«Por qué, señor, no encuentra a ningún hombre, en absoluto intelectual, que esté dispuesto a abandonar Londres. No, señor, cuando un hombre está cansado de Londres, está cansado de la vida; porque en Londres existe todo lo que la vida puede ofrecer».
Steve Latham
James Boswell, en su famosa biografía de Samuel Johnson, revela así el veredicto del gran hombre sobre la probabilidad de dejar alguna vez la metrópolis.
Publicada en 1791, “La vida de Samuel Johnson” es citada frecuentemente como un ejemplo de la vitalidad perpetua de la vida londinense. Y aun así, algunas veces me pregunto si estoy cayendo en la trampa a la que Johnson se refería.
Después de muchos años trabajando en esta ciudad, a menudo me siento cansado. A pesar de sus delicias culturales y sociales, el brillo parece haber desaparecido de la escena urbana.
Actividades que solían entusiasmarme ahora no lo hacen. Las razones por las que me entregaba parecen haberse convertido en polvo.
Experimento ensoñaciones en las que me mudo al campo o a la costa, como Thomas Hardy dijo, “Lejos del mundanal ruido”,
Entre la población joven muchos consideran dejar Londres, por sus precios caros de propiedades y alquileres.
Esto tendría un efecto destructor en las artes y en la industria creativa, cuyos pioneros necesitan acomodación barata, estudios, oficinas y talleres para experimentar libremente con sus habilidades.
Mientras la insidiosa marea del aburguesamiento avanza por el centro de la ciudad, el ambiente multicultural y el filón creativo se ve reemplazado por colonizadores neo-burgueses autocomplacientes.
Este revanchismo urbano, como Neil Smith lo llamó en los noventa, mata el alma espiritual y cultural de los barrios que incuban y promueven innovación e inspiración.
En mi caso, sin embargo, la ocurrencia de Johnson es más relevante, ya que mis sentimientos se alzan de un florecimiento vital tardío de desilusión y decepción.
Quizás estoy cansado de la vida, mientras me empiezo a cansar de esta ciudad.
El año pasado fui a ver una producción de la opera de Hector Berlioz “La maldición de Fausto”. El epónimo Fausto sufre, lo que podríamos llamar hoy, una crisis de la mediana edad.
Su desencanto con el mundo le lleva a tener una aventura, y finalmente al infierno en sí mismo.
En este declive, Fausto es tentado por el demonio, Mefistófeles, interpretado por el artista como un loco Michel Foucault, en la función que lo vi. Su maniática risa y sus gritos de triunfo retratan la alegría de la oscuridad mientras otro humano cae en su maldición.
¿La solución? ¿Cómo recuperar el placer y el pensamiento positivo que caracteriza la juventud mientras uno se acerca rápidamente a la vejez?
Cometemos el error, mientras envejecemos, de que debemos llevar a cabo algo concreto, tangible, y exitoso.
Como jóvenes adultos, sin embargo, intentamos cosas, por diversión, placer, sólo por ver qué podría pasar. No había un necesario sentido de dirección o éxito.
Sin expectación de reconocimiento, éramos libres para experimentar, para arriesgarnos, para hacer las cosas mal. Ésta es la pura diversión sobre la que descansa la inocencia ignorante. Como los mayores precursores, sin embargo podemos alentar, elevar y apoyar a la próxima generación, desviando la atención de nosotros hacia los que vendrán después, a sus creaciones.
(Traducido por Aarón De Los Santos Nogales) – Fotos: Pixabay