Globo, Reino Unido

Separatismo, nacionalismo y autodeterminación de los pueblos

El conflicto catalán a pesar de sus necesarias particularidades afecta en diversas maneras a otros países (no solo del Viejo Continente). La cuestión tiene su origen en la manera como se han formado los Estados modernos, más cerca del modelo autoritario de Hobbes que del pacto civilizado de Rousseau.

 

Juan Diego García

 

Porque a pesar del éxito (y necesidad) del centralismo y de la formación de los Estados en torno al más fuerte (sobre todo en términos militares) lo cierto es que se conservan las identidades nacionales con bastante fortaleza: lengua, instituciones propias, costumbres, arte y hasta el mismo territorio reivindicado, algo que amplía los espacios de confrontación.

Para muchos catalanes, por ejemplo, su país incluiría parte del sur de Francia, y para algunos más ambiciosos, los llamados Países Catalanes (sobre todo por las semejanzas lingüísticas) comprenderían hacia el sur de la península bastante más de lo que hoy se reconoce como Cataluña. Igual sucede con Euskadi; pues para los independentistas vascos su nación comprende igualmente Navarra y también áreas del sur de Francia (el llamado País Vasco Francés).

En realidad no tiene sentido (ni necesidad) negar la realidad de estas nacionalidades ya que además de los elementos objetivos (la lengua sobre todo) existe de hecho como idea  en el imaginario colectivo de grupos sociales nada desdeñables. Tampoco tendría mayores fundamentos  desconocer las relaciones internacionales de la modernidad que hacen real y necesario un vínculo cada vez más estrecho (y no siempre igualitario ni justo) entre naciones.

La misma Unión Europea es una necesidad estratégica en el complejo entramado mundial si es que se quiere jugar un papel de suficiente solvencia en la defensa de los intereses nacionales. Las modernas uniones de países en todo el planeta, cada cual con su diferente grado de éxito, constituyen una realidad que obliga a conjugar razonablemente lo propio con lo común.

No solo la Unión Europa responde a esta dinámica; igual sucede en las alianzas en el Lejano Oriente, en el mundo árabe, en América Latina, y en los esfuerzos que hacen los Estados Unidos por construir su propio entramado de aliados y seguidores en un mundo de tan intensa diversidad de intereses y de competencia tan dura por materias primas, mercados y zonas de influencia.

No es sencillo conjugar el interés local con las exigencias de un mundo crecientemente “globalizado”. Pero algo si es seguro: solo los países continentales como Rusia, China, India o los Estados Unidos tienen por sus dimensiones territoriales y de población (por supuesto, debido a su potencia económica y de recursos)un margen de maniobra de suficiente autonomía. El resto tiene que buscar alianzas nacionales que permitan alcanzar una dimensión suficiente. El caso de la Unión Europea es seguramente el más exitoso de estos retos, y lo es menor en el caso de Centro América, Suramérica y el Caribe.

El “universalismo” sin más –como proponen algunos-, la renuncia de entrada a la propia identidad en un mundo en el que lo nacional sería una antigualla, resulta tan poco apropiado a las exigencias actuales como el nacionalismo extremo y hasta xenófobo y excluyente que remite casi siempre a pasados “gloriosos”, imperiales o a mundos de Jauja que solo existen como construcciones ideológicas de clara (y endeble) justificación.

Mucho de esto se registra en el debate sobre España y Cataluña dificultando un diálogo constructivo entre ambos nacionalismos, restando espacios y oportunidades a voces sensatas que no se dejan arrastrar por los discursos extremos de ambos bandos.

El gobierno de Pedro Sánchez tiene sin duda un enorme desafío en la gestión del problema catalán y, en potencia, también del vasco. Un desafío que consiste (considerando que sus bases sociales son ante todo españolas y en no poca medida “españolistas”) en encontrar alguna fórmula de tipo federalista que haga posible la permanencia de Cataluña dentro del Estado español. Sánchez no tiene al parecer muchos apoyos internos.

Las derechas del Partido Popular y Ciudadanos (con un lenguaje y argumentos similares a los esgrimidos por los neonazis de Vox- tercera fuerza en el actual parlamento) remiten sin más a la idea de una España gloriosa e imperial, es decir, a un pasado remoto que duró un poco más de lo necesario para circunnavegar el planeta y hacer de soldados conquistadores (junto con Portugal) que sometieron el mundo en favor del naciente capitalismo (en Holanda e Inglaterra).

Y poco más que la “gloriosa España” argumenta la derecha. No le anda lejos una parte del mismo partido de Sánchez (PSOE) que de forma vehemente defiende la “unidad de España” y reitera la negativa al derecho de autodeterminación de los pueblos, derecho calificado como algo contrario a la misma democracia, sin considerar que, por ejemplo, este principio es admitido-con la debida reglamentación- en países tan democráticos como el Reino Unido y Canadá.

Ni el reino de España, ni casi ninguno de los actuales Estados del continente europeo se formó luego de un proceso civilizado de acuerdos entre pueblos; por el contrario, casi todos fueron fruto de la victoria sangrienta de una país o región sobre las restantes, obligadas tras la derrota a formar parte del nuevo Estado moderno, sometidas a los designios de un centralismo que en unos casos resulta extremo (Francia) y en otros se compensa con un federalismo moderado (Alemania, Reino Unido).

La disolución de la antigua URSS –con sus precedentes históricos en el imperio zarista- sería un ejemplo de la manera traumática de alcanzar la armonía entre naciones que devinieron en parte de otra mayor y buscan su independencia, que no por legítima deja de tener aspectos negativos y grandes inconveniencias.

Pedro Sánchez ha abierto un proceso de diálogo con el independentismo catalán, seguramente con el objetivo global de encontrar una mejora al actual sistema federal español y que satisfaga a todos los duros nacionalismos que ahora dificultan la convivencia en el país. No es tarea fácil pues los prejuicios nacionales parecen hoy por hoy más poderosos que las razones de conveniencia y ventaja de la unidad entre diversas naciones dentro de un mismo Estado, y además, con la realidad de pertenecer al mismo tiempo a una unidad mayor, la Unión Europea.

La actitud de la derecha opositora y de los mismos que en las filas del PSOE se empeñan en dificultar ese diálogo necesario con las diversas nacionalidades del país solo contribuye a hacer más complicada una salida razonable que no excluiría, por principio, ni el ejercicio a la autodeterminación ni tampoco la separación de Cataluña como nación independiente.

En su favor Sánchez tiene que fuera del diálogo que él impulsa no hay ninguna propuesta seria para gestionar el conflicto. También le ayuda que sus socios europeos (casi todos) tienen ellos mismos problemas de separatismo similares y en consecuencia o no van a apoyar sin más a los independentistas catalanes optando por fórmulas de diálogo similares a las de Sánchez.

No es una situación fácil para el presidente español, pero tampoco lo es para quienes se le oponen.

(Fotos: Pixabay)

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