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Genes, discurso del odio y espacios de silencio

Dado que la expresión genética se ve profundamente afectada por los impactos sociales (tanto buenos como malos en términos de salud y patología), estos impactos no pueden predecirse. La adaptación es a la vida de un guerrillero revolucionario que vive en la selva, no a la de un pacificador.

Nigel Pocock

En su reciente libro, el profesor Jan Baedke (“Above the gene, beyond biology”) critica al aclamado Richard Dawkins por ser unidireccional y demasiado simplista. La realidad -al menos a nivel genético- no es unidireccional, formada por una simple causa y efecto a lo largo de una línea evolutiva y aparentemente determinista. Por el contrario, es fundamentalmente impredecible, aleatoria y muy compleja.

Dado que la expresión genética se ve profundamente afectada por los impactos sociales (tanto buenos como malos en términos de salud y patología), estos impactos no pueden predecirse. ¿Quién puede saber qué hay a la vuelta de la esquina? ¿Quién puede saber qué diferencia puede tener un retraso de 8 segundos en los resultados de la vida? ¿Quién puede saber si será bueno o malo?

Las interacciones sociales dinámicas marcan la diferencia, ya que cada día se producen constantes acontecimientos de este tipo que afectan profundamente a la posibilidad de que una persona quede traumatizada de forma permanente (y transmita este trauma de generación en generación) o se libere de tal devastación.

Esto reúne a muchos compañeros de piso aparentemente incompatibles, por ejemplo, teócratas como los calvinistas y los talibanes e ISIS, junto con secularistas como Stonewall y el Terrence Higgins Trust.

Ideológicamente son completamente opuestos, pero metodológicamente están unidos al sostener una visión unidireccional y determinista de la ciencia y la biología.

La ciencia no es aleatoria y fundamentalmente impredecible, sino que puede ser encauzada hacia una agenda sociopragmática o teocrática específica, que es casi segura si se cumple fielmente. Se trata de cuestiones políticas e ideológicas. No son biológicas, como creen erróneamente sus partidarios.

¿A qué se debe esto? Baedke sostiene que la respuesta está en la epigenética y, más concretamente, en la complejidad epigenética. Complejidad significa aquí dos cosas: complejidad a nivel estructural (moléculas), y  a nivel dinámico (impulsos eléctricos y químicos), y la constante interacción de éstos, provocada por los estímulos del entorno físico y social.

El nivel de complejidad es tal que los resultados de estas interacciones dinámicas son fundamentalmente imprevisibles, aunque pueden canalizarse, al menos en cierta medida (por ejemplo, en la reducción de los traumas sociales), reduciendo así las sociopatologías epigenéticas, en forma de expresión genética que puede ser fatal, o que puede ser beneficiosa para la salud y prolongar y aumentar la calidad de vida.

El concepto de plasticidad fenotípica (un entramado de causas que afectan a un mismo cambio, como el tamaño y el color) se observa en varias especies animales, y se atribuye a la densidad de población, al grado de depredación por parte de otras agresivas y a la calidad y cantidad de alimento, así como a variables estacionales, como la temperatura.

La epigenética no es nueva, ya que se remonta al menos a la década de 1940. En los últimos veinte años ha cautivado la imaginación del público, y puede que sea el cambio de paradigma más importante de la biología en los últimos tiempos. El núcleo de la epigenética es el descubrimiento de que la expresión de los genes se modifica constantemente mediante uniones químicas, tanto para bien (salud) como para mal (patologías/enfermedades), causadas a su vez por un estímulo ambiental.

Este impacto ambiental es potencialmente transmisible de generación en generación, aunque en algunos casos una patología puede revertirse por medio de uniones epigenéticas. Una causa puede, además, tener múltiples efectos, y múltiples efectos pueden tener una sola causa, todas ellas, en principio, imprevisibles. En este sentido técnico, la complejidad es un sistema adaptativo, que puede «canalizar» los cambios hacia la estabilidad frente a los cambios ajenos.

Todo esto suena completamente ingobernable y, por tanto, inquietante. La gente anhela la estabilidad y el control, un monocultivo, aunque lo niegue.

Intentarán imponerlo mediante el uso de la ley y el lenguaje, el «discurso del odio» y los «espacios de silencio», ya sea el de los laicos o el de los talibanes. La imprevisibilidad es el enemigo.

¿Qué ocurre entonces con la imprevisibilidad? Sencillamente, el martirio. Se cambia un futuro abierto por uno cerrado.

La adaptación es a la vida de un guerrillero revolucionario que vive en la selva, no a la de un pacificador.

La adaptación tendrá costes y beneficios epigenéticos, que en algunos sentidos son predecibles (los «durmientes» ascenderán a la cima, lo que suele significar los más violentos y despiadados), pero intervienen muchas otras variables, los genotipos y sus fenotipos adaptativos (por ejemplo, la fuerza física y mental, el pensamiento único, y más), todos los cuales se ven afectados de forma impredecible por la metilación y otros mecanismos químicamente facilitadores o inhibidores del gen. Rosalbina era miembro de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) cuando, en 2006, se hizo cristiana y empezó a hablar a la gente de Jesús y de que quería dejar las FARC. Luego fue ejecutada delante de su hija. No se puede tolerar tal imprevisibilidad; ¡es demasiado peligrosa y subversiva! Es un comportamiento adaptativo que habría socavado el ethos de las FARC de derrocamiento revolucionario violento, por otro tipo de guerra, una, de hecho, que le costó la vida a su fundador.

«¡Lo que he escrito, lo he escrito!», comentó el gobernador romano acusador.

(Traducido por Mónica del Pilar Uribe Marín) – Fotos: Pixabay

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