En Foco, Opinión

Gabo y yo

No siempre me llevé bien con Gabo. Lo conocí a través de una lectura obligatoria de “Crónica de una muerte anunciada” cuando empecé mi curso de estudios españoles y latinoamericanos en la entonces Politécnica de Londres a finales de los años 80.

 

Jake Lagnado

 

Había algo que sencillamente no estaba entendiendo, aun cuando había disfrutado con otros relatos cortos de él en la pantalla: a través de una serie de los sábados por la noche en Londres en la BBC1, y en el cine en Buenos Aires.

Este último fue justo después de aterrizar en el continente por primera vez en mi vida, y me alivió ver que mi español limitado sobrevivía a la terrible experiencia, pero el mundo de amor caribeño y venganza de Gabo seguía pareciendo tan exótico visto desde Argentina como desde Gran Bretaña.

Por supuesto, me identificaba con el amor no correspondido y el dolor de “El coronel no tiene quien le escriba”, cuyas cartas nunca se abrieron, en un tiempo en que la correspondencia manuscrita era central en la vida emocional y política.

Pero no empecé a leerlo. Nunca había conocido a un colombiano excepto en esas películas, y todo parecía tan lejano.

De Argentina me mudé a Perú, donde Colombia empezó a emerger en mi conciencia a través, entre otras noticias, de la huida de Alan García en la época del autogolpe de Fujimori de 1995, escondiéndose en una obra en construcción, en Lima, antes de encontrar refugio en Colombia, donde se convirtió en comentarista radiofónico entre las presidencias de regreso a su país natal.

Pero es un profesor de primaria en Cuzco al que tengo que agredecer el haberme iniciado a la escritura colombiana: no la de Gabo, sino las perfectas historias cortas del nada global Manuel Mejía Vallejo, al que leí mientras cruzaba hacia Colombia por avión, barco y bus hasta su ciudad natal de Medellín.

Desde de una ciudad industrial en un valle abrasador en las montañas centrales, el mundo de Gabo seguía resultando esquivo, y en su lugar estaba su enemigo Vargas Llosa que me captivó con su relato de dos trotskistas en «Historia de Mayta», que me inspiró para hacer mi primera incursión en la ficción amateur. En la Universidad Nacional leímos un extracto de Gabo en defensa de un futuro para los niños del país: “Por un país al alcance de los niños”.

Su llamamiento tenía sentido en una región golpeada diariamente por una guerra que se extendía por los rincones de las calles alrededor de mí hasta las plantaciones de banana en la costa. Pero Gabo todavía parecía venir de un lugar totalmente distinto, en algún rincón del cielo…

Lo imaginaba en Ginebra, en Barcelona, lamentándose por las noticias de su tierra entre cafés con diplomáticos de las Naciones Unidas y editores.

Aún así, quizás esa distancia le permitía responder con una réplica memorable a todos aquellos que lamentaban la imagen de su país en el extranjero que era algo como: «Colombia no es lo que parece en las noticias internacionales, es mucho peor».

Viajando en el taxi de un amigo en un trayecto de 16 horas por Pascua a la frontera ecuatoriana para renovar un visado caducado, leí “La increíble y triste hitoria de la cándida Eréndira y su abuela desalmada», mientras intentaba recuperar mi relación con una novia que estaba terminando sus estudios en la escuela nocturna tras haberlos abandonado en la adolescencia.

A diferencia de muchos, ella terminó el libro, aunque sigo pensando que de alguna manera convertir a un autor en obligatorio en la escuela es el beso de la muerte.

Diez años después en Londres sucumbí, y decidí a leer “Amor en los tiempos del cólera” en inglés.

Al hacerlo, corté el nudo gordiano por el que durante veinte años no había leído una sola novela de García Márquez, pues estaba con,vencido de que el español haría de aquél un infeliz intento lingüístico. Mientras tanto, el sacerdote dentro de mi cabeza me repetía continuamente que para un supuesto hispanohablante sería pecado leer una traducción. Por tanto un invierno me transporté al calor de la costa que tanto había repelido, y al final me reconcilié con Gabo a través de su increíble relato sobre las pruebas del amor en la vejez.

(Traducido por Noelia Ceballos) – Fotos: Pixabay

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