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Donde viven los “niños malos”

Es curioso que la palabra inglesa «estate» tenga diferentes significados. Puede significar las lujosas propiedades de la aristocracia o una urbanización social para la clase trabajadora y los más desfavorecidos.

 

Steve Latham

 

Cuando era pequeño, nuestra ciudad tenía una “vivienda con subsidio”, en este último sentido.

De niños, todos “sabíamos” que era donde vivían los “niños malos” y lo evitábamos.

Pero, irónicamente, durante la secundaria, también era donde vivían dos de mis mejores amigos, así que iba a menudo. ¿Y saben qué? No era tan malo.

Ahora vivimos en una vivienda con subsidio de Londres.

Me sigue sorprendiendo que yo, un jóven del norte terminase viviendo en la capital, que siempre nos pareció tan ajena cuando éramos pequeños.

Sin embargo, me siento un poco culpable por vivir aquí. Compramos la casa porque era la más barata del barrio.

Pero fue una de las propiedades que se vendieron bajo la política del “derecho a la compra” de Thatcher, que fomentó la adquisición de propiedades de la clase obrera y también redujo permanentemente el patrimonio de viviendas sociales.

La urbanización en sí se construyó en la década de 1970 para reemplazar una urbanización anterior, que se había edificado cien años antes.

Al principio, era una urbanización moderna, con aseos y baños en el interior de la vivienda, pero en la década de 1950 se había convertido en una zona marginal, debido a inversiones y reparaciones inadecuadas, y se convirtió en un refugio para las bandas de delincuentes.

Los edificios actuales expresan el diseño brutalista de ladrillo de los años 70, repleto de pasarelas cubiertas y rampas, formando una construcción larga y continua.

Sin embargo, no tardaron en aparecer los mismos problemas del esquema anterior: las pasarelas proporcionaban excelentes rutas de escape para las bandas de adolescentes que huían de la policía. Así que los residentes empezaron a vivir con miedo.

En consecuencia, se hicieron modificaciones. Las rejas de hierro y las puertas de seguridad, accionadas por mandos electrónicos, crearon islas seguras, aunque aisladas, de la comunidad circundante.

Cuando llegamos, todavía había un grupo de cuatro jóvenes que rondaban nuestra puerta, fumando hierba. Intenté hablar con ellos y les expliqué, para su total sorpresa, que los mayores les tenían miedo. Pero, tal y como esperaba, en un año se habían esfumado: habían completado sus estudios, tenían trabajo y habían adquirido mejores hábitos, capaces de permitirse clubes caros… y novias.

Algunos de los inquilinos originales siguen aquí, ahora con más de 90 años, y aportan un elemento de continuidad bien recibido.

El pasado también tiene su eco en nuestro jardín, donde hay un olivo plantado por el primer residente grecochipriota cuando se mudó.

Sin embargo, la gentrificación, de la que formamos parte, continúa a buen ritmo, limpiando socialmente la zona de ciudadanos de clase trabajadora.

También se han mudado jóvenes profesionales, que pagan alquileres de mercado por pisos, comprados por sus ocupantes iniciales para obtener ingresos, mientras se marchan de Londres.

Nuestra acera también exhibe una incipiente división de clases, con un extremo que se mantiene ordenado y el otro lleno de basura.

En el futuro, supongo que el bloque de viviendas con subsidio será sustituido por edificios de gran altura, para satisfacer las crecientes necesidades de vivienda; lo que hace que este sea quizás un periodo temporal en su historia.

(Traducido por Claudia Lillo – Email: lillo@usal.es)Fotos: Pixabay

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