Shumon Zahid es hijo de la fallecida periodista Selina Parveen. «Mi dolor no tiene límites, pero si vivo para ver procesados a los criminales de guerra, a los asesinos de mi madre, su alma descansará en paz”…
Shanta Sultana
“Los criminales de guerra nunca han sido castigados” pronuncia la voz desgarrada de Zahid, ante el recuerdo de ver a su madre abandonar su casa con los ojos vendados y acompañada por los agentes Al-Badar, a la tierna edad de 8 años.
Poco sabía Zahid que aquella sería la última vez que vería a su madre, y que ella sería brutalmente torturada y asesinada por el partido extremista. Hoy, la voz afligida de Shumon Zahid, hijo de la fallecida periodista, activista y feminista de Bangladesh Selina Parveen, cuenta a The Prisma cómo su madre fue asesinada por grupos extremistas islamistas de Pakistán.
Todo comenzó en 1947, durante la partición del subcontinente indio en dos estados basándose en diferencias religiosas. Pakistán fue formado en dos partes, vinculándose de una manera grotesca a Bangladesh, la provincia de la India Oriental con una herencia cultural de tres mil años de antigüedad y a 1244 millas de distancia de la antigua Pakistán.
Bangladesh fue llamada Pakistán Oriental, y los islamistas elitistas de Pakistán Occidental pronto vieron a los orientales como ciudadanos de segunda.
El Teniente-General del ejército de Pakistán, Amir Abdullah Khan Niazi, que se refirió a la región Oriental como “tierras de bajo nivel pertenecientes a gentes de nivel bajo”, ordenó la abolición de la lengua Bengalí, y a pesar de que en Pakistan Occidental solo un cuatro por ciento de los habitantes son hablantes de urdu, la impuso como lengua nacional de Bangladesh. Zahid, periodista y ejecutivo superior de finanzas en Virgo Media en Dhaka, Bangladesh, informa a The Prisma sobre uno de los crímenes más atroces del siglo veintiuno.
“Urdu era la lengua de la élite, y los defensores del movimiento en favor de la democracia eran llamados comunistas sangrientos por Niazi” dice Zahid. El ejército pakistaní empleó de forma sistemática la violencia y los abusos sexuales, y el número de víctimas del genocidio asciende a tres millones de vidas.
Samuel Totten, investigador académico sobre el genocidio y co-editor de “Estudio sobre el Genocidio y Prevención” (Genocide Studies and Prevention) señala que el ejército pakistaní considera a los bengalí racialmente inferiores, “sub-humanos”, y los hindúes son para ellos alimañas y escoria que es mejor exterminar.
Ian Talbot, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Southampton, observa en la planificación metodológica del genocidio en Pakistán Oriental un paralelismo con el Holocausto Nazi.
En 1981, las Naciones Unidas, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, escribe: “De entre todos los genocidios en la historia humana, el mayor número de muertes en menor lapso de tiempo ocurrió en Bangladesh en 1971. Un promedio de seis mil a doce mil personas eran asesinadas cada día… este es el promedio diario más alto en toda la historia de los genocidios”.
“Los criminales de guerra nunca han sido castigados” pronuncia la voz desgarrada de Zahid, ante el recuerdo de ver a su madre abandonar su casa con los ojos vendados y acompañada de los agentes Al-Badr a la tierna edad de 8 años.
Poco sabía Zahid que aquella sería la última vez que vería a su madre, y que ella sería brutalmente torturada y asesinada por el partido extremista.
El crimen de Parveen fue estar en primera linea con el compromiso de crear un país laico y democrático, cooperando con los reformistas sociales y con el padre fundador de Bangladesh, Sheikh Mujibur Rahman, implementando de un modo sorprendente el concepto de democracia en el corazón de la gente.
Zahid explica que Al-Badr fue creado a partir del partido islamista extremista Al-Shams y de los islamistas locales Razakar. De marzo a diciembre de 1971 investigaron el paradero de los más destacados periodistas, académicos, abogados, escritores, artistas, ingenieros, cineastas, físicos y todo tipo de profesionales importantes y fueron eliminados para debilitar esta pequeña nación.
La eliminación de artistas y académicos de la sociedad es la estrategia estándar de la ideología islamista, como lo es todavía en muchos regímenes totalitarios, y en 1971 todos los periodistas extranjeros fueron metódicamente deportados de Bangladesh.
“Los criminales de guerra circulan libremente y residen en países occidentales, a menudo como líderes civiles en sus comunidades” profiere con desprecio Zahid, “Bangladesh ha perdido demasiado, y ha caído en un retroceso con respecto al ámbito internacional”, lamenta Zahid. “Si mi madre estuviese hoy viva, su inteligencia y sus conocimientos, habrían jugado un papel significativo en el progreso de Bangladesh y en la emancipación de la mujer.
Es cierto que el país se ha independizado de Pakistán”, dice Zahid con pesar. “Sin embargo, aún no somos libres. La corrupción prevalece en el sistema judicial, en el gobierno y en el departamento de policía, y la libertad de expresión está restringida. La autoridad totalitaria está conformada por personas incompetentes.”.
Zahid nos cuenta la historia del 16 de diciembre, el día que concluyó la guerra. “Justo antes de la rendición, las autoridades pakistaníes decidieron eliminar hasta la última gota de aliento de la recién creada democracia”.
Crearon un listado donde aparecían los profesionales más inteligentes e influyentes y el 13 y 14 de diciembre la milicia islamista perteneciente al grupo Al-Badr asesinó a los intelectuales de forma despiadada y arrojó los cadáveres desfigurados en la plaza pública. El 16 de diciembre se conoce como “el Día de la Inteligencia” en Bangladesh, y la madre de un niño de 8 años apareció en la parte superior de aquella lista ese día.
Zahid habla con cariño sobre su madre, y sus ojos se llenan simultáneamente de lágrimas y orgullo: “Mi madre fue la fundadora, redactora y editora de la revista Shilalipi (Epigrafía). También trabajaba a jornada completa en la revista para mujeres Lolona (La Doncella) y para la revista líder en su momento Begum (La Señora).
Zahid nos cuenta con orgullo: “Como era una madre soltera, su vida se desarrollaba en torno a mí, a sus publicaciones en diversas revistas, las reformas sociales y su lucha personal en contra de lo tradicional”.
Zahid olvida la amargura de la ausencia materna mientras habla de los servicios de su madre a la humanidad. “Mi madre reflexionó sobre el movimiento de sublevación de los bengalíes en contra de la subyugación por parte de los elitistas pakistaníes y empezó a ayudar a los Luchadores por la Libertad con medicinas, asistencia financiera y alimentos procedentes de sus propios y limitados ingresos. Las autoridades pakistaníes sospecharon de ella, y como resultado, prohibieron la publicación de su revista Shilalipi.
“Mi madre fue secuestrada de su casa el 13 de diciembre por el grupo Al-Badr bajo el mando de Chowdhury Mueen-Uddi, que ahora reside en Gran Bretaña y sin cuya ayuda, el ejército pakistaní nunca habría encontrado la dirección de mi madre. De hecho, sin personas como Mueen-Uddi, los miembros de Al-Badar no habrían encontrado el paradero de los intelectuales de entonces”, informa Zahid desconsolado. “En febrero de 1972 supe que mi madre ya no volvería, que aquellos deslumbrantes e inteligentes ojos nunca más volverían a mirarme, ni volvería a contarme historias magníficas sobre el mundo. Nunca más me sorprendería trayéndome chocolate tras otro día de lucha revolucionaria”.
“¿Qué es lo que lamento?”Sonríe tristemente Zahid, “Los miembros de Al-Badr y Al-Shams son ahora reconocidos como élites sociales y los Luchadores por la Libertad han sido olvidados. Me duele profundamente cuándo veo la falta de respeto por los mártires, por los sacrificios de los Luchadores por la Libertad y las pérdidas humanas que hemos tenido que pagar a los extremistas, que carecen ya de significado.
La estrategia de los intelectuales rompió la columna vertebral de la moral de la sociedad y el país que algunos se esforzaron por secularizar, se doblega ahora ante los islamistas nacionalistas; la nueva generación es completamente ajena a esto, y es educada para que pongan en duda la opresión islamista.
Mi única súplica y deseo para la comunidad internacional es que utilicen su sentido común para ayudarnos a luchar por la justicia en contra de estos criminales de guerra y crear un Bangladesh laico, para que el islamismo no vuelva a repetirse en la escena internacional. “Mi madre llamó a su revista “Epigrafía”, para perdurar en el tiempo e informar al futuro. Shilalipi es el recuerdo de una nueva nación que prospera hacia la igualdad, justicia y secularismo, que pueden solo ser suprimidos por los demonios del fascismo. Shilalipi es inmortal y justicia eterna a la que siempre debemos aspirar”. (Memorias de The Prisma. Diciembre, 2012)
(Traducido por Marta Polo Delgado) – Fotos:Pixabay