¿Qué es un latino (latinoamericano), exactamente? Los demócratas y los republicanos de EE.UU. parecen alarmados por su incapacidad para responder a esa pregunta.
Todo lo que saben es que la gente de América Latina se convirtió en un maremoto para las elecciones del año pasado. Sus números representan la estrecha mayoría que le dio Georgia a Joe Biden y Florida a Trump.
Ambos candidatos habían cortejado a estos votantes más agresivamente que ningún otro contendiente presidencial antes.
“¿Quiénes son?” sigue siendo una pregunta urgente en todo el espectro político, ya que conduce a una obvia reciprocidad: “¿Qué desean?”
Hasta alrededor de 1980, los latinoamericanos no constituían más del siete por ciento de la población de los Estados Unidos. Se les consideraba un enclave étnico del suroeste.
Desde entonces, su número se ha cuadruplicado aproximadamente, como resultado de la inmigración y las altas tasas de natalidad.
Los latinoamericanos se han distribuido más amplia y rápidamente que cualquier otro grupo inmigrante en la historia de los Estados Unidos.
Esto no ha pasado desapercibido en los barrios rurales de los EE.UU., donde la nueva afluencia se ha acreditado con el apuntalamiento de una población decreciente, manteniendo los escaparates abiertos y las vacantes de empleo llenas.
La clase política nacional, por otro lado, parece haberse mantenido detrás de esta tendencia.
No es que los latinoamericanos hayan sido ignorados. Por el contrario, los republicanos han tenido éxito en Florida durante años apelando a los cubanos con palabras duras sobre Fidel Castro, mientras que los demócratas han prevalecido entre los votantes mexicanos con promesas sobre la inmigración y los derechos de los trabajadores.
Más allá de eso, sin embargo, ninguna de las partes parece haber mostrado mucho interés en los latinoamericanos, que de hecho representan una diversa gama de nacionalidades y etnias. Después de todo, históricamente ocuparon en su mayoría los estratos socioeconómicos más bajos y mostraron tasas de votación relativamente bajas.
Hoy en día, constituyen casi el 20 por ciento de la población. Abarcan la escala socioeconómica. Viven en todas las regiones del país. Preguntarse quiénes son, entonces, es preguntarse en quién se han convertido. Los latinoamericanos pueden preguntarse lo mismo.
Entonces, ¿qué hay en una etiqueta? Ahí es donde normalmente las conversaciones sobre etnicidad giran en los EE.UU., para bien o para mal.
En 1980, el censo de los EE.UU. incluyó por primera vez la categoría “hispano”, un término cuya limitación pronto sería evidente, sin embargo, ya que los latinoamericanos tienden a considerarse más por sus propias nacionalidades, y los brasileños de habla portuguesa nunca se identificaron con el término, en primer lugar.
El censo de 2000 añadió el término “latino”. Para entonces, sin embargo, los brasileños parecían no identificarse ya con una palabra que se ha vinculado indeleblemente a los hispanohablantes.
Aún sin respuesta, estaban todas las preguntas relativas a la “raza”, ese concepto desacreditado científicamente que aún forma la base de la autoidentidad en los EE.UU. y es un factor de la política interna en todos los niveles.
Tradicionalmente, las personas clasificadas como “hispanas” también eran vistas automáticamente como “blancas”, lo que refleja el hábito entre muchos en los EE.UU. de ver la raza a lo largo de un binario negro-blanco, algo que complica los esfuerzos para describir mejor a los latinoamericanos (por decir lo menos de su capacidad para describirse a sí mismos).
Los dominicanos, por ejemplo, según numerosos artículos académicos y relatos anecdóticos, tradicionalmente observan finas distinciones entre los individuos que, en los Estados Unidos, probablemente serían descritos como simplemente “negros”.
Para evitar precisamente ese tipo de confusión, la Oficina del Censo decidió en 1960 por primera vez invitar a los encuestados a identificar sus propias etnias. Desde entonces, de manera intrigante, el número de personas en los Estados Unidos que indican ascendencia “nativa americana” ha aumentado a un ritmo que excede lo que se puede medir sólo por los nacimientos y la inmigración, según Pew Research.
De hecho, el concepto de etnicidad en los EE.UU. es prácticamente una cuestión de discreción personal.
“Multirracial” se ha convertido en la categoría de población de más rápido crecimiento del país, una tendencia que tiene importantes ramificaciones para los descendientes de latinoamericanos étnicamente heterogéneos, especialmente porque se casan con individuos de otras etnias a una tasa mucho mayor que cualquier otro grupo.
Además, cuanto más se alejan, en sentido generacional, de la experiencia de la inmigración, menos probable es que se hayan criado hablando un idioma distinto del inglés, o que hayan observado las tradiciones étnicas, o que se identifiquen con el término “latino”.
Tres cuartas partes de todos los descendientes de latinoamericanos en los EE.UU. hoy en día son ciudadanos natos. Sus hábitos de voto y consumo parecen reflejar los de sus pares socioeconómicos caucásicos.
En la campaña del año pasado, los discursos de Trump a los latinoamericanos de la clase trabajadora fueron esencialmente idénticos a los que se dirigió a la clase trabajadora en otros lugares.
Como sucede, aseguró más votos de los latinoamericanos que cualquier otro candidato presidencial republicano desde George W. Bush, un hecho que ha hecho que los demócratas se replanteen todo lo que pensaban que sabían sobre su base.
Irónicamente, su curiosidad llega en un momento en el que los “latinos” (Latinoamericanos) parecen cada vez más parecidos al resto de nosotros, sea lo que sea, exactamente.
(Traducido por Mónica del Pilar Uribe Marín) – Fotos: Pixabay