En Foco, Opinión

Engaño o seducción

Cuando yo era niña y mi abuela deseaba hablar temas de ‘gente grande’ con sus amigas, nos enviaba a donde estaba mi madre, diciendo: “Ve y pídele a tu mamá una ramita de ‘temboruco’”.

 

Mabel Encinas

 

Al pedirle la pequeña rama, mi madre sabiia que tenia que confundirnos o despistarnos. ‘Temborucar’, según descubrí cuando para mí dejó de ser efectivo el encargo de mi abuela, implicaba ser distraídos o entretenidos por alguien para que uno dejara el espacio libre a esa.

La invitación a pedir la ramita insinuaba sorpresa y despertaba mi curiosidad. Tal vez se tratara de una rama de un té oloroso y dulce, el desconocido ‘té-emboruco’, o una rama con la que se podía jugar. Al crecer un poco, yo usaba también el truco con mis hermanos y primos más pequeños.

Los ‘temborucos’, sin embargo, no son invención de mi abuela. Todos los días se producen por toneladas en los periódicos gratuitos que tomamos o recibimos en las mañanas o en las tarde-noches en el metro.

Se producen también en otros medios, en los corredores del trabajo, y en las aceras del vecindario. Los ‘temborucos’ son como los ‘cerdos cerebrales’, de las historias de mi tía, unos gusanos que nos comen el cerebro. En estas tierras, los ‘temborucos’ se llaman arenques rojos (red herrings) y su función es manipular.

Lo que resulta interesante es que los adultos, a sabiendas de que nos engañan, vayamos a la búsqueda de ‘temborucos’, dejando de lado las cosas importantes.

Tal vez eso tiene que ver con la seducción de nuestra curiosidad, quizá porque los distractores apelan a nuestras emociones en áreas no revisadas de nosotros mismos.

Los casos de abuso o de muerte colectiva, no sólo despiertan nuestra empatía, sino que apelan a nuestros miedos a las pérdidas y, en última instancia, al miedo a la muerte. Los problemas los tienen ‘otros’, y no ‘nosotros’.

Por otra parte, las noticias de éxito o de cambios ‘milagrosos’, apelan a la realización proyectada que compensa las frustraciones ante las aplastantes rutinas y las batallas enfrentadas en vida cotidiana.

Quizá los ‘temborucos’ cubren con un velo que nos tranquiliza las realidades que no queremos ver, como el tráfico de infantes, la situación de Siria o las consecuencias del cambio climático.

Tal vez rellenan nuestra falta de tiempo para pensar los problemas con calma, o justifican nuestra falta de participación en la solución de problemas sociales apremiantes, cercanos o lejanos en términos geográficos.

Los ‘temborucos’ tienen funciones tranquilizadoras o catárticas. Pero en todo caso, son como los analgésicos: no curan los males, sólo nos desconectan del dolor.

No se trata de negar la celebración del día a día, ni de evitar la participación en los acontecimientos importantes con entrega. Al contrario, sin analgésicos se vive integrando cabeza y corazón.

Qué tal si la próxima vez que tengamos la tentación de auto emborucarnos, consideramos la posibilidad de participar más activamente en la vida familiar, en la comunidad, y redes sociales donde podamos aprender y buscar la transformación del mundo en que vivimos.

Dicen que la curiosidad mató al gato y el ‘temboruco’, que nos dejó sin saber más detalles de las historias de mi abuela, nos deja a los adultos sin detenernos a pensar en los asuntos más importantes de nuestras vidas.

(Fotos: Pixabay)

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