Las desigualdades son asombrosamente altas en América Latina, y afectan de forma muy diferente a los grupos de población, impactados por la magnitud del Covid. La pandemia ha llegado para quedarse, y no sólo está provocando un empeoramiento de las desigualdades, sino que las preexistentes han agravado el impacto de las primeras oleadas para los segmentos más vulnerables de la población.
Nicolas Forsans*
Aunque la región ha hecho grandes progresos en la reducción de la pobreza en los últimos veinte años, el objetivo de reducir las desigualdades ha seguido siendo difícil de alcanzar.
Los índices de desigualdad se desplomaron durante el último boom de las materias primas, pero el progreso se había estancado antes de la pandemia y las desigualdades seguían siendo altas en comparación con los estándares mundiales.
América Latina no sólo es la segunda región más desigual del mundo en general, según las Naciones Unidas, sino que la región también presenta una mayor desigualdad de la riqueza que los países comparables en una etapa de desarrollo similar.
Desigualdades: fenómeno reciente
No siempre ha sido así. De hecho, que las desigualdades latinoamericanas tengan sus raíces en el colonialismo es un mito, según una investigación basada en una base de datos de «desigualdades antiguas» para 28 lugares de la región durante dos milenios. Las desigualdades son mucho mayores hoy que hace 200 años.
De hecho, las desigualdades llegaron a ser altas durante el boom de las materias primas de 1870-1913, y también altas en relación con los países de otros continentes que se han convertido en «desarrollados» desde la primera guerra mundial.
En esos países, las políticas sociales se orientaron hacia el objetivo de crear «sociedades igualitarias», y el progreso se aseguró mediante cambios en las políticas e instituciones públicas.
Son las políticas públicas las que condujeron a sociedades más igualitarias, y sin embargo es algo que la región se saltó por completo.
Hoy en día, las desigualdades de ingresos son elevadas, no sólo en relación con los países de la OCDE, sino también en relación con países con niveles de desarrollo similares a los de América Latina.
Los recientes avances en la reducción de la desigualdad se iniciaron en la década de 2000, coincidiendo con el auge de las materias primas.
La desigualdad se evalúa a través de un coeficiente comúnmente conocido como «coeficiente de Gini» que mide la distribución de los ingresos en una población. Los países muy desiguales se caracterizan por un elevado coeficiente de Gini.
Aunque la reducción del coeficiente no fue uniforme en toda la región, fue notable en comparación con los estándares mundiales.
Independientemente de cómo se midan, las desigualdades disminuyeron en todas partes entre 2002 y 2012, y aún más en la región andina.
Esto se consiguió gracias a los importantes avances en la participación femenina en el mercado laboral, los aumentos salariales y las transferencias gubernamentales.
Cuando llegó Covid, el boom de las materias primas había llegado a su fin y el progreso social se había estancado.
La pandemia hizo que se invirtiera esa tendencia y provocó una fuerte salida de las mujeres del mercado laboral, lo que supuso un enorme retroceso.
Desigualdades multifacéticas
Las desigualdades no se refieren únicamente a los ingresos o la riqueza. De hecho, son multidimensionales. En pocas palabras, algunos grupos de población sufren mayores desigualdades que otros, y en varias dimensiones. La pandemia ha puesto de manifiesto el papel de marcadores como la raza, la clase social, el nivel educativo, la geografía y la etnia, marcadores que se han incrustado en las estructuras e instituciones sociales de todos los países latinoamericanos. Y son esos grupos infrarrepresentados los que se han visto más afectados por la pandemia.
La segregación espacial en las ciudades de la región, la prevalencia del trabajo ocasional inseguro y las prácticas laborales informales en la región, así como la fragmentación de los sistemas de salud pública, amplificaron las desigualdades durante la pandemia, afectando de manera más significativa a las mujeres, los niños, los jóvenes y los inmigrantes, todos ellos grupos subrepresentados.
La Cepal estimó que 22 millones de personas habían caído en la pobreza sólo en el primer año de la pandemia, ya que esta crisis afectó más al trabajo informal que al empleo formal, lo que amplió aún más las desigualdades.
Los hogares situados en la parte inferior de la distribución de los ingresos vivieron los bloqueos de forma muy diferente. Hicieron de la residencia principal el lugar de las interacciones diarias. Sin embargo, el hacinamiento aumenta con la pobreza.
El PNUD, en su informe sobre el desarrollo humano regional de 2021, señala que el número medio de habitaciones por persona en los hogares del 20% inferior de la distribución de ingresos es la mitad que el de los hogares más acomodados, y que una mayor proporción de hogares pobres vive en viviendas construidas con materiales de baja calidad: 73% en Bolivia, 70% en Colombia y 53% en México.
Aunque el cierre de centros educativos afectó a niños de todas las edades, son los más pobres los que más sufrieron, ya que las desigualdades están profundamente arraigadas en todos los aspectos de la vida en la región.
América Latina fue la región que presenció la interrupción media más prolongada de la enseñanza en las aulas.
En febrero de 2021, el 54% de las escuelas estaban total o parcialmente cerradas, lo que afectó a 200 millones de niños. El cambio a la educación en línea exacerbó las desigualdades preexistentes en términos de acceso a la tecnología y a las herramientas académicas, ya que sólo el 47% de los estudiantes más pobres puede trabajar en un escritorio y el 65% tiene algún tipo de espacio de estudio en casa.
Como es lógico, sólo el 18% de los estudiantes más pobres tenía acceso a un ordenador en casa, y el 11% a una tableta.
Estos porcentajes se comparan con el 90, 99 y 86% de los estudiantes más ricos, respectivamente.
Del mismo modo, la participación de los padres en la educación de sus hijos y en la prestación de apoyo emocional fue significativamente menor en los hogares pobres en comparación con los de la parte superior de la distribución de ingresos.
¿Hacia un nuevo contrato social?
Se trata de otro retroceso: América Latina había hecho grandes progresos en la reducción de la brecha educativa de las niñas y de las diferentes minorías.
La evidencia sugiere que las escuelas son esenciales para la seguridad alimentaria de los niños más pobres, y los hogares que han sido testigos de la pérdida de ingresos y/o de un miembro de la familia como resultado de la pandemia han visto un aumento de la desnutrición como resultado del cierre de las escuelas. La ausencia de un mecanismo de protección social verdaderamente inclusivo, combinada con el conservadurismo fiscal, hizo que el gasto público en la región no sólo fuera insuficiente en términos monetarios, sino también poco eficaz para llegar a los más necesitados, como veremos la próxima semana.
Construir un continente más igualitario después de la pandemia llevará tiempo y requerirá cambios significativos en las políticas, como defiende la CEPAL a favor de garantizar «la protección social universal como pilar central del estado de bienestar».
* Nicolás Forsans: Profesor de Gestión y Director del MBA en la Universidad de Essex, Reino Unido. Codirector del Centre for Latin American & Caribbean Studies y miembro de numerosas sociedades y grupos de reflexión latinoamericanos, Nicolás investiga los retos económicos y sociales de la región en general, y de Colombia en particular.
(Traducido por Mónica del Pilar Uribe Marin) – Fotos: Pixabay
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