En Foco, Opinión

Anticrítica de arte: En qué realmente consiste la belleza

La búsqueda de la novedad en el arte ha opacado, en nuestro tiempo, la búsqueda de la belleza. Pero las obras que son importantes para la Historia del Arte por ser rompedoras con los códigos precedentes, no por ello son Obras de Arte.

 

Macu Gavilán

 

Desde que inició la Modernidad el hombre se ha empeñado en contradecir los tópicos que dominaban la cultura de la época inmediatamente anterior, como hacen los adolescentes con sus padres.

¿Es la Fe lo más importante para los medievales? Los ilustrados dicen que ni hablar: es la Razón. ¿Que la Razón es lo más importante? Los románticos responden que el Instinto es lo único que sirve. ¿Que ya se ha dicho todo sobre la Fe, la Razón y el Instinto? Pues los vanguardistas dicen que Nada es importante.

Por eso, no nos sorprendemos de que después de habernos tenido que tragar durante un par de siglos la idea romántica de que el arte, para ser bello, tenía que carecer de toda funcionalidad mundana y pertenecer a la esfera de lo sublime, un grupo de hiper-post-mega-modernos diga lo contrario y otro grupo de críticos lo aplaudan con sus puñetas (Adorno de encaje u otro tejido ligero, que se pone en la bocamanga de algunos trajes, y forma parte del de los magistrados, catedráticos y ciertos eclesiásticos.)

El resultado de esto es que hoy podemos encontrar, dentro de los museos y al lado de las Obras de Arte, toda clase de enseres: retretes, latas de conserva, útiles del hogar y comida para perros. Cabría preguntarse si los coleccionistas de arte deben comprar las obras “originales” de los museos o las obras “originales” de los supermercados.

Habría también que reflexionar qué papel cumplen los plagios en estos casos y si pueden reclamar derechos de autor los diseñadores de retretes. Pero creo que esto pertenece a otro ensayo.

Es verdad que no podemos definir con objetividad –suponiendo que buscáramos tal cosa- en qué consiste lo bello para nuestro tiempo.

Pero hay algo de lo que no cabe duda y es que «la utilidad» no es lo mismo que «la belleza» porque de ser así, tendríamos una sola palabra y no dos. Una y otra pueden existir juntas y separadas, pero ni se implican ni se oponen. Por eso, no podemos aceptar que lo útil, por sí mismo y sin ningún esfuerzo extra por parte del “artista”, pueda clasificarse como bello por el simple hecho de ser rompedor.

No creemos, en consecuencia, que la mera exposición de lo funcional de un retrete –en su grosera desnudez- pueda colocarse al lado de obras bellas y pretender que están al mismo nivel.

Y no aceptamos el discurso que dice que el abismo que separa a estos “enseres” de las Obras de Arte es un mera diferencia de “estilo” o “corriente”, abusando así de esa debilidad tan común en nuestro tiempo llamada relativismo.

Hay que reconocer el valor de haber logrado rebelarse contra las épocas anteriores y haber caído en cuenta de que una Certeza nos fue impuesta como Verdad.

Es un gran mérito haber reclamado el derecho de abrir caminos no explorados.

Pero la negación de lo que se nos ha impuesto –aunque necesaria para alcanzar la libertad-, no es la libertad misma. Aunque sea importante en la Historia del Arte la ruptura con el pasado, las manifestaciones de ésta no tienen por qué ser, en sí mismas, Obras de Arte en toda la extensión de la palabra.

Sólo después de haber superado la negación, libres de esos tópicos tatuados en nuestras médulas y, sobre todo, sanadas las heridas, podemos mirar al cielo, que ha sido testigo de toda nuestra civilización, y preguntarnos en qué consiste la belleza.

Cuando intentemos, entonces, crear algo bello, nos daremos cuenta de que no hemos hecho nada nuevo y volveremos a decir las mismas cosas que dijeron ya muchos hombres antes que nosotros, lo cual no es en absoluto despreciable.

(Fotos: Pixabay)

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