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La nueva autocracia: ¿intolerancia liberal?

Esta fotografía dinámica y convincente (con copias mal ejecutadas y derivadas de otras realizadas más recientemente) de Alexander Rodchencko (1924) de la actriz, escritora y radical política judeo-rusa Lilya Brik (1891-1978) es enigmática. ¿A quién o a qué llama? ¿Quizás intenta despertar a los sordos, que no quieren oír?

 

Alexander Rodchenko – Lilya Brik (1926). Imagen: CEA+/ Flickr. Creative Commons License.

Nigel Pocock

 

Esta fotografía puede ser una metáfora involuntaria de la vida de Lilya. Hermosa, con talento y doblemente vinculada a la «cheka» (NKVD, policía secreta), la vida de Lilya fue tan inestable como creativa; ¿quizá ambas cosas eran necesarias la una para la otra? Su apodo era «amor», pero no un «amor» que tal vez redundara en beneficio de todos. ¿Ni de la sociedad, ni siquiera de sí misma?

Los psicólogos señalan que es afrontando la complejidad, y abordándola, como se desarrollan las habilidades para resolver problemas.

Retirarse a la simplicidad y la negación no es la respuesta, salvo en circunstancias extremas, como una enfermedad terminal. Incluso entonces, puede que no sea la solución definida por el amor: ¿Cuál es la mejor respuesta para todas las personas?

La periodista Angela Saini comenta en una entrevista reciente (Revista de Historia, marzo de 2023) que si bien la Revolución Rusa quería la igualdad para todos, fracasó en lo que respecta al género, volviéndose autoritaria y brutal en extremo. ¿Por qué no funcionó este ideal? El Partido simplemente no pudo cumplirlo.

Incluso en la década de 1980, había muy pocas mujeres en (por ejemplo) la dirección del partido comunista. Nunca se exigió a los hombres que trabajaran en casa. Decir que había igualdad de género fuera del hogar, y no dentro, era una psicología social muy pobre. Cuando hay verdadera igualdad (como han demostrado Wilkinson y Pickett en su obra clásica, The Spirit Level) todas las disfunciones sociales tienden a disminuir drásticamente.

Lilya habría sido consciente de las aspiraciones del Partido y de su ideología. Pero aun así se habría enfrentado a una ardua lucha. Rodchencko y Lilya promovían los libros y la lectura, pero ¿hasta qué punto tuvo éxito esta herramienta crucial?

Este es el dilema de los utópicos en particular, que son los peores perpetradores de la violencia extrema.

No se trata de «amor» (αγαπε, agapē) en el sentido de buscar lo mejor tanto para la sociedad como para los individuos, sino de dar prioridad al propio grupo de élite, al Partido Comunista o a cualquier otro partido, con castigos (potencialmente extremos, incluso la muerte y el genocidio) en caso de incumplimiento.

¿Es realmente «amor» el amor a una ideología? ¿Cerrar el debate, no criticar, etiquetar a la gente como enferma (como hacían los psiquiatras soviéticos y como se hace hoy con las personas con supuestas «fobias») es «amor»? En el sentido de ágape, claramente «amor» no es, como veremos.

Necesitamos tener más amor (ágape) por las personas, y dejar de etiquetarlas con islamofobia, cristianofobia, homofobia -y tantas «fobias» como la imaginación liberal desenfrenada (sic) pueda idear o concebir.

¿Excepto la liberalofobia? ¿Qué es entonces el «amor»: ágape, eros, philia? ¿Cómo podría aplicarse cada uno de ellos al grito de Lilya Brik, a la sociedad occidental actual, con su narcisismo desbordante? ¿Intentaba despertar a los sordos, como quería ella, como radical utópica?

¿Amaba Lilya (agape), o amaba (eros, que suele entenderse como deseo sexual, pero que posiblemente, en consonancia con el amor desinteresado, signifique impartir valor), o amaba, philia (amor de comunidad y relación)?

¿Comprendió Lilya lo que implicaba su matrimonio abierto de juventud y cambió de opinión al llegar a la madurez? ¿Cómo entendía el «valor» altruista y la sexualidad? ¿Y la comunidad altruista?

¿El ideal del Manifiesto de abolir el matrimonio en realidad socavaba la igualdad y aumentaba la explotación? ¿Sólo para que el matrimonio fuera reinstaurado más tarde por Stalin?

¿Y entonces? ¿Estamos hoy en una situación similar? ¿Se ha convertido el liberal en autócrata, y lo es, al socavar paradójicamente la democracia con la simplicidad, con la negación de la crítica y la revisión? ¿Con el castigo por incumplimiento?

Como descubrió un trabajo de investigación, ¿podría ser que los liberales y los radicales, al tiempo que afirman que quieren (y aman) a todo el mundo, afirmando que quieren lo mejor para ellos y para la sociedad, también operan un fuerte «sistema de descreimiento»? De hecho, esto es precisamente lo que se ha descubierto.

Porque, aunque supuestamente afirmaban este «amor» por todos los grupos sociales, de hecho parecía que creían que amaban a todo el mundo, siempre que estuvieran de acuerdo con ellos sobre este supuesto amor.

Si algún grupo (los conservadores evangélicos fuertes, por ejemplo) rechazaba este «amor», era culpable de «intolerancia» y estaba fuera de lugar. Paradójicamente, ¡no se les podía «tolerar»! Independientemente de lo que afirmara el sistema de creencias, el sistema de descreencia lo contrarrestaba enérgicamente, si un grupo rechazaba el sistema de creencias.

Pretendiendo amor para todos, lo que había en realidad era, en cambio, ¡furia y odio! Una verdadera contradicción. Así, tu rechazo a mi sistema de creencias te someterá a mis reglas, ¡para asegurar la conformidad social! ¡Usted tiene una «fobia», y la crítica no se puede permitir! Así era la Cheka…

Una herramienta útil para garantizar esta persecución de las (supuestas) fobias son las estadísticas que muestran las diferencias entre la demografía real y la percepción pública de las mismas. En casi todos los casos de un compromiso social minoritario, éste se exagera en la mente del público en alrededor de un 30%. Esto es cierto en todas las culturas (aunque similares), como demuestran las comparaciones de las cifras de YouGov en EE.UU. y el Reino Unido.

Los gobiernos no difieren de la opinión pública en sus falsas respuestas: a menos, claro está, que se trate simplemente de un gobierno que juega a buscar votos en términos de respuestas públicas, a sabiendas en todo momento del enorme desajuste entre la realidad demográfica y las respuestas públicas.

Lamentablemente, parece probable que los políticos, aunque muchos (¿la mayoría?) probablemente se entreguen (como dijo Edward de Bono) al «parcialismo» en cuanto al uso selectivo de las estadísticas, en este caso, realmente se creen la fantasía. Así se niegan tanto la democracia como la complejidad, en favor de una supuesta simplicidad y monocultura extrañamente medievales.

Sin embargo, esto se opone a Darwin y a la ciencia evolutiva, en la que las tendencias del «tiempo profundo» con organismos simples que trabajan hacia una complejidad cada vez mayor son la norma aceptada.

Considerándose sabios, se han convertido en necios», como escribió un escritor hace 2.000 años. Esta es la locura y la contradicción del liberalismo: pretendiendo ser democráticos, en realidad están implantando la autocracia y la intolerancia.

(Traducido por Monica del Pilar Uribe Marin) Fotos:Pixabay

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