El fracaso de EE.UU. en el manejo de la actual pandemia muestra que la forma en que vemos una crisis puede ser más importante que la forma en que planeamos enfrentarla.
Ese día festivo tan importante en los Estados Unidos, el Día de Acción de Gracias, llegó a finales de noviembre pasado, con la segunda ola de infecciones por coronavirus ya en marcha.
Cincuenta millones de personas se desplegaron por todo el país para visitar a sus amigos y familiares en una ocasión que equivale a la cena británica de Navidad. Viajaron a pesar de los urgentes llamamientos en contra de los funcionarios de salud de todos los niveles. Los EE.UU. ya tenían un cuarto de las infecciones del mundo, junto con un cuarto de millón de muertes.
Como se predijo, hace unas semanas EE.UU. rompió el récord de nuevas muertes, mientras que la tasa de nuevos casos alcanzó niveles sin precedentes.
Dada la importancia de las vacaciones, uno podría pensar que nos dejaríamos llevar fácilmente. De hecho, una nueva ronda de autoincriminación está probablemente en marcha. Según las encuestas, prácticamente todo el mundo ya estaba insatisfecho con la respuesta del país a la pandemia,
La pregunta que todos parecemos hacernos no es si hemos empeorado la crisis, sino cómo. Muchos pueden responder en una palabra: Trump.
De hecho, los periodistas han relatado con empeño hasta el último error y la obstrucción deliberada de la actual administración, que parece estar singularmente desconcertada por el alcance de la crisis y la naturaleza del problema.
Pero acontecimientos como la debacle de los viajes de Acción de Gracias han obligado a los críticos a dirigir su atención a la propia población, que ha mostrado una lamentable inclinación a protestar no sólo por las medidas de confinamiento sino por el simple hábito de llevar máscaras sanitarias.
¿Podría haber algo fundamentalmente equivocado en el carácter nacional, que esta crisis ha revelado?
Muchos proponen exactamente eso: que nuestro característico sentido del individualismo excluye el instinto de actuar por el bien común, que la disminución de los niveles de confianza nos hace cínicos y distantes, que nuestra forma federalista de gobierno obstaculiza las iniciativas nacionales y fomenta un clima de mensajes mixtos y prioridades contradictorias.
Estas críticas son probablemente acertadas. Según la consultora Hofstede Insights, los EE.UU. muestran fuertes tendencias no sólo hacia el individualismo sino también hacia la autocomplacencia.
Los niveles de confianza están en su punto más bajo, según las encuestas realizadas por el Centro de Investigación Pew. Y nuestro sistema federalista, que desvincula la política nacional de la ejecución a nivel local, de hecho obstaculiza la cooperación interestatal, y crea no sólo un clima de mensajes contradictorios, sino también una fuerte tormenta.
Al mismo tiempo, ninguno de los países que se han desempeñado excepcionalmente bien en esta crisis es absolutamente superior a los EE.UU. en estos asuntos. De hecho, no constituyen ningún perfil general.
Entre los mejores se encuentran Nueva Zelanda, Japón, Taiwán, Corea del Sur y Finlandia, según una lista compilada por Bloomberg. Se considera que Alemania ha tenido un desempeño superlativo, al igual que Grecia.
Según Hofstede, Nueva Zelanda y Finlandia son menos individualistas que los EE.UU. Sin embargo, comparados con las naciones asiáticas, son categóricamente equivalentes a los estadounidenses. Los neozelandeses, como sucede, son más auto-indulgentes que nosotros y sufren de un pensamiento aún más a corto plazo.
Taiwán y Corea del Sur son más corruptos que los Estados Unidos, según Transparencia Internacional. Los tres países asiáticos tienen niveles de confianza que son abismales, según cualquier estándar. Y Alemania se rige por un sistema federalista que prioriza la autonomía local.
Lo que todos estos países tienen en común, sugiere un estudio recientemente publicado por la Universidad de British Columbia, es un mensaje claro y consistente.
El liderazgo político está aliado con las autoridades sanitarias, y sus incentivos se centran en los aspectos positivos de la cooperación más que en las consecuencias negativas de la desobediencia.
¿Podría ser realmente un golpe de relaciones públicas, entonces, que ha permitido a los taiwaneses superar su cinismo y a los neozelandeses pensar en alguien más para variar?
Parece más probable que el éxito haya sido el resultado de la forma en que la gente de cada país tendía a ver la amenaza. Una mirada más atenta a Nueva Zelanda, por ejemplo, revela una visión generalizada del virus como un ataque extranjero, el tipo de cosa que tiende a unir a los ciudadanos de todas las tendencias.
En Asia, los bajos niveles de confianza pueden haber complementado la necesidad en esta crisis de evitar el contacto con extraños.
Grecia es especialmente interesante: Allí, los funcionarios del gobierno se dieron cuenta en febrero de que una crisis de salud de cualquier tipo abrumaría completamente el limitado sistema médico del país.
Esa sensación de alarma evidentemente golpeó a todo el país con la misma fuerza de cálculo.
A mediados de marzo, el carnaval fue cancelado, las escuelas cerraron y se estableció un bloqueo. “En todo el país”, informó el New York Times, “muchos griegos se apresuraron a aceptar la nueva normalidad”. Una cosa que le ha faltado a los EE.UU. durante esta crisis es una razón de peso para ver la amenaza que representa el Covid-L9 de tal manera que neutralice sus propios problemas particulares.
Y eso puede ser peor que cualquier problema en sí mismo… incluso un problema tan significativo como el de Donald Trump.
(Traducido por Mónica del Pilar Uribe Marín) – Fotos: Pixabay