Los Nazis escondieron sus crímenes bajo el lema ‘el trabajo nos hace libres’. ¡Y tanto! Aunque ambos estaban de acuerdo en que la exterminación era el único desenlace adecuado.
Nigel Pocock
Hace tiempo que los historiadores y otras personas se han sentido cautivados por una sociedad aparentemente sofisticada como era la Antigua Roma, la cual podía ser también muy bárbara, un término algo irónico puesto que despreciaban a los que así se denominaban.
En su reciente y original libro (Desastres Romanos, 2013), el profesor Jerry Toner, hace la siguiente observación perspicaz: «El pasado nos proporciona una ‘vara de medir’ para que las siguientes generaciones de romanos puedan medirse. Recordad que Roma era una sociedad que disfrutaba de ver espectáculos de grandes luchas personales y sufrimiento en un contexto militarizado. Los gladiadores y las representaciones de batallas navales en la arena, dan una buena perspectiva del tipo de valores morales y fortalezas que se esperaban de una audiencia romana y que se requería de ellos para que Roma mantuviese su preeminencia»
Hay mucho contenido en estas observaciones que es directamente aplicable a otros estados violentos, la Alemania nazi, por ejemplo, y sociedades como las del Caribe bajo la esclavitud.
Una inamovible adhesión a una grandeza pasada, ya sea real o imaginada, era sin duda una característica tanto de Roma como de Nuremberg, como también lo era el amor por los grandes espectáculos como representación del control ideológico.
Ambos tenían cultura de ‘hombría’ y militarismo, y ambas eran obsesivamente jerárquicas y autoritarias. Ninguna de las dos toleraba a aquellos que se negaba a suscribirse a la pax deorum , como fuese que se entendiese.
Roma de hecho toleraba a los judíos (aunque de manera reacia), cosa que los Nazis no hacían. De todas formas, Roma dejo claro que los noxii no serían tolerados, si no destruidos. Para los Nazis, los judíos eran los noxii, junto con aquellos que no aceptaban la epifanía nazi.
¿Quiénes eran estas gentes? Noxii eran aquellos que habían dañado el status quo. Como la palabra latina sugiere, se les consideraba ‘nocivos’, un veneno en el corazón del estado.
Por lo tanto no tenían ningún derecho, pero se les garantizaba un castigo que se equiparase con el delito cometido. En el caso romano, esto significaba la peor muerte que la ley pudiese imaginar. Estas personas eran esclavos, extranjeros, criminales. Como todos los estados violentos, el Imperio Romano, en su propio estilo bizarro, se abrazaba a un ideal de ‘pureza’, donde la elite rige y el resto obedece.
Mientras el Imperio Romano se jactaba del uso de ejecuciones de los noxii (frecuentemente cientos de ellos) como una exhibición de virtud pública y política en la arena como medio para dar espectáculo y entretener, Nuremberg y Wansee no fueron tan lejos.
Los Nazis escondieron sus crímenes bajo el lema ‘el trabajo nos hace libres’. ¡Y tanto! Aunque ambos estaban de acuerdo en que la exterminación era el único desenlace adecuado.
Los romanos incluso contrataban a los noxii con un contrato que terminaría con la muerte del mismo en un año. Los trabajadores de los campos de concentración nazis eran voluntarios, como en el ejército del Imperio Romano.
La coherción es contraproducente. Incrementa la resistencia. Los ‘infiltrados’ dentro de un estado que tienen tendencias violentas, llegan a la cima.
Sus talentos son valiosos en la implementación de políticas sociales y militares del estado. Y, así como en los campos o en la arena, aquellas personas que compartían estas culturas, acabaron por disfrutarlas. Emperadores, fascistas, einsatzgruppen; legitimados ante sí mismos, la arena y los campos son buenos para el Estado. Los noxii son merecedores de esa suerte.
(Traducido por Ana Matesanz – Email: anais90@live.com) – Fotos: Pixabay