Globo, Mundo, Reino Unido

Buscando un capitalismo menos desigual e injusto

Decidir que una materia prima tan estratégica como el litio se someta a la voluntad mayoritaria de la población por encima de los intereses mezquinos de los países ricos o de las oligarquías locales, constituye un avance positivo que ojalá se mantenga y amplíe en las políticas de los gobiernos progresistas y de izquierda en el continente americano.

 

Juan Diego García

 

Proponerse la explotación nacional del litio en lugar de exportarlo simplemente como materia prima sin procesar, sin mayor valor agregado, constituye una medida estratégica en el camino de superar el denominado “extractivismo”, uno de los pilares del modelo neoliberal vigente en Latinoamérica y el Caribe.

Tal decisión figura en el programa del gobierno de Bolivia y ya la ha adoptado el de México y las nuevas autoridades de Chile que consiguieron impedir que el derechista gobierno saliente le regalara literalmente este recurso a una multinacional. Dicha medida supone una orientación nueva en la explotación de los recursos locales, hasta ahora entregados sin más a las empresas transnacionales.

Y lo que es válido para el litio lo es igualmente para el resto de los recursos naturales que en la estrategia neoliberal se destinan a favorecer grandes conglomerados industriales de los países ricos y que no dejan, en la periferia del sistema mundial, beneficios tangibles. Bueno, excepto los que recibe la burguesía criolla que desde siempre renunció a impulsar un desarrollo propio.

Con el “desarrollismo” (la reforma más ambiciosa de esa burguesía criolla, o al menos de sus antiguamente sectores progresistas) tan solo se promovió la producción local de medios de consumo, pero renunciando de hecho a lograr la elaboración de medios de producción, los mismos que siguen siendo monopolio de las economías centrales.

Si tal propósito se convierte en la estrategia de los gobiernos de izquierda y progresistas en este continente se habrá dado un paso fundamental que debería extenderse a otros ámbitos, y sobre todo empezar a formar parte de la agenda de integración regional que les permita desempeñarse con mayor solidez en el complicado entramado mundial.

Unir recursos facilita mucho tal estrategia, sobre todo si se tienen en cuenta las potencialidades técnicas y científicas existentes y las posibilidades para los proyectos empresariales en el amplio mercado de todos estos países juntos. Elaborar el litio todo lo que sea factible puede dar a estos países un rol decisivo en la industria mundial del automóvil y otros sectores de las nuevas tecnologías.

Por otro lado, aventurarse en proyectos energéticos alternativos a los modelos actuales basados en petróleo, gas o carbón garantiza a mediano plazo un desenvolvimiento más autónomo en este sector estratégico.

Gobiernos como el de Venezuela -tan dependiente del petróleo- parece que apuestan por estrategias nuevas que pasan por su propia industrialización y por una explotación inteligente de ese recurso (y de otros como el oro o las llamadas “tierras raras”, de creciente importancia en las nuevas dinámicas de la economía mundial).

Impulsar una industria farmacéutica regional para conseguir un grado suficiente de independencia de las grandes multinacionales es otro objetivo viable y necesario.

Países como Cuba y otros del área tienen ya bases científicas probadas para conseguirlo.

La pandemia del Covid 19 pone en evidencia el enorme riesgo de depender de dos o tres grandes empresas farmacéuticas que monopolizan las vacunas (y la investigación correspondiente) y consiguen inmensos beneficios y convertir su posición en arma de extorsión que afecta inclusive a países desarrollados.

Cualquier avance en esta dirección supone echar los cimientos para una relación diferente con el sistema mundo, una relación que no resulte onerosa y hasta humillante en no pocas ocasiones. Por este motivo urge la coordinación regional para estos países. De eso se trata la tarea que impulsan los países llamados desarrollados –la Unión Europea, sería el ejemplo más exitoso- y la practican los países que pueden denominarse “continentales” por las dimensiones enormes de su territorio y/o población y que en principio parecerían no necesitarla (China, Estados Unidos, Rusia, India).

Hasta estas potencias impulsan formas de integración regional con el claro objetivo de asegurar su dominio político, garantizar mercados, el suministro de materias primas y de mano de obra barata, no menos que el predominio en las rutas comerciales y vías de comunicación.

Con un criterio similar al que lleva nacionalizar el litio se debería proceder frente al capital financiero, bajo el control de los países ricos dado su predominio casi total en las llamadas “instituciones financieras internacionales” (FMI, BM, OCDE, OMC y otras similares). Todas ellas imponen un sistema de préstamos que funciona hoy probablemente como uno de los sistemas de saqueo más refinados.

Y a las instituciones financieras internacionales deben agregarse bancos y empresas privadas que someten a estos países de la periferia a un sistema altamente desventajoso mediante los préstamos internacionales.

En Latinoamericana y el Caribe ya es muy significativo el porcentaje de su PIB que se destina al pago de ese tipo de deudas.

Negociar de forma individual con estos modernos saqueadores resulta una tarea muy complicada; intentarlo de forma conjunta y enfrentar ese sistema con criterios compartidos regionalmente daría mejores resultados. Pero para que ello sea factible, de nuevo,  es indispensable que al frente de los gobiernos se consolide una fuerza social nueva que al menos se proponga la modernización y la democratización del actual orden social, algo impensable para la clase dominante actual (y sus aliados), ajena a todo propósito que no sea su propio beneficio.

Que una nueva orientación (económica y política) en esta región suponga tan solo modernizar el capitalismo y hacerlo menos desigual e injusto sería sin duda un avance sin precedentes en beneficio de las mayorías sociales.

Pero si la clase dominante es, por su propia naturaleza e intereses, ajena a estos propósitos, ¿cuál sería el sector popular llamado a hacer frente a este desafío y en qué medida el capitalismo como tal estaría en condiciones de asumir tal transformación sin exponerse a su misma desaparición?

O sea, saber qué tan reformable es el actual capitalismo. Decidir por ejemplo qué producir y qué no producir si se priorizan los objetivos sociales y se atiende a los dramáticos diagnósticos de la ciencia relativos al impacto de la economía capitalista sobre el medio natural, determina si el sistema está en condiciones de someterse a la voluntad mayoritaria de la población (ser realmente democrático) o persiste en priorizar los beneficios empresariales.

(Fotos: Pixabay y Pexels)

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