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Buscando de la verdadera vocación de Gran Bretaña

Con un nuevo florecimiento diplomático, Estados Unidos ha anunciado que no venderá más armas a Arabia Saudí en apoyo a su labor en la guerra civil de Yemen.

 

Darrin Burgess*

 

El conflicto se ha cobrado ya 100.000 vidas, y la opinión internacional predominante es que el mayor proveedor de armas de Arabia Saudí solo añade leña al fuego.

Afortunadamente para el mundo, su segundo mayor proveedor, Gran Bretaña, declaró que no tiene intención ninguna de detener las ventas, (sea cual sea el costo humano, presumiblemente).

Lo más probable, es que se trate de una simple cuestión de interés personal.

Los británicos sencillamente no pueden darse el lujo de cancelar contratos por valor de 1,5 millones de libras cuando se han perdido tres cuartas partes de su negocio de exportación a la UE, su sector financiero está teniendo grandes pérdidas de capital sin un fin a la vista, y el resto de su sector de servicios, que consta básicamente de empleados de centrales telefónicas, trabajadores de restaurantes y algunas agencias de publicidad, también está muy deteriorado.

De todos modos, pese al Brexit, ninguna de esas actividades permitió jamás al Reino Unido alcanzar niveles de igualdad de ingresos que estuvieran algo por encima de la media, en comparación con sus vecinos. Siempre estuvo en el límite más bajo en cuanto a movilidad social.

La Gran Bretaña moderna ha sido, de hecho, un largo estudio de caso de una nación atenazada por el desempleo, aunque no se trata de un equilibrio entre asalariados y personas que buscan empleo. Lo que está en juego aquí es el oficio de una nación.

Para empezar, hay que tener en cuenta la psicología de la búsqueda de empleo, especialmente en los casos en que la profesión original ha dejado de existir.

A menudo, el reto no es simplemente encontrar trabajo. Después de todo, siempre está McDonald’s.

El “trabajo” no es simplemente trabajo. Un trabajo es un pasaporte a un determinado entorno, a una cierta identidad y estatus.

El presidente francés Emmanuel Macron, descubrió esto por sí mismo hace 18 meses, cuando fue criticado duramente por decir a un joven que se quejaba de la falta de oportunidades, que simplemente “cruzara la calle” y consiguiera un trabajo sirviendo mesas.

La sociedad francesa es una que pone mucho énfasis en el oficio, la idea de que un trabajo debe proporcionar al individuo un sentido del destino.

La pérdida de un oficio es traumática; puede iniciar varios comportamientos contraproducentes que compliquen cualquier esfuerzo de renovación.

Desde hace medio siglo, desde que la crisis de Suez cerrara el libro sobre su imperio, Gran Bretaña ha estado sin un oficio. Ha desperdiciado su tiempo, presentando infructuosamente solicitudes para los colonialistas, mientras hacía malabares con trabajos temporales y llevaba al límite sus tarjetas de crédito con el fin de mantener un antiguo estatus socioeconómico.

Parte de esta preocupación implica una obsesión vergonzosa con los Estados Unidos, -en parte complejo de inferioridad, en parte Síndrome de Estocolmo-, que se resume en la idea de una “relación especial” de la que prácticamente nadie en los Estados Unidos ha escuchado hablar.

Un oficio perdido puede tener consecuencias duraderas en la mentalidad de un individuo. ¿Qué le hace entonces el “imperio” a una nación?

Consideremos que el Imperio Británico nunca fue un imperio, sino un “sistema imperial”, que es una frase que el historiador John Darwin ha utilizado para describir un acuerdo que se asemejaba a una economía cerrada como la Unión Soviética.

Básicamente, los británicos adquirían materias primas a precios inferiores a los del mercado, añadían valor de la manera más barata posible y luego revendían los resultados para obtener ganancias. El verdadero logro estaba en su vasto sistema logístico, que proporcionó lucrativas empresas derivadas de servicios financieros y de transporte marítimo. El Imperio Británico era el Amazon.com de su época.

Era, de hecho, una potencia manufacturera. Fue, por ejemplo, el primer proveedor mundial de armas, mucho antes de que EE.UU. obtuviera esta distinción.

Sin embargo, como explica la historiadora de Stanford, Priya Satia, las armas británicas eran por lo general de mala calidad, diseñadas no por el rendimiento, sino por la facilidad de fabricación.

Mirando al Reino Unido con una perspectiva más general, parece que el Imperio sembró en su conciencia una cierta idea del éxito que implica captar un mercado por cualquier medio necesario, de manera que los clientes compren todo lo que se está vendiendo.

Y eso parece resumir la economía británica actual (al menos, hasta el pasado mes de diciembre), con sus tentadoras empresas financieras no reguladas, y sus servicios en inglés a precios económicos. Viviendo en Londres durante varios años, me llamó la atención la frecuencia con la que muchos aspirantes a empresarios describían la misma estrategia básica, que consistía en subcontratar las operaciones diarias a empleados con salarios bajos una vez que el negocio estuviera en marcha, luego volar a algún lugar como una playa en España.

Propiedad absentista pasando el trabajo real a subordinados desafortunados: tal es la psicología del colonialista.

La centralidad de la lengua inglesa y de la zona horaria global de Gran Bretaña, ambas legados del Imperio, le han permitido continuar con su antiguo papel de intermediario global y cobrador de rentas. Aquellos en Gran Bretaña para quienes el “Bing Bang” de la década de 1980 nunca tuvo lugar, han languidecido mientras tanto en un curioso abandono provincial. Gran Bretaña ha permanecido siempre como el lugar apartado en el centro del mundo.

Los partidarios del Brexit probablemente tenían razón en que estar atados a Europa impedía que su nación evolucionara. Sin duda, los británicos todavía no muestran signos de haber desarrollado una ventaja comparativa real.

Carecen de la falta de temperamento para el trabajo de precisión que ha hecho triunfar a Alemania y Japón. Tampoco su cultura posee la flexibilidad discursiva que permite a países como Francia e Italia haber logrado avances en el arte y el diseño.

Gran Bretaña es realmente un lugar singularmente especial, en el sentido en que ninguna nación parece ser capaz de proporcionar un modelo de cómo podrían proceder en su estado recién estado de soberanía.

En realidad, hay una nación. Esa sería el otro Reino Unido, de Portugal, Brasil y los Algarves, por supuesto, que duró desde 1815 hasta 1821, cuando el gobierno portugués se esfumó para Río de Janeiro y creó por única vez en la historia una unión perfecta entre colonia y colonialista.

Qué diferentes serían las cosas para Portugal ahora, si aquello hubiera durado. Uno solo puede imaginar.

En cualquier caso, Gran Bretaña podría “tener el oro y el moro también”, como prometió infamemente Boris Johnson: Podría solicitar ser el quincuagésimo primer Estado Americano. Al fin y al cabo, es un puesto de admisión continua.

El solo hecho de que los estadounidenses adinerados se apoderaran de lo que queda de la bonita campiña británica, sería una bendición en sí misma. Los jubilados británicos ganarían en Florida lo que han perdido ahora en España.

Y lo que es más importante, los británicos no tendrían que hacer ningún doloroso examen de conciencia. De hecho, no tendrían que cambiar nada. Podrían volver a ser el imperio que siempre han imaginado ser, solo que con otro nombre.

*Darrin Burgess: Escritor estadounidense basado actualmente en Paris.

(Traducción de Lidia Pintos Medina) – Fotos: Pixabay

 

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