Globo, Mundo, Reino Unido

La verdadera soberanía nacional

Ésta garantiza los intereses mayoritarios de la población. Un Estado fuerte y moderno y una población sana y cualificada son indispensables en un proyecto de desarrollo nacional que permita salir del atraso y acabar dependencia y limitaciones que impiden ingresar en la modernidad.

 

Choice Victory Leisure Knight King Object Chess. Foto libre de Max Pixel.

Juan Diego García

 

La burguesía criolla en Latinoamérica y el Caribe impulsó primero el llamado desarrollismo y luego optó por el modelo neoliberal, ahora en profunda crisis.

El desarrollismo produjo una limitada industrialización impulsando la producción local y limitada de los artículos de consumo que antes se importaban de las metrópolis y a procesos intensos de extensión de formas modernas de capitalismo a las zonas rurales generando un cambio substancial en la ubicación de la población. Hoy en día, básicamente, estos países se caracterizan por un elevado asentamiento urbano en contraste con la vieja imagen de ruralidad de antaño.

Pero la producción local de medios de consumo no se extendió al reto de elaborar también medios de producción, los cuales se siguieron importando de las metrópolis.

La relación tradicional -casi neocolonial- de estos países con las ciudades experimentó cambios importantes, pero en el fondo mantuvo las formas de la dependencia que hacen de estos países economías subsidiarias, complementarias menores y hasta prescindibles de las economías metropolitanas del sistema mundial.

El grado de esta iniciativa desarrollista fue, naturalmente, bastante desigual de país a país y su éxito tiene mucho que ver con el nivel de bienestar alcanzado en cada uno de ellos; y por supuesto, depende mucho del tipo de burguesía que ha estado al frente de estos proyectos de desarrollo.

El modelo actual, neoliberal, echó por tierra estos proyectos. En muchos aspectos retrocedió a las formas tradicionales de dependencia, al punto que en muchos aspectos se ha repetido la relación neocolonial de antaño.

Es normal que en estos países se incremente la importación masiva de productos de consumo en detrimento de la producción local, se renuncia abiertamente a cualquier proyecto de desarrollo propio y se apuesta por una inserción en el mercado mundial sin considerar sus impactos negativos en el tejido económico local.

La región ha experimentado entonces agudos procesos de desindustrialización, priorizando la exportación de alimentos y materias primas (el llamado “extractivismo”) y de expulsión al extranjero de buena parte de la mano de obra excedente que estos procesos generan.

La exportación masiva de alimentos y materias primas deja sin atender necesidades locales y quita a estos países recursos (materiales y humanos) que cualquier gobierno que tenga en mente proyectos de desarrollo nacional, intentaría retener para su propio progreso.

La aplicación del modelo neoliberal produce situaciones insólitas pero explicables: algunos de estos países exportan petróleo (por ejemplo) a naciones metropolitanas ricas en este producto (Estados Unidos, sin ir más lejos). Estas naciones reservan sus propias existencias para asegurarse abastecimientos futuros en un mercado tan volátil y sobre todo condenado a un inevitable agotamiento.

Y lo que vale para el petróleo se puede aplicar a muchas otras de las exportaciones de la región. También es dramática la masiva exportación de alimentos (trigo, por ejemplo) cuando importantes porcentajes de su propia población no tienen acceso a una alimentación básica.

El tipo de tejido económico que se impulse tiene un papel decisivo en la definición de la cuestión nacional.

En las condiciones actuales se trata de recuperar de inmediato las formas más beneficiosas del desarrollismo. Esto porque, entre otros motivos, un impulso local a un nuevo industrialismo es la única alternativa para superar el enorme nivel de desempleo de la región y alimentar el comercio y los servicios locales (grandes demandantes de mano de obra). Tal sería un primer paso para solucionar la cuestión urbana, que en casi todos estos países ya representa un porcentaje mayoritario de su población.

Pero retomar en lo posible los planes del desarrollismo solo debe entenderse como un primer paso hacia objetivos más ambiciosos sin los cuales la cuestión nacional permanece sin resolver. No se trata entonces simplemente de volver a la producción local de medio de consumo –por necesaria y urgente que sea- como se hizo antaño en el modelo desarrollista.

Se trata también de apostar por la elaboración de medios de producción, tal como han hecho naciones como Finlandia, Noruega y otras del norte de Europa, o Corea del Sur: o como lo hacen en la actualidad otras de diferente orientación ideológica como Viet Nam; o como lo hizo China Popular, en su momento.

La elaboración de medio de consumo y de producción se debe realizar conjuntamente y en la medida que los permitan las condiciones concretas: existencia de recursos materiales y humanos, prioridades que imponga la realidad, nivel de compromiso de las mayorías sociales con el proyecto, y por supuesto, solidez del Estado nacional y claridad de objetivos de sus políticos.

Limitarse a la producción local de medio de consumo, renunciando a la elaboración de medio de producción, aunque sea un avance evidente respecto al modelo neoliberal vigente, condena a estos países a mantener la actual relación con el mercado mundial, una relación que solo beneficia a las naciones metropolitanas del sistema mundial.

Los desafíos que supone esta decisión estratégica para afrontar la cuestión nacional desde una perspectiva diferente no son ni pocos ni fáciles de resolver.

En efecto, hay que asegurar la producción local de medios de consumo, de forma urgente e inmediata para lo cual un necesario proteccionismo se impone como tarea (el mismo que practican las economías metropolitanas).

Es indispensable reservar para el consumo local productos que aseguren el propio desarrollo e impedir que el personal cualificado –que han formado estos países- vaya a los mercados centrales como mano de obra barata.

Hay que asegurar la soberanía en alimentos, tal como hacen los países ricos, aunque los productos protegidos resulten relativamente más costosos. Hay que empezar por modificar paulatinamente el consumo nacional dando prioridad a lo más necesario.

(Fotos: Pixabay)

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