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Tiempo urbano: reglas para vivir

Llevo más de treinta años trabajando en Londres, tratando de comprender la naturaleza de la experiencia urbana. A veces lo hago desde una perspectiva de ciencias sociales supuestamente objetiva: hechos y cifras.

 

   Steve Latham

 

En otras ocasiones, la manera emotiva de entender comprender el modo de vivir en la ciudad, desde un punto de vista interior y muy subjetivo, parece abrir más perspectivas de comprensión.

Hace un par de semanas publiqué la columna “Viviendo la flecha del tiempo”, que exploraba la sensación del tiempo apresurado, acelerado, que caracteriza, desciende, en la mente del habitante de la ciudad. Amenazaba con volverse un poco abstracta; a veces, la reflexión sobre la realidad llega a separarse de la acción, a medida que nos adentramos en la estratosfera de la teoría.

Por lo tanto, alguien preguntó si existe alguna implicación. Por supuesto, no era ese tipo de fragmento, sino una reflexión, un estribillo de ideas.

No obstante, es una buena pregunta. ¿Cuáles son las implicaciones prácticas de vivir la flecha del tiempo entre lo apresurado, lo acelerado?

El filósofo Rupert Sheldrake hace referencia a un “campo de fuerza” o resonancia morfológica, de modo que aunque vivimos en un área urbana, una zona geográfica, también contiene muchos escenarios contiguos.

Por ello, mientras atravesamos la ciudad podemos pasar de un código a otro. Realizamos una especie de heteroglosia entre las tribus a través de las diferentes comunidades de experiencias vividas.

Los límites de los códigos postales delimitan tanto a los adultos como a los niños. Pero estas fronteras expresan también patrones de estilos de vida de consumo y modelos educativos, basados en la clase y las identidades y marcadores culturales.

La desterritorialización de los recientes movimientos mundiales de capitalismo se complementa y corrige mediante una reterritorialización, identificada por Gils Deleuze, basada en la pluralidad, diversidad, multiplicidad y pertenencia.

Conocer gente de otras comunidades en Londres, es como una serie de discretos círculos en movimiento, ruedas dentro de ruedas, de relaciones entrelazadas de repente.

Esto sucede en bodas, funerales y ceremonias infantiles, donde los conocidos nos invitan a lo que los fenomenólogos denominan su ‘mundo vital’.

De repente, sin necesidad de éxoticos viajes al extranjero, nos damos cuenta de otra forma de ser: otra, diferente, un descubrimiento ontológico.

Navegando a través de costumbres incomprensibles para nosotros, nos vemos arrojados a la incertidumbre, la ansiedad, la fascinación, el asombro. Esto requiere un comportamiento adaptativo.

El libro de James Gleick, “Faster”, detalla cómo aumentó esto a través de la sociedad urbanizada, globalizada y tecnológica de hoy en día. Estamos obligados a enfrentarnos a los otros, a diario.

Por la mañana, nos topamos con un comerciante somalí; al mediodía, con un trabajador del ayuntamiento árabe; y por la tarde, con un conductor de autobús congoleño; todo esto antes de llegar a casa para encontrarnos con nuestra pareja de otro país.

A cada paso, nos encontramos con la necesidad de negociar dislocaciones, no solo espaciales sino también temporales, que, en base a nuestra respuesta, pueden atraernos o repelernos.

Esto exige flexibilidad, disponibilidad; una constante re-adaptación. Siempre estamos entrando en el flujo, buceando vestidos de arriba abajo.

Requiere una apertura hacia los demás, los diferentes; una continua re-orientación. Es inquietante, pero algo con lo que necesitamos sentirnos felices.

Tenemos que dar la bienvenida al nuevo, hablar y escuchar a la gente, para aprender de sus vidas. Todo esto es muy vago y confuso.

Lejos de cualquier conjunto de recomendaciones específicas, implica una actitud mental, posicionarnos desde el afecto, la emoción.

(Traducido por Iris María Blanco Gabás – Email: irisbg7@gmail.com) – Fotos: Pixabay

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