En Foco, Opinión

El libro que llegó clandestinamente a Cuba

Qué iba a imaginar Gabo, el autor de “Cien años de soledad”, y continuador de Cervantes en nuestra lengua, al que se le negó la “visa” para venir a conseguir trabajo a Cartagena de Indias – porque en su tierra se moría de hambre -, que su libro se iría clandestino en un avión para Cuba.

 

Armando Orozco Tovar

 

Resulta que estas cosas le suceden a los buenos libros. Digamos, los que son imprescindibles, y que siempre van a parar a lugares insólitos y no a sitios equívocos. Porque tienen vida propia y continúan sus inverosímiles viajes en la realidad.

Fue así como el libro mayor de Gabo se embarcó en el primer desvío aéreo de Colombia, realizado por miembros del E.L.N, Ejército de Liberación Nacional, los cuales un día de los “años maravillosos” resolvieron arriarse como mula un avión todavía de hélices como si fuera un helicóptero al revés. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…” entrevisté, con maquinita de escribir y grabadora de periodista bisoño, a uno de los comandos de la operación llamado por la prensa del momento: “Pirata aéreo”, el cual entre sus tantas aventuras y desventuras me contó, que antes de abordar con sus compañeros la nave en el aeropuerto, en una librería se embolsilló uno de los ejemplares de la obra maestra de Gabo, que años después con el resto de su obra le daría la gloria en vida.

Esa primera edición de “Cien años de Soledad”, tenía pintado en su portada un navío del siglo XVI, parecido aquel que quiso venir Miguel de Cervantes Saavedra a trabajar al nuevo continente.

Y dónde seguramente Gabo escribiría su inmortal novela y con la cual nos hubieran consagrado dos veces para la inmortalidad.

Fue así como “Cien años de Soledad , la obra cumbre del Bum latinoamericano, subrepticiamente atravesó el Caribe en el maletín de mano acompañada por las armas de asalto del guerrillero.

Cuando el avión aterrizó con él y sus “compañeros de viaje” en la isla, y se asentaron por fin tranquilos en una enorme casa de escaleras de mármol y piscina de aguas transparentes, se sumergió ebrio en la alberca de la lectura del libro alucinante de Gabo, el cual jamás, en todos los años de su vida, como pasó con la realidad del país, se le ‘descuadernó’ en la memoria. Nadie puede predecir el camino de los libros una vez salen de la imprenta.

Porque al encontrarme años después en la carrera Séptima de Bogotá con el personaje de las hélices cóncavas, con “Pirata aéreo” (calvo, sin pasión, ni pensión como la mayoría de los colombianos, y “frente al pelotón de fusilamiento de un transitorio puesto oficial con todas sus guerras perdidas como las de José Arcadio Buendía), me dijo: “Periodista: le cuento, que este texto de Gabo me siguió inclusive hasta una “Cárcel del pueblo” del M-19, que ayudé a construir a comienzos de los setenta.

El libro es el mismo ejemplar acompañante de mis tenaces aventuras, y está bastante trajinado con manchas de café y cigarrillo por todas partes por mis constantes lecturas en diferentes sitios donde lo he llevado, y con él espero como Bolívar, pero cuando Gabo me lo firme, “bajar tranquilo al sepulcro”, porque ya estoy cumpliendo setenta y él 85 años». “Y también hermano para que me le ponga una dedicatoria como sólo – me han contado – Gabo las sabe hacer, tan buenas como sus “Cien años de soledad”, que para mí en todos estos años ha sido como una casa en el aire.”

(Fotos: Pixabay)

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