Dependiendo de cómo entendemos la «justicia social» y la «educación» la relación entre ellas cambia. La “justicia social” puede ser un concepto resbaladizo, sobre todo cuando es secuestrado por un gobierno que apoya una cultura que culpabiliza a la persona individual.
Mabel Encinas
El Centro por la Justicia Social, establecido por Ian Duncan Smith, define la necesidad de justicia social como una necesidad de responder a los problemas que surgen por malas decisiones individuales, como el abuso de drogas y alcohol, el fracaso escolar (del individuo) o deuda personales graves. El olor a culpa es innegable.
Este punto de vista me recuerda la suposición de Boris Johnson acerca de que la gente pobre tiene un coeficiente intelectual bajo, que es por eso que son pobres. Una agenda individualista de la justicia social enmascara el origen social de la desigualdad, señalando con el dedo al individuo: «es tu falta» (o tu falla).
Por el contrario, la comprensión de que los individuos viven necesariamente en un mundo social, define la justicia social de una manera muy diferente.
La desigualdad y la pobreza son el resultado de las malas condiciones de vida, la escasez de oportunidades, los bajos salarios (que están lejos de ser salarios dignos), ofertas educativas que no responden a las necesidades de la gente y que no crean un puente hacia (y desde) diversas culturas, y una economía en el que las necesidades de los trabajadores llenan los bolsillos de la élite a través del uso del crédito, por ejemplo.
Una agenda de justicia social, basada en el origen social de la desigualdad, implica enfrentar cuestiones no sólo en términos individuales, sino también, y se centra principalmente en una visión de cómo nuestras diferencias se tratan.
Una agenda a favor de la justicia social tiene que desafiar la desigualdad en relación con clase social, género, origen étnico, discapacidad, preferencia sexual, estado migratorio y cualquier otro aspecto que contribuya a nuestra diversidad.
Por esta razón, una agenda de justicia social implica fomentar la participación y confrontar temas vinculados con el poder y las relaciones de poder.
La educación no puede compensar por la sociedad, como Basil Bernstein declarara hace algunas décadas.
Esto significa que la igualdad en relación con el acceso a bienes y servicios básicos, y oportunidades para crecer y desarrollarse, necesitan ser creadas fuera del sector educativo además de dentro de él.
Sin embargo, la educación puede de hecho compensar las diferencias sociales, como la investigación ha mostrado en años recientes, para crear experiencias comunes que apoyen el aprender a confiar, para apoyar la reflexión crítica y la toma de la palabra y la expresión ideas y sentimientos, para desarrollar actitudes de solidaridad y otros valores compartidos, y para nutrir nuestras aspiraciones de aprender y trabajar por el cambio.
La educación puede constituir una práctica de la libertad, en palabras de Freire.
La educación no se reduce al pizarrón y el gis (o al pizarrón blanco y el marcador), a la práctica repetitiva, a la capacitación laboral, a las certificaciones, a la transmisión.
La educación necesita constituirse como un arco iris que establece un puente hacia el futuro. Sobre ese puente caminamos mientras aprendemos a participar en la vida social, con ese puente enriquecemos nuestro conocimiento y comprensión, y a través de ese puente desarrollamos habilidades y disposiciones acerca del mundo y de nosotros mismos.
La educación es lo que nos hace humanos, ya que es mediante la educación que creamos y recreamos nuestra culturas generación tras generación.
Lo que es más, si pensamos en el futuro, la educación para la justicia social es lo que nos humaniza y nos hace sensibles y nos prepara para mover el eje de un mundo que gira actualmente alrededor de lucro.
(Fotos: Pixabay)
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