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Hambruna sexual

Estamos acostumbrados a que los conservadores culturales se lamenten de la ‘cultura de conexión’. Por lo general, son también personas mayores que critican a los jóvenes por disfrutar de los placeres que ellas ya no pueden experimentar.

 


Steve Latham

 

Las acusaciones resultan familiares: más promiscuidad, enfermedades de transmisión sexual, uso de redes sociales como Tinder y Grindr para sexo ocasional, y la propagación de clubs de sexo para cada fetiche (in)concebible.

Sin embargo, un artículo de diciembre de The Atlantic ha señalado una contra-tendencia ya familiar, la cual está resultando común en todas las sociedades desarrolladas.

Se trata de un cambio de las costumbres sexuales entre los adultos jóvenes. Tienen, en promedio, menos relaciones sexuales que generaciones anteriores en la misma etapa de la vida y comienzan a tener sexo más tarde.

El mismo fenómeno se observa también en Gran Bretaña; aunque Japón tuvo la iniciativa, como lo ha hecho con muchas tendencias postmodernas y de alta tecnología, con una nueva generación de hogares donde no hay sin sexo.

Como resultado, los comentaristas liberales de   la explosión de natalidad lamentan la pérdida del libertarismo sexual.

En efecto, el desarrollo es en parte una reacción contra los excesos de esta cohorte de la etapa anterior. Los milenians de hoy beben por lo general menos alcohol, consumen menos drogas, trabajan más y toman menos riesgos.

Aunque eso no significa que la sociedad sea menos decadente. En lugar de la licencia sexual, la dialéctica oscila hacia el extremo opuesto, y encontramos amenazada la cohesión de la sociedad como tal.

Irónicamente, encontramos comentaristas culturales que piden más sexo, no menos- aunque dentro de los límites del matrimonio.

Porque, junto al factor sexual, viene inevitablemente, por ejemplo, el aumento de problemas psicológicos de aislamiento y soledad, a medida que las personas se alejan, queriendo o sin querer, de la intimidad.

Ellos tampoco logran construir relaciones permanentes, o al menos, a largo plazo. Esto no es debido a ningún escrúpulo moral contra el sexo prematrimonial. El mismo dilema afecta tanto a religiosos como no religiosos.

Por ejemplo, es común que a las mujeres que asisten a la iglesia les resulta difícil encontrar hombres para casarse en sus congregaciones, ya que la asistencia suele se mayoritariamente de mujeres.

Pero los milenians no religiosos experimentan la misma dificultad. Y, a largo plazo, esto tendrá efectos en cadena, ya que la tasa de natalidad en los países desarrollados desciende por debajo del nivel de reemplazo.

Después de todo, pensando de manera cínica, la vida en pareja y los niños que siguen son la mejor garantía de tener a alguien que cuide de usted en su vida posterior. Sin embargo, esta tendencia no revierte el avance de la libertad sexual. Más bien, ambas están ocurriendo al mismo tiempo: síntomas unidos de una crisis de la civilización subyacente.

A nivel global, las prácticas tradicionales del compromiso pactado en las relaciones sexuales están siendo reemplazadas por la ética individualista orientada al consumidor.

Richard Sennett señala que esto es sintomático de la nueva cultura del capitalismo avanzado, que favorece la mano de obra móvil y a corto plazo, en lugar de los compromisos a largo plazo.

Además, Zygmunt Bauman denomina a este estado ‘modernidad líquidad’, en el que no hay ningún elemento estable en la vida social, más que lo que sólo sirve a los propios intereses y deseos del individuo.

En esta cultura, la carrera profesional y el estilo de vida significan más que el descubrimiento de un compañero de vida. Y la idoneidad de cualquier compañero en particular puede cambiar, según los gustos, desde una sola noche hasta una monogamia en serie.
¿Qué podemos hacer para reestablecer una cultura de relación y conexión?

(Traducción de Lidia Pintos Medina)   – Fotos: Pixabay

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