Durante la pandemia, no he podido visitar a mis padres porque son ancianos, y porque mi padre en particular, goza de poca salud.
Ha sido especialmente trágico, puesto que ha entrado recientemente en una residencia de cuidados de relevo para dar un respiro a mi madre, su principal cuidadora.
Ella no está enferma, pero está cada vez más frágil, débil y cansada; incapaz de cuidar de él.
De momento, todos estamos esperando un informe de los servicios sociales y salud ocupacional.
Esto determinará si es apto o no para volver a casa y en caso afirmativo, qué nivel de apoyo necesitarán, para cuidar de él y apoyarla a ella. Papá está completamente compos mentis, aunque frustrado porque su cuerpo ya no hace lo que él quiere, y su memoria falla de vez en cuando: con nombres, acontecimientos, y palabras sueltas.
Esto supone un gran cambio para alguien que antes era capaz de recordar fechas de hace décadas, navegar mentalmente a través de partidos de fútbol y fotos de sus vacaciones favoritas.
Sin embargo, conozco a tres personas, a nivel local, que se encuentran en diferentes etapas del Alzheimer. Una acaba de empezar, ansiosa por el futuro, temiendo la pérdida gradual de la conciencia de sí mismo.
Otra, experimenta simultáneamente esquizofrenia paranoide, y tiene miedo de que las furgonetas le sigan por la calle, mirando por la ventana para ver a cualquiera que pudiera entrar.
El tercero es tan olvidadizo, que no puede recordar a veces el camino desde el salón hasta el dormitorio, en un piso en el que vive desde hace veinte años.
A veces el arte ilumina estas experiencias humanas. Dos películas recientes, por ejemplo, exploraron este tema de demencia.
«Still Alice», del 2014, protagonizada por Julianne Moore, es una representación conmovedora de la caída en el olvido de una académica que, no obstante, termina con una nota de paz.
En contraposición, está la interpretación de Anthony Hopkins en The Father, una película nominada al Oscar en 2021, de un anciano cuyo control de la realidad disminuye constantemente.
La trama es muy desorientadora, ya que está contada desde su perspectiva.
La consecuente línea de tiempo irregular y la repetición reflejan su tenue percepción de lo que está sucediendo y cuándo.
Los diferentes actores que interpretan a la misma persona, la decoración y el mobiliario variados, en el que es supuestamente el mismo apartamento, reproducen la confusión del personaje de Hopkins.
Al terminar, sin comprender, en un hogar residencial, también hay un indicio de maltrato a los ancianos por parte de su personal- una triste representación del destino que podría presentarse a cualquiera de nosotros. Así como el Covid nos ha hecho conscientes de nuestra mortalidad, estas películas nos ayudan a entender la pérdida de uno mismo a causa del Alzheimer y, con suerte, nos hace más empáticos.
También pueden ayudarnos a prepararnos mentalmente para el declive de nuestra propia capacidad mental, todo lo que almacenamos para consolarnos.
Quizás también puedan ayudarnos a dejar ir nuestros logros y posesiones, y a prepararnos para lo que nos depare el futuro en otro ámbito.
Una noticia reconfortante para mí, es que mi hija adulta ha pedido acompañarme, cuando se nos permita visitar a mis padres.
Espero con ansias este viaje por carretera a través del país, entre generaciones, como otra película.
(Traducción de Lidia Pintos Medina) – Fotos: Pixabay