En Foco, Opinión

Acoso escolar: un problema antiguo

Se creía que esta experiencia aberrante de los más fuertes contra los más débiles, era propia solamente de los soldados ‘gringos’ en otras partes del mundo, emprendiéndola frente a los seres a quienes consideran (como lo hicieron los fascistas nazis) de razas inferiores.

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Armando Orozco Tovar

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Pero no, el “Matoneo”, como también se le conoce, es una práctica milenaria en Colombia.

En 1954, los jóvenes de entonces de la Escuela marco Fidel Suárez, No 7 de Cali, capital del Departamento del Valle del Cauca, la percibían como un inocente juego, que  llamaban  “relajo”.

Nadie creía entonces, que podría causar daños irreparables en la mente y el corazón de los que la soportaban. Pero el Bulling, como ahora se le conoce, comenzaba en la misma oficina del rector Sixto Prado, que tendría entonces entre veinticinco a treinta años, por lo cual los niños más pequeños lo veían con inmenso terror y desde su altura, como a un anciano.

Además porque los que llegaban con los pantalones largos, (puesto que debían ser por el uniforme cortos) él se los tijereteaba en su rectoría, de inmediato  los  enviába de regreso a sus casas en medio de la burla de sus condiscípulos.

Y  también la soportaban de otros de su barrio, que en coro aullaban como lobos:”¡Piernas lindas…te pican los pollos!”…   cuando lo veían pasar:

Al otro día cuando el chico de ocho, nueve o diez años, regresaba al estudio, se encontraba con el matoneo de los que le habían perdido ya el respeto, desinflándole, si la tenía, su bicicleta, o en el peor de los casos le escondían los útiles escolares para que no pudiera presentar las tareas del día hasta sacar las notas requeridas para perder año.

El Bulling era como estar estudiando primaria o bachillerato en uno de los círculos para menores de edad del Infirmo. Pues el maestro no enseñaba, sino que se ensañaba, contra sus vivarachos alumnos: Los curas de sotana negra, que dictaban religión, lo hacían a puñetazo limpio, sobre todo contra los más traviesos, como si estuvieran dictándole al demonio clases de boxeo en algún coliseo del infierno.

También lo hacían en las excursiones (que el director de entonces organizaba a sitios turísticos como los farallones de la ciudad, o la Isla de La Gorgona en el océano Pacífico colombiano – que después fuera convertida en prisión para castigar a los más expertos matones nacionales). Los profesores castigaban a esos sus pupilos que no oyeran el sonido que emitía su pito al llamarlos, es decir, como si fuera el árbitro del pánico, para que salieran del agua.

Si los muchachos se demoraban los castigos iban desde atarlos a un palo para que los mosquitos hicieran lo suyo, mientras los otros compañeros de curso se divertían con los juegos programados por él.

Es decir, lo preparaba todo, de manera que los dejaba todo el tiempo en la cocina o en la noche de guardia.

Muchos niños regresaban a sus hogares con paludismo como verdaderos náufragos de primaria, y nadie: ni Dios, ni la indiferencia paterna, ni el Papa, ni las autoridades, eclesiásticas, civiles o militares, y la educativas, se alteraban ante las torturas tardías del educador inquisidor.

Pero lo más aberrante del llamado Bulling colombianísimo, ocurrió hace cincuenta años en el Bosque Popular, un barrio de Bogotá, a donde se trasladó en el año 63 el colegio de bachillerato perteneciente a la Universidad Libre.

Fue el primer colegio mixto de la capital, lo cual produjo – como es era obvio en el país de los trogloditas – un gran escándalo, como si se hubieran desvirgado en el cielo a las once mil vírgenes, porque la prédica bíblica clerical-conservadora imponía, que sólo debían juntarse: “¡Hombres con hombres…  Y mujeres con mujeres!”

Allá en El Bosque, los de cuarto año de bachillerato, la decidieron atacar a fondo a otro de su misma clase haciéndole permanentes maldades, irrespetos y atropellos.… “Yo no sé nada, yo llegué ahora mismo… si algo pasó yo no estaba ahí… (Daniel Santos)”   Porque yo seguía en tercero por vago.

Le gritaban “marica” para ofenderlo (hoy se usa para injuriar el término ‘Gay’, también en inglés.) Y el joven de diez y siete años o un poco más, decidió un día marcharse del colegio, de este país de “la horrible noche”. Se dirigió al laboratorio de Química el colegio y sacó una sustancia con la cual envenenarse (lo que logró sin error alguno). Pero antes escribió una carta denunciando el permanente ‘matoneo’, “salada” o Bulling que ejercían contra él, y que fue lo le llevó a la fatal determinación.

En su carta enviada, con tiempo, al El Tiempo, él situaba una lista larga de nombres de los responsables de su suicidio, que el periódico publicó un día después de su muerte en primera página. En ella estudiante terminaba diciendo: “Si son tan machos y valientes como dicen que son, ¿por qué no se van para el monte, a organizar una guerrilla contra el gobierno?”

 

 

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