En Foco, Notas desde el borde, Opinión

El cansancio mata

“El cansancio mata” es una señal en la autopista que advierte a los conductores tomar descansos regulares para evitar accidentes.

 

Steve Latham

 

También describe nuestro estado actual, el Covid-19 continúa minando nuestra energía, y estamos llegando a un estado de enervación social.

Por ejemplo, me he dado cuenta de que, entre mis compañeros, al volver de las vacaciones de verano, nos acompañaba una sensación de cansancio, a pesar de las vacaciones de agosto.

Esta vez iba más allá del sentimiento habitual de volver al tajo, un sentimiento con el que estamos familiarizados todos los que volvemos a trabajar tras unas vacaciones.

Se trataba de una sensación de hastío, al darnos cuenta de que la pandemia se quedaría con nosotros hasta, por lo menos, el año que viene.

Las esperanzas irrealistas de una vacuna para la Navidad se han esfumado, puesto que los científicos continúan realizando ensayos de seguridad, y preparan a la población para una larga espera.

Solo en países gobernados por populistas autocráticos (Rusia, China y Estados Unidos) los gobiernos presionan para acelerar el proceso y sacar las vacunas antes de tiempo, por razones políticas.

Así pues, nos hundimos en un estado psicológico colectivo conocido como “pérdida de afecto”.

Me tomó algo de tiempo entender la diferencia entre las palabras “afecto” y “efecto”, que se escriben de forma bastante similar.

“Efecto” es el resultado directo causal de una acción. “Afecto” es un verbo más ambiguo para cuando algo tiene una influencia sobre otro algo y, también, es un sustantivo, que significa “sentimiento”.

Es en este último sentido que los psicólogos, terapeutas y orientadores abordan los problemas derivados de situaciones en las que los clientes no pueden “sentir sus sentimientos”, ni expresarlos. Parte del objetivo de la terapia es ayudar a los pacientes a que sean conscientes de sus sentimientos y que puedan comunicarlos, ya sea de forma verbal o no verbal.

De algún modo tienen que salir.

Por eso es por lo que, a medida que pasaban las fases de la desescalada, los jóvenes empezaron a socializar, salir de fiesta, y quedar con sus amigos de forma que rompieron todas las normas de distanciamiento social.

Encerrados durante varios meses, toda esa energía juvenil, libidinal, tenía que ir a alguna parte, tenía que desbordarse, explotar, de alguna manera, en algún tipo de estallido ruidoso, de forma estridente.

Incluso la idea de volver a la oficina hizo que algunas personas se emocionaran. A pesar de la comodidad de trabajar desde casa y el aparente aumento de la productividad, las personas se necesitan mutuamente.

No solo se trata de la pausa para el café, sino de ver a los demás. Un conocido mío va a una cafetería a trabajar en su portátil en lugar de sentarse en su casa, solo por imbuirse en el ajetreo y el bullicio. Pero, a medida que empezamos a reunirnos de nuevo, y reanudamos una especie de “normalidad”, las tasas de infección también aumentan.

Por lo que pasamos de animar a la gente a volver a la oficina, a apoyar a los restaurantes y a retomar encuentros sociales, a que el gobierno haya vuelto a imponer esta semana nuevas restricciones relacionadas con las reuniones sociales. Justo cuando el optimismo parecía emerger del naufragio, se ha precipitado de nuevo. Por lo tanto, nos estamos conformando, tal vez, con una resignación obstinada.

Una reducción, por ahora, permanente de nuestros niveles de satisfacción que equivale a una condición colectiva de distimia.

La distimia es una depresión crónica de bajo nivel, que se considera signo de enfermedad mental. Ahora es una respuesta realista a una amenaza congénita y existencial muy real.

(Traducido por Claudia Lillo Email: lillo@usal.es) – Fotos: Pixabay

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