En Foco, Opinión

Las nociones de bien y mal

Todo varón de la Tierra, desde los primeros tiempos, es portador de un cromosoma “Y” (los manojos de ADN en forma de X, contenidos en el núcleo celular) heredado del padre, lo que le diferencia de la mujer, con dos cromosomas X.

 

Nigel Pocock

 

En 1946, Jean-Paul Sartre escribió su declaración clásica sobre el existencialismo, demasiado violenta para algunos, en la que acuñó las expresiones fundacionales que encapsulan el “movimiento” (una contradicción en los términos, ya que el individualismo es su esencia).

De Sartre aprendemos que “no hay realidad sino en la acción” y que “la existencia precede a la esencia”, y que “no hay valores bajo un cielo inteligible”, y que el hombre (¡genérico!) está “en consecuencia desamparado”, y “condenado a ser libre”.

Este es el manifiesto tanto del individualista de hoy, como del político que intenta traducirlo en política social, es decir, de (supuestamente) intentar no ofender a nadie.

Esto es, por supuesto, imposible, ya que algunas afirmaciones de la verdad son contradictorias, y ninguno de nosotros es imparcial.

Al tratar de “engrasar las ruedas cuando chirrían”, todos los políticos se guían por algún tipo de noción del “bien”, aunque ésta sea completamente interesada, y no, o sólo parcialmente, por el supuesto “bien común”, de la “felicidad para el mayor número”.

El cromosoma Y causa una profunda ofensa, al igual que el cromosoma X, sobre todo a los que quieren la “libertad” de definir su propia “esencia” en un mundo en el que no hay más valores que los propios existenciales.

Cuanto más fuerte es el chillido, más grasa aplican los políticos, incluso en detrimento de otros chillidos (aparentemente) menores, y todo con su particular marca de grasa…

Si quiero ser lo que quiero ser, ¡al diablo con mi ADN inmutable! Si siento que no soy lo que mis cromosomas son, ¡mucho peor para mis cromosomas!

¿Acaso no estoy construido socialmente, y eso anula cualquier factor X o Y que haya en cada célula de mi cuerpo?

¿No soy “libre” de reclamar la identidad que quiera, y que pueda crear una “esencia” (identidad) para mí? ¿No estoy “condenado a ser libre”, y, por mis acciones, a construir cualquier esencia o identidad que quiera para mí?

¿O es mi supuesto individualismo el que se construye socialmente? ¿O es que, con Peter Berger, hay que “relativizar a los relativizadores”? El hecho biológico permanece. Por definición, salvo en casos muy raros, casi todo el mundo es X o Y. Por muy horrible que algunos lo conciban.

Son “libres” de negarlo, por supuesto.

¿Qué ocurre entonces con la élite política, que intenta conciliar el individualismo y la política de “no ofender a nadie”?

Una de las estrategias de estos políticos es intentar acallar las ruedas mediante la creación de leyes que aparentemente cubran todas las microagresiones, especialmente las de los grupos más vociferantes (que niegan la realidad cromosómica).

Esto da lugar, no a la tolerancia (que es el reconocimiento del desacuerdo con un grupo al que se le reconoce el derecho a existir), sino a la intolerancia, y como “discurso de odio” que puede referirse a casi cualquier desacuerdo o crítica.

Es la negación de los propios compromisos ideológicos de los políticos como algo relativo, y la asunción de que esta ideología es la única “correcta”. ¡Cómo han caído los poderosos!

Pretendiendo una sociedad abierta, han creado una sociedad cada vez más cerrada, en la que ciertos ámbitos de la investigación científica son declarados ilegítimos, y el voto político manda.

¿Para qué sirve el poder en una democracia si no se vota?

De ahí que los ideólogos de la negación cromosómica, para ejercer su libertad de elegir y realizar su esencia, no se preocupen por los demás.

Uno se imagina que el desdichado Procustes, al ser reducido a un tamaño que se ajustaba a su proverbial cama, acabó muriendo de sus heridas?

(Mónica del Pilar Uribe Marín) Fotos: Pixabay

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