Globo, Latinoamerica, Reino Unido

La izquierda y lo que debe ser su nueva revolución

La necesidad de un fundamento teórico que sirva de norte a sus programas sería probablemente el mayor desafío para la izquierda, pues es precisamente el que permite definir las tareas estratégicas y las tareas inmediatas.

 

Juan Diego García

 

Al no tener un referente de largo plazo cualquier fuerza política de izquierda corre el riego de limitarse a aquello que brinda la oportunidad (el clásico «oportunismo»), dejando el objetivo final como una simple referencia para tranquilizar conciencias.

La experiencia comprueba que lo más sensato es conseguir que el logro de los objetivos inmediatos (generalmente las llamadas reformas) sirva para avanzar hacia los objetivos estratégicos (la revolución). Se trataría entonces de conseguir la adecuada relación entre las tareas de largo plazo (la estrategia, la búsqueda de un cambio radical, es decir que vaya a la raíz del problema) y la imperiosa necesidad de proponer objetivos inmediatos y realistas.

La experiencia de las grandes revoluciones contemporáneas indica que conseguir esta armoniosa combinación de lo inmediato con lo estratégico es difícil, pero al parecer es la forma más adecuada para que los agentes del cambio (masas y dirigentes) alcancen los necesarios niveles de consciencia política y de organización. Luego de la derrota clamorosa del modelo soviético y de la no menos lamentable decadencia de la socialdemocracia europea, la izquierda debería asumir la tarea indispensable de hacer un análisis crítico de ambas experiencias pues a ellas se deben los mayores avances del movimiento popular y en particular del movimiento obrero.

La Unión Soviética, al igual que la República Popular China consiguió sacar del atraso material y de la miseria a estos dos grandes países. La URSS fue, sin duda, el factor determinante en la derrota del fascismo, dando con ello a la humanidad un importante respiro en su lucha contra las formas más bárbaras del sistema capitalista.

La socialdemocracia, por su parte, juega un papel decisivo en la instauración del llamado Estado del Bienestar en Europa que dio a la clase obrera y a los sectores populares el mayor nivel de vida que jamás habían alcanzado.

Pero el llamado «socialismo realmente existente» que consiguió objetivos materiales, indiscutibles no produjo avances significativos en la renovación profunda del sistema de participación política. Tampoco tuvo logros destacables en la esfera de la cultura, de los valores básicos, esos aspectos que determinan de forma casi automática los comportamientos humanos. Seguramente el énfasis en los aspectos materiales del modelo soviético y la poca o nula preocupación por generar una nueva cultura conducen a la aparición y desarrollo de una nueva burguesía (empresariado del sector público) y el mantenimiento de las pautas culturales del viejo orden.

Serán la burocracia y los administradores de las empresas estatales quienes de diversas maneras terminan por convertirse en los nuevos capitalistas.

La falta de una verdadera revolución cultural explicaría que en el antiguo campo socialista aparezca religiosidad y nacionalismos que se suponía habían sido superados por el pensamiento racional y el internacionalismo.

La lección parece evidente: en lo material no se trata de imitar o superar al capitalismo en producción de riqueza sino de buscar una economía que asegure la satisfacción de las necesidades básicas y contribuya a resolver las contradicciones entre humanidad y naturaleza. En la actualidad, ese objetivo supone decidir democráticamente qué producir, qué no producir y en qué medida, algo que choca con el modelo consumista imperante y que hará que al menos una parte de la población se oponga. De todas maneras siempre ha sido así: en los grandes cambios socio-culturales emigra una parte de la población se vaya y deje de apoyar el cambio. Se trata de que ese porcentaje que se opone sea el menor posible.

El reformismo que fundamenta el llamado Estado del Bienestar en Europa es el resultado de una alianza táctico-temporal entre el gran capital y el trabajo que gestionan socialdemócratas y comunistas en nombre del movimiento obrero y popular.

La socialdemocracia, inicialmente, buscaba la reforma del capitalismo como avance al socialismo pero terminó conformándose con capitalismo «humanizado».

Le apoyaron sobre todo de los sectores obreros de mayores ingresos y muchas capas medias que el moderno capitalismo ha ampliado enormemente. Los comunistas, por su parte, aunque mantuvieron el objetivo socialista, en la práctica fue nada más que en el lenguaje pues en la práctica no trascendían a la socialdemocracia. Los primeros terminaron plegando sus banderas reformistas de antaño y abrazado sin rubor el modelo neoliberal, mientras los segundos (con contadas excepciones) impulsaron el llamado «Eurocomumismo», que en muchos aspectos hace lo mismo: claudicar en sus consignas revolucionarias.

Siendo estas las dos corrientes principales del movimiento socialista, por sus dimensiones y sus logros, es indispensable que la izquierda -sobre todo esa que se propone superar el capitalismo y empezar la construcción de un orden social radicalmente nuevo- haga el análisis crítico de estas dos experiencias. De esta forma puede buscar los motivos de su agotamiento y derrota y luego trazar las tareas para formular un modelo nuevo.

Debe empezar por un modelo económico que proponga formas realistas para «expropiar a los expropiadores» (la consigna tradicional del movimiento obrero y objetivo irrenunciable si se quiere ir a la raíz del problema) y que busque construir un orden político esencialmente diferente donde se conjuguen la democracia directa con las formas indispensables y necesarias del poder delegado.

Pero, sobre todo, debe, en lo posible, echar las bases de una cultura y orden social nuevos que hagan posible que «En sustitución de la antigua sociedad burguesa , con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos» (otra  consigna clásica del proletariado).

(Fotos: Pixabay)

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