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Lo incontrolable de la vida

Mientras escribo esto, me encuentro, para mi sorpresa, en el hospital. Había estado teniendo convulsiones a lo largo de mi brazo izquierdo, que fueron empeorando progresivamente.

 

Steve Latham

 

Ahora descubro que son síntomas de un cáncer cerebral, que me están investigando antes de que los médicos decidan un tratamiento.

Todo esto sucedió de forma inesperada, de la nada. Esto demuestra que la vida tiene la costumbre de interrumpir todos nuestros planes.

La mañana del día en que ingresé a urgencias acababa de comprar un libro.

Se trataba de “La incontrolabilidad del mundo”, del sociólogo alemán Hartmut Rosa. Su tesis es que en Occidente hemos intentado reducir la vida a una experiencia cuidadosamente controlada y segura.

Esto es producto de nuestro modernismo racionalista, y opera tanto a nivel personal como político.

Individualmente, planeamos cruceros marítimos, para proporcionar encuentros con la cultura extranjera, pero sin el riesgo de una transformación real; porque el verdadero encuentro con el Otro implica la posibilidad de cambio.

Socialmente, las políticas gubernamentales tratan de reducir la imprevisible erupción del caos, en favor de una cultura anodina de saciedad anestesiada.

Intentamos, sugiere Rosa, encontrar “resonancia” a través de experiencias significativas. Pero, al sobredeterminar estos acontecimientos, impedimos que surja el sentido.

Aunque la seguridad es importante, la imposición excesiva de precauciones de salud y seguridad elimina la alegría de la vida.

Además, el problema es, según Rosa, que el mundo, la vida, es fundamentalmente incontrolable; y tiene la tendencia a salirse de nuestras expectativas moduladas.

Así, paradójicamente, entramos en una realidad que está simultáneamente sobrecontrolada y fuera de control.

Está claro que acabo de viajar a través del espejo, al territorio de lo incontrolado; dilucidado por la serendipia de esta coyuntura de libro y hospitalización.

Por supuesto, en algunas situaciones, queremos que las cosas estén muy controladas (¡en los hospitales, por ejemplo!). Pero también necesitamos sentirnos libres para vivir nuestra experiencia.

Por lo tanto, Rosa aboga por aprender a interpretar nuestras experiencias y preguntarse: ¿Qué nos están diciendo? ¿Cuál es su significado?

En un artículo, sugiere, sin hacer proselitismo de ninguna religión en particular, un enfoque espiritual y contemplativo de la existencia contemporánea.

Sin embargo, se basa en temas teológicos cristianos, en particular la teología negativa pre-luterana de la Theologia Gerrmanica.

Curiosamente, la promoción de la contemplación por parte de Rosa, como respuesta a la complejidad de la modernidad, hace eco de la perspectiva del filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han.

Juntos, forman una especie de mittel-european, romantische reaktion, al vacío de la anomia actual.

Irónicamente, estar en el hospital ofrece una oportunidad espléndida para seguir la vida contemplativa, porque no pasa gran cosa.

Hay que seguir la corriente de los acontecimientos, con mucho tiempo, para sentarse, descansar, pensar y orar. Quizá no sea el escenario más esperado para la renovación espiritual.

Pero ciertamente, para mí, no es una ocasión inapropiada para meditar monásticamente sobre el significado de mi mortalidad.

Tal vez, todos deberíamos ser más conscientes y prestar atención a atender a nuestras oportunidades cotidianas para pensar profundamente y abrirnos al Espíritu.

(Traducido por Mónica del Pilar Uribe Marín) – Fotos: Pixabay y PixHere

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