Globo, Mundo, Reino Unido

Israel y Palestina como dos estados: la única salida

La propuesta de la Unión Europea, y al parecer apoyada por Washington, no se diferencia en lo fundamental de aquella propuesta que se aprobó en su día, que jamás se llevó a cabo y que fracasó.

 

Juan Diego García

 

Dicha propuesta fracasó porque más que dos estados (Palestina e Israel), eran y han sido hasta hoy una fórmula que impusieron las potencias occidentales y que no era otra cosa que la consolidación del proyecto colonialista mediante el cual los europeos (particularmente) mostraban  la intención de compensar a los judíos por la persecución a la que fueron sometidos durante siglos y que tenía su punto más sangriento en el holocausto. Llama la atención que para hacerlo las potencias occidentales sacrificaran a otro pueblo: el palestino.  En el Viejo Continente tampoco se hizo algo para compensar a otras minorías, víctimas del racismo, tal como sucedió con los gitanos, literalmente exterminados en Alemania en una proporción aún mayor que a los judíos.

Sucedió también con otras etnias menores, consideradas igualmente gentes de naturaleza inferior y por lo tanto merecedora del exterminio. Una idea semejante a los argumentos del sionismo con relación a los palestinos.

De todas formas parece muy complicado que la propuesta de los dos estados tenga posibilidades reales de tener éxito, al menos si depende solo de Israel; es indispensable que intervengan sus patrocinadores, de manera particular Estados Unidos.

Sin la ayuda -en todos los términos- de Washington y de Europa, Israel se vería obligada a algún tipo de negociación con los palestinos. Una nueva versión de la idea original de los dos estados -que jamás se cumplió- solo conseguiría generar una pausa, un alto al fuego, pero los motivos centrales del conflicto se mantendrían hasta que la dinámica del mismo desembocara en otra guerra.

¿Qué parte del actual Israel estarían dispuestos los sionistas a devolver a los palestinos? ¿Qué medidas de compensación darían a los millones de palestinos que fueron violentamente expulsados y que ahora intentan sobrevivir en países como Líbano, Egipto, Siria, Jordania y muchos otros, sin excluir Europa misma o los Estados Unidos?

¿Qué hacer con los llamados «colonos» que ocupan de manera abiertamente ilegal y violenta muchos territorios de Cisjordania, que agreden sistemáticamente a los palestinos para conseguir su expulsión y cuentan con la complicidad del gobierno sionista? Si las autoridades israelíes aceptasen una conferencia de paz, auspiciada por las potencias occidentales y sus aliados de los países árabes (que no son precisamente ejemplos de democracia y que en tantas formas resultan tan reaccionarios como el sionismo), ¿sería el estado palestino una entidad real -en todos  los aspectos- y no la caricatura grotesca de un estado como son ahora Cisjordania y Gaza, -en realidad otra forma del colonialismo sionista-?

Habría entonces que  empezar por identificar a los protagonistas directos del propuesto plan de paz que culminaría con la creación de dos estados, Palestina e Israel.

No parece que la denominada Autoridad Nacional Palestina esté en condiciones de representar debidamente a la población si se excluye a Hamas y a otras organizaciones de inspiración musulmana (tanto de derecha como de izquierda).

La estrategia de Israel ha sido muy exitosa buscando que esa Autoridad Nacional Palestina carezca de una representación que la legitime plenamente en un proceso de negociación de paz; literalmente Israel ha destruido a la Autoridad Nacional Palestina, fomentando las luchas entre las diversas agrupaciones sociales y políticas de los palestinos.

¿Sería viable desconocer a Hamas y a otras agrupaciones similares en ese proceso de paz si de hecho son ya ampliamente mayoritarias en la franja de Gaza y al parecer han conseguido también grandes apoyos en Cisjordania, entre los mismos palestinos que viven en Israel, no menos que en el resto de mundo árabe y musulmán?.

Occidente tendría que olvidarse de considerar a estas agrupaciones políticas -y a las bases sociales que las sustentan- como «terroristas», probablemente de las misma forma que en su día dejó dejar de considerar terroristas a Nelson Mandela o a Jomo Kenytta, o más directamente al mismo Arafat. Los dejaron de considerar terroristas cando la real correlación de fuerzas obligó a considerarlos como lo que realmente eran: patriotas que luchaban por la independencia de sus pueblos, utilizando a veces métodos muy violentos, tan violentos como los que utilizaban los británicos y los racistas sudafricanos o el estado sionista, y no muy diferentes de los utilizados en su día por el movimiento sionista cuando era una agrupación clandestina.

Ademas los grupos más radicales entre los palestinos -Hamas y similares- pueden moderar sus posiciones admitiendo convivir con los israelíes en los dos estados si la propuesta tiene suficientes bases y credibilidad.

Israel tendría que ofrecer mucho para conseguir un acuerdo de fundamentos sólidos que abra el camino no solo a soluciones para las formas más dramáticas de la situación actual sino que permitan avanzar hacia la real convivencia de ambas comunidades. Y, por qué no, que se constituya un solo estado en el cual convivan pacíficamente judíos, musulmanes, cristianos, no creyentes y otras etnias menores que son igualmente discriminadas y perseguidas en la actualidad.

En Israel parece que aumenta el porcentaje de la población judía que aceptaría un tipo de solución de esta naturaleza moderna y democrática: judíos no religiosos, no pocas de las personas mayores que sobrevivieron al holocausto y observan con horror cómo el sionismo repite con los palestinos actuaciones similares a las que el Tercer Reich tuvo con ellos, y hasta una parte de los judíos ortodoxos, que por motivos religiosos no aceptan al estado de Israel y conviven ya pacíficamente con los palestinos.

La sociedad israelí está pues lejos de identificarse por completo y de forma incondicional con el sionismo, en particular con sus formas más agresivas y criminales.

Es cuestión de tiempo que el desarrollo de los acontecimientos reduzca la influencia social y electoral del sionismo -al menos en sus formas más extremas.

El apoyo de las potencias occidentales está sujeto a cambios substanciales al tenor de la correlación mundial de fuerzas entre las potencias tradicionales y emergentes, China y Rusia en particular. El conflicto les afecta, sin duda; y en estos casos parece prudente no olvidar que en la relación entre naciones no hay amigos sino intereses. Por tanto la suerte de Israel -al menos en su forma actual- depende mucho menos de sus fuerzas internas que de esa correlación global. Israel nace y se ha mantenido por 75 años gracias al apoyo permanente de esas potencias occidentales que siempre vieron en Israel una base militar en su competencia primero con la Unión Soviética y ahora con Rusia y China.

Por la misma razón, si a Occidente no le conviene en un momento determinado un Israel de sionismo extremo como el actual, tiene armas suficientes para presionar cambios substanciales de manera que su propuesta de los dos estados tenga posibilidades.

Lo cierto es que un estado como Israel no es precisamente un factor de tranquilidad para Occidente ni tampoco un hogar seguro y tranquilo para las familias judías que por los motivos que sean (religiosos o culturales) desean vivir en Palestina, en la tierra que hace más de dos mil años era la tierra de sus más remotos antepasados, de la misma forma en que lo era de otros pueblos tan semitas como ellos, incluyendo por supuesto a los muchos árabes que luego fueron asimilados por el islam o por el cristianismo.

(Fotos: Pixabay)

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