Maltratada y casi asesinada en Latinoamérica por su expareja, huyó a España donde conoció el racismo. Lleva casi tres años en Londres y ahora se enfrenta a explotación laboral: salarios impagos, sobrecarga de trabajo, hasta el punto de no poder caminar, y abusos verbales, entre otros.
Virginia Moreno Molina
María* creció en un ambiente violento donde su padre maltrataba a su madre continuamente. Y su timidez la hizo dependiente de su madre y hermana mayor para realizar cualquier diligencia de papeles o agendar y atender citas. Una dependencia y miedo que afectó su vida personal.
En 2004 vivía con su pareja. “Me pegaba constantemente y estaba con él por miedo y la presión social”, explica. Se desahogaba con sus amigas, pero siempre le reprochaban el hecho de que una mujer no debería de estar sola y que se quedaría soltera. Por eso, María nunca le dijo nada a su familia y aguantaba en silencio palizas y prohibiciones de todo tipo. La última vez que fueron a una fiesta, su expareja no la dejó que mirase a nadie, la increpaba todo el tiempo asegurándose de que solo mirara hacia el suelo.
“Una vez me tiró a una laguna, me tuve que agarrar de él y treparle por los pies”, recuerda.
Después de dos años y de aguantar todo tipo de abusos, intentó romper la relación, pero su expareja le respondió: “Si te alejas de mí, no vas a ser ni para mí, ni para nadie”.
María pensaba que solo eran palabras, pero un día que discutieron la metió en el automóvil y la llevó a una montaña en las afueras.
La estuvo golpeando hasta que amaneció y ella solo podía taparse la cara. “Todo mi cuerpo estaba lleno de magulladuras y ese día me escapé andando todo el camino hasta casa”, explica.
Poco después su familia se enteró y lo denunciaron, sin embargo, él escapó. Fue entonces cuando su madre le aconsejó irse a España, por el miedo a que la encontrase y la asesinase.
Llegada a España
María no esperó mucho más, habló con una amiga que tenía en Barcelona y en diciembre de 2006, compró un tiquete económico para Madrid. Sin embargo, cuando llegó a la capital española era Navidad, se encontró sola, la amiga que la iba a recibir no contestaba el teléfono, e intentaron robarle el dinero cuando compartió un taxi con otras mujeres. Después de varios días, pudo contactarse con otra amiga en Andalucía, llegó en Año Nuevo y se quedó y esa ciudad se convirtió en su hogar por once años.
Estuvo un tiempo sin papeles de residencia o trabajo, lo cual hizo su búsqueda laboral aún más complicada.
“Apenas tenía para sobrevivir, vivía triste”, cuenta rememorando aquella etapa.
No podía viajar ni acercarse a las estaciones por los controles que habían, vivía con miedo de que en cualquier momento la policía la fuera a arrestar.
Estuvo cuidando una señora en el hospital y allí conoció a otra familia con la que trabajaría más tarde y le ayudaría a conseguir los papeles y el pasaporte.
Se quedó con esa familia hasta que la mujer a la que cuidaba falleció. Sin embargo, esto coincidió con la crisis financiera, por lo que María no encontraba mucho trabajo y prácticamente en ningún sitio los jefes querían para su seguridad social.
También, explica que había mucho racismo porque era un pueblo pequeño. “Siempre nos insultaban, nos decían que las ‘sudacas’ les quitaban el trabajo a los españoles, que éramos mano de obra barata”.
Cansada de la situación, se arriesgó con una amiga y en 2017 viajó a la capital inglesa.
Primer contacto con Londres
Lo primero que se encontró allí fue el abuso por parte de la casera donde buscaron alojamiento. Entonces María y su amiga decidieron marcharse a probar suerte en Elephant & Castle. “Dios no nos va a abandonar”, le dijo María a su amiga.
Allí conocieron a una peluquera que les comentó que había un trabajo en un hotel. Sin casa y sin saber muy bien qué hacer, aceptaron.
La mujer que las contrató era latina, el único punto de contacto y la que les dijo que si necesitaban algo que se lo dijesen. Más tarde se darían cuenta de que esa misma mujer era la que las explotaba.
Las separaron en diferentes hoteles localizados en las afueras de Londres. María era la única latinoamericana en ese hotel y no entendía nada de inglés.
Les hacían trabajar todos los días, incluidos fines de semana. “Pasé tres meses muy malos: me enfermé, trabajábamos muchas horas y no nos pagaban todo, no nos enseñaban la nómina [recibo del sueldo]…” Les hacían limpiar tantas habitaciones que, para aguantar el dolor, María tenía que tomarse hasta 4 ibuprofenos diarios.
Los primeros días no podía ni caminar, pero trabajaba por necesidad ya que en España debía dinero en la casa en la que había estado viviendo y quería pagar la deuda. Además, dormían en el hotel en habitaciones pequeñas que compartían con más personas y por las que les cobraban £300 por cama.
Esos tres meses no la afiliaron a la seguridad social e incluso no le pagaron todo el sueldo.
María cuenta que había mucha gente del este de Europa. “Me daba tanta tristeza cómo los explotaban también, tenían hasta ampollas en los pies”, explica.
Después de esa experiencia volvió a España por cinco meses, sin embargo, no encontró empleo así que decidió regresar en 2018 a Londres para probar suerte de nuevo.
Continuos abusos
Como al irse a España dejó sus cosas en hotel donde vivía y trabajaba, a su regreso no las encontró, pues la dueña se había desecho de todo al ver que María no quería volver allí.
Pero María encontró un trabajo en una empresa de limpieza donde se quedaron una semana con su pasaporte y el número de seguridad social. Trabajó dos días a prueba, pero no le pagaron.
Después encontró un puesto en una escuela en Aldgate. El supervisor era portugués. “Estuve trabajando 3 meses y en el último mes entró una supervisora que quería aumentar mi carga de trabajo, pero no lograba cumplir todas mis tareas”, explica María.
Al no conseguir terminarlas, la supervisora abusaba verbalmente de ella, gritándola. Cuando María le pidió que dejara de gritarle, la despidió. El último mes le pagaron £400 menos. “Me dio mucha rabia e impotencia, pero no podía hacer nada, y ellos saben que no puedo hablar inglés, así que abusan”, cuenta.
Denunció su situación al sindicato al que pertenece y al que están afiliados principalmente limpiadores migrantes y trabajadores con bajos salarios. Pero “hasta ahora no me han llamado ni me han dicho nada desde hace un año”.
Pluriempleada
Los trabajos de limpieza se caracterizan por no ser estables y por ofrecer pocas horas, por lo que, para tener un sueldo decente, es necesario tener varios empleos.
María encontró una empresa de limpieza donde le pagaban lo mínimo, pero le complementaba el otro trabajo que tenía.
Limpiaba en una tienda en Oxford Circus. “Como vendían maquillaje te hacían trabajar con acetona y eso me provocaba dolor de cabeza”, explica. María recuerda que solo le proporcionaban guantes y productos de limpieza, pero no máscara o ninguna otra protección. “Las chicas que trabajaban en la tienda nos decían que teníamos que dejar los suelos brillantes”, cuenta y añade que “de las dos partes había mucha presión, incluido nuestro jefe, el cual era latino y a veces, la gente latina es la que más te explota, es muy triste”.
Después de tres meses, cuando fue a pedirles las vacaciones que le correspondían, se las negaron ya que, según ellos, tenía que esperar un año, así que decidió irse. “Nosotros que nos sacrificamos trabajando por dos horas con los productos, envenenándonos y encima robándome horas en cada nómina…”, cuenta enfadada María.
Volvió a pedir ayuda al sindicato pues no le pagaron las vacaciones, pero aún no la han ayudado: “Desde mayo [de 2019] tampoco me han vuelto a decir nada”.
“A veces me decepciono de este sindicato. Ellos deberían preocuparse más y avisarme si mis casos se pueden solucionar o no”.
María dice que otras personas también le han comentado que ese sindicato no las ha ayudado. “A unos les irá bien y a otros mal, pero hablo de mi experiencia”, comenta.
Cuando se fue de esa compañía, empezó a trabajar en otra empresa de limpieza tres horas al día durante cuatro meses.
Pero todo el tiempo la cambiaban de lugar, según ella, a los sitios más sucios repartidos por Oxford Circus. Incluso un día querían, dice, que ella firmase un documento en nombre de otra persona.
Después de tres meses, le preguntó al supervisor si ya estaba permanente, pero éste le dijo que no.
“Me dijo de todo verbalmente, me gritaba, me trataba fatal”, dice María. Entonces se marchó. “Estas empresas cambian de personas como cambian de calcetines”, sentencia.
*María es un nombre ficticio a petición de la entrevistada para evitar futuras represalias antes sus denuncias.
(Fotos: Pixabay)