En Foco, Notas desde el borde, Opinión

Vivir de la mentira

El pedazo de terreno baldío estaba cubierto con matas de hierba y aisladas piedras antiguas, sin duda restos de alguna vivienda que una vez había estado en aquel sitio.

 
Steve Latham

 

Cuando era niño y tenia que ir hasta la tiene a hacer alguna compra, solía ​​caminar hasta mi casa pasando por esos terrenos. Y a veces recorría los entornos solitarias, preguntándome qué edificio se había construido allí.

Un día hice el viaje de regreso en compañía de mi amigo John. Cada uno de nosotros tendría entonces unos diez años de edad.

Eran los días en que los padres permitían a sus niños deambular por todas partes, sin temor a los secuestros. Le mostré a Juan las ruinas de la maleza y comencé a tejer una historia. Aquella solía ser la casa que había pertenecido a mi abuelo, le expliqué.

Le conté que durante la guerra, las bombas habían caído, destruyendo la casa de la familia, y lo hice pese al hecho de que – según mis conocimientos – no habían caído bombas en nuestro pequeño pueblo.

Hice un relato convincente. También hubo, dije, un túnel que iba desde la destruida mansión (su tamaño había aumentado, según yo ampliaba) hasta la escuela local.

No sé si John me creyó. Sería increíble, si lo hizo. Era tan extraño. Pero es que los niños a menudo viven en mundos extraños de la fantasía y los hacen creíbles de todas formas.

De vez en cuando recuerdo el incidente y me pregunto por qué le conté esta parodia descabellada. ¿Había leído yo demasiados libros de aventuras para niños? ¿O quizás yo simplemente estaba desesperado por impresionar a mi amigo?

Parece que nosotros proyectamos una imagen nuestra, diseñada para hacernos lucir moralmente bien o intelectualmente interesante o atractivos sexualmente.

Construimos un sentido de nosotros mismos, con el fin de persuadir a los demás de que la inversión que ellos tienen que hacer para llegar a conocernos está realmente justificada.

Pero también podemos construir esta imagen de sí mismo por nosotros mismos y así llenar el la ausencia, el vacío interior.

Para convencernos de que realmente vale la pena el esfuerzo que hace los demás para preocuparse porque les gustemos.

Adoptamos las etiquetas para definirnos a nosotros mismos, tal vez las películas que vemos, los libros que leemos, las revistas que compramos y – cada vez más – los juegos de ordenador que jugamos.

Todo esto contribuye a la formación de nuestra identidad. Pero esta identidad, por tanto, también está construida con otras cosas, cosas que compramos, cosas que nos venden. Ganamos nuestro sentido de ser, nuestro sentimiento de valer la pena, a través del consumo. Cuidadosamente construimos la impresión que queremos causar, por ejemplo a través de nuestra selección de ropa para vestir.

Por tanto, y en efecto, seleccionamos nuestra “apariencia” dentro de la gama que nos ofrece el supermercado cultural del capitalismo. Y esto significa que lo compramos en medio de líneas de productos cuidadosamente elaborados.

En otras palabras, es una mentira, al igual que mi mentira a mi amigo John. Sólo que esta vez, no es mi mentira, sino la mentira del sistema, el cual me alimenta para mantenerme sedado.

Entonces, si tenemos que elegir la historia que vivimos, hemos de asegurarnos de que se basa en la verdad y no en la mentira prefabricada.

(Traducido por Mónica del Pilar Uribe Marin) – Fotos: Pixabay

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