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Sobre leer libros antiguos

El nuevo libro de Alan Jacobs, “Breaking bread with the dead”, no trata del espiritualismo, sino del valor de leer libros antiguos.

 

Steve Latham

 

Jacobs, profesor universitario estadounidense y conservador cultural, recomienda leer literatura del pasado, para ayudarnos a quitarnos la camisa de fuerza de la modernidad.

Afirma que el prejuicio de nuestra era prefiere lo inmediato y lo nuevo sobre la sabiduría de las épocas. De esta manera, sin embargo, limitamos nuestra amplitud de visión.

El posmodernismo, con su falta de normas e incapacidad para evaluar las cuestiones morales, conjura una inevitable lentitud.

También produce intolerancia, cree Jacobs, hacia los puntos de vista que no encajan con la cosmovisión contemporánea.

Así se desarrolló nuestra “cultura de cancelación”, donde los escritores y académicos, que se apartan de las ortodoxas actuales sobre la sexualidad y la política de identidad, pueden ser castigados por sus crímenes de pensamiento.

No es que Jacobs piense que todo en el pasado era admirable. Está de acuerdo en que necesitamos poner en juego nuestros propios códigos morales y criticar los errores del pasado.

El punto es participar en el diálogo y no arrojarlos a la basura sin leerlos porque se consideren políticamente incorrectos.

En este tema, Jacobs evoca la famosa introducción de C.S. Lewis del panfleto de Atanasio en La Encarnación, donde recomendó leer libros antiguos.

Ambos tienen razón en eso. Solo así podremos escapar de los determinismos de las preconcepciones de nuestra cultura.

La ciencia ficción puede realizar una función similar, presentándonos una visión de un futuro alternativo, poniendo en tela de juicio las suposiciones de nuestro período. Las escritoras feministas de ciencia ficción, como Octavia Butler, son particularmente perspicaces en este sentido. No obstante, como afirma Jacobs, sus ideas siguen siendo el producto de nuestra sociedad, por mucho que la critiquen.

Desde un punto de vista humano, intacto por el presente, necesitamos, paradójicamente, acceder al pasado, porque esto es, por definición, “distinto” del presente, intacto.

El problema es que las fuerzas, que Jacobs critica por la censura intelectual contemporánea, representan a esos grupos, que en el pasado fueron censurados y oprimidos.

Los negros, las mujeres y los gays, antes excluidos, simplemente están equilibrando de nuevo la balanza de la rueda literaria. Si bien puede perturbar a los grupos dominantes, es comprensible y necesario.

Además, aunque Jacobs elogia a algunas escritoras femeninas y afroamericanas, también las elogia precisamente por la forma en que los escritores blancos les han influido.

El hombre blanco sigue siendo la norma y todos los demás están evaluados por la medida en que aprecian y se ajustan a estos modelos culturales, literarios.

Irónicamente, recuperar el pasado también implica prestar atención a los “residuos” históricos, como los llamó Raymond Williams: los restos culturales de los fallidos movimientos radicales de izquierda entre los pobres.

Ejemplos de ello serían los historiadores E. P. Thompson y Eric Hobsbawm en la recuperación de la historia de la clase obrera británica. Pero escuchar el pasado debe extenderse a los excluidos actuales.

Y esto debe extenderse más allá de los que simpatizamos con ellos; aprender de sus ansiedades y aspiraciones, no solo atacarlas.

Debemos ir más allá y asistir incluso a los “deplorables”, como los llamó Hilary Clinton, a los votantes del Brexit y Trump, e incluso a los que asaltaron el Congreso de Estados Unidos.

(Traducido por Iris María Gabás Blanco – irisbg7@gmail.com) – Fotos: Pixabay

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