En Foco, Notas desde el borde, Opinión

Tiempo de ciudad, o ‘pasar tiempo en la ciudad’

Pensando más en la naturaleza del tiempo urbano, siguiendo mis dos columnas anteriores, me doy cuenta de que hay una expresión de simultaneidad en la pluralidad de la ciudad.

 

Steve Latham

 

Hay tantas líneas de tiempo que suceden al mismo ‘tiempo’; no hay un trazado único de significado en la diversidad, sino una polifonía de estilos, sentidos y sensaciones.

Cada persona y cada comunidad, persigue sus propios propósitos, moviéndose de un lado a otro; en metro en autobús, por la calzada: sin saber el destino al que el otro se dirige.

Este movimiento, de momentos y de masas, articulan la coexistencia de un pasado, presente y futuro aparentemente pluriformes dentro de un espacio. Esta simultaneidad se puede dar dentro de un individuo dado. Por ejemplo, la cohesión de lo moderno y lo medieval en mi vecino: un científico que investiga la IA, pero también el budismo zen y el misticismo de la cábala.

La presencia de inmigrantes del Sur Global en la ciudad occidental parece reflejar esto con tiendas de accesorios ocultas ubicadas junto a tiendas con los últimos teléfonos móviles y dispositivos de alta tecnología.

Además, una persona puede estar más en sintonía con la zona horaria de su ‘país de origen’: sus elecciones, música y cocina, – incluso cuando su ‘hogar’ esté en Londres.

Siguiendo la conectividad de Internet, nos involucramos en un espacio urbano único, global, virtual, ya sea gente de negocios internacionales, jugadores en línea, usuarios de chat que buscan conectarse.

La fase final lógica de este proceso es la ambición de transferirnos a nosotros mismos dentro de nuestras computadoras. Pero somos necesariamente criaturas con cuerpo.

Las interacciones significativas no pueden evitar el ‘cara a cara’, sino entre caras reales; el saco de carne es esencial, (de nuestra ‘esencia’), el intercambio de fluidos corporales indispensable para el caótico negocio del encuentro.

Sin embargo, es posible pasar tiempo en la ciudad, sin experimentar nunca el ‘tiempo de la ciudad’ en sí mismo: aquellos que siempre se marchan, al campo, los fines de semana; o quienes limitan sus interacciones con aquellos ‘como ellos’.

Es posible vivir en nuestro pequeño enclave, un equivalente psíquico de la comunidad cerrada; adoptado por seguridad, pero encerrándonos, tanto como para dejar a otros afuera.

Si bien podemos ser expertos en cruzar la ciudad, utilizar su sistema de transporte público, para acceder a instalaciones culturales para la élite, puede que no crucemos los umbrales reales a la vida de otras personas, o especialmente, a sus hogares.

Sin embargo, la ciudad puede ser un espacio liminal, un lugar de encuentro, con el ‘otro’, -si lo permitimos-. De lo contrario, quedamos atrapados en nuestro monoverso solipsista.

Esto es exactamente lo contrario al ‘tiempo de la ciudad’. Si los restos aparentes o reliquias del pasado continúan existiendo, esto sugiere que no son en realidad ‘pasados’. Tampoco, lo aparentemente ‘futurista’ es en realidad (del) futuro. Más bien, estos re-presentan (presentan para nosotros en el presente), (simultáneos) con-temporalidades, recordándonos posibilidades alternativas, potencialidades.

Aquí estamos en el ámbito de ‘Lo Contemporáneo’ (una categoría de teoría del arte sobre la que he escrito anteriormente)- contemporaneidades múltiples, que van de un lado a otro- manuscritos vivos, textos , significados de personas y culturas.

Esto anula el prejuicio del llamado ‘progresismo’, que da por sentado que su (occidental, Atlántico Norte) idea de ‘progreso’ es superior a la aparentemente ‘primitiva’.

El tiempo de la ciudad es tiempo contemporáneo, nuestro tiempo, el tiempo de todos, ahora.

(Traducción de Lidia Pintos Medina) – Fotos: Pixabay

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