo en el plano de la teoría, y sobre todo con una labor convincente entre las bases sociales populares que el fascismo siempre tuvo y aún conserva.

Por ahora la revolución no parece tener grandes perspectivas, sobre todo en el mundo rico que cuenta aún con recursos amplios para maniobrar, aunque no en la periferia del sistema, el eslabón más débil de la cadena, que podría romperse tal como sucedió en el pasado y abrir unas perspectivas muy amplias a las fuerzas de izquierda.

Sin embargo, dichas fuerzas aparecen muy desorganizadas, dispersas y divididas por las muchas interpretaciones de la experiencia anterior, ubicadas en un abanico muy amplio que va desde quienes asumen sin crítica suficiente las diversas interpretaciones de esa experiencia (en particular del llamado socialismo realmente existente) hasta quienes ante la debilidad actual terminan por aceptar lo que posibilite la oportunidad, y poco más, acercando sus posiciones al simple reformismo.
(Fotos: Pixabay)

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