Tanto si se es monárquico como republicano, el gran número de personas dispuestas a hacer fila durante horas y toda la noche para tener una pequeña participación en el velatorio y el funeral de la reina Isabel requiere una explicación.
Graham Douglas
Se ha calculado que cuatro mil millones de personas vieron la trasmisión del funeral en todo el mundo y que dos millones asistieron de alguna manera.
En 1996, la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Atlanta alcanzó los 3.600 millones de espectadores, mientras que la boda de Harry y Meghan en 2018 alcanzó los 1.900 millones y el funeral de Diana en 1997, 2.500 millones.
La princesa Diana cautivó el corazón de la gente corriente de una forma moderna, privilegiada pero no intelectual, dedicada a combatir el estigma del sida y a eliminar las minas terrestres en África: «La princesa del pueblo», como dijo Blair, tocando una fibra sensible del público.
El duelo es algo complejo, y el de una figura pública aún más, y los comentaristas han sugerido muchas razones para la llamada «efusión de dolor».
En el diario The Guardian, dos investigadores sugirieron varias razones, como los recuerdos personales de las muertes, que quizá no se hayan llorado del todo; la necesidad de sentirse unidos y parte de algo más grande; y la conciencia de nuestra propia mortalidad. Cabe destacar que algunos de los dolientes que hablaron con los periodistas procedían de las antiguas colonias británicas y hablaban de la Reina como una madre o una presencia a la que habían admirado toda su vida.
¿Son estas explicaciones suficientes? ¿Puede un republicano descartarlas como un fenómeno típico de personas que actúan en contra de sus verdaderos intereses políticos, como hicieron al votar por Boris Johnson y el Brexit?
La otra cara de la moneda es, por supuesto, la forma en que las autoridades son capaces de orquestar los sentimientos del público, lo que inevitablemente tiene el beneficio de reforzar su poder. Pero esto no podría tener éxito sin una base en el sentimiento público, y tampoco creo que se pueda atribuir simplemente o en su totalidad a la influencia perniciosa de los medios de comunicación – que definitivamente existe.
La opinión pública es mucho más fuerte a favor de la monarquía entre las personas mayores, como era de esperar, pero ¿qué se llora, qué se ha perdido?
Se habla mucho de la nostalgia por el Imperio Británico, y el simbolismo de los regimientos de soldados, incluidos algunos de países de la Commonwealth, las armas de Hyde Park tocando una vez por minuto durante el trayecto del féretro hasta el Arco de Wellington -un arco de la victoria que celebra la victoria de Wellington sobre Napoleón- evocan ciertamente recuerdos de una época diferente.
Pero la nostalgia del imperio no puede explicar el número de dolientes después de todos estos años.
Los comentaristas no han mencionado mucho la política, cuyo debate se suprimió por «respeto» entre la muerte de la Reina el 8 de septiembre y el funeral.
Consideremos cómo fue el funeral como espectáculo. Cuando se observa, ¿qué se ve?
Lo más evidente es que se trata de una enorme operación que requirió la coordinación extremadamente detallada y ensayada de miles de policías, militares y dolientes oficiales, una enorme operación de seguridad para hacer un espectáculo que funcionó como un reloj.
Al mismo tiempo, en el fondo era extremadamente simple, una familia y un país en duelo por la pérdida de un miembro importante.
E igual con la política.
Si este espectáculo representa lo que la gente siente que el Reino Unido ha perdido, lo perdido no ha sido el imperio. Pero lo que sí hemos perdido es a los políticos decentes, honestos y valientes. La imagen más poderosa que conecta con esto es la de Isabel II llorando sola tras la muerte de su marido este año durante la pandemia de Covid, mientras dentro del corazón del gobierno Johnson y su personal estaban de fiesta y emborrachándose. Johnson tuvo que disculparse ante la Reina por esto, como también tuvo que hacerlo por su intento ilegal de prorrogar el parlamento.
Y éste es sólo uno de una cantidad de ejemplos de gobierno podrido o corrupto, desde el primer escándalo de gastos de los diputados en 2009, pasando por la entrega de contratos de equipos de protección Covid a empresas dirigidas por amigos de los ministros. Empresas que en algunos casos no tenían experiencia previa, pero a las que se les permitió reinventarse de la noche a la mañana.
La opinión pública está bien acostumbrada a los políticos corruptos, pero al principio del reinado de Isabel y hasta quizá los años 80, cuando los descubrían, dimitían.
Cuando se asiste a una gran procesión de duelo por la muerte del jefe del Estado, se siente la ilusión del orden y la tradición, de la decencia y el respeto, como una isla en un mar de conflictos y caos, en un país dirigido por políticos indignos de respeto e incapaces de actuar en interés de «su» electorado, en lugar de para ellos mismos, su partido o los bancos y otras partes de la élite.
Hoy, en Gran Bretaña, se ha detenido a unas mujeres por delitos de orden público, después de que un agente en activo asesinara a Sarah Everard: fueron detenidas por este mismo cuerpo de policía, que parece tener impunidad cuando matan a alguien durante la detención, y cuya reputación pública está ahora por los suelos.
Así que es fácil entender cómo, incluso entre la gente que «no habla de política», existe un profundo anhelo de orden y decencia y un profundo disgusto con el estado al que los políticos han llevado a este país.
Cuando Marx hablaba de que la religión era el opio del pueblo, su comentario se suele truncar para dejar la impresión de que estaba despreciando a los «estúpidos» que creían en Dios.
Pero continuó: «ella [la religión] es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón y el alma de nuestras condiciones sin alma».
No hace falta creer en el derecho divino de los reyes para ver cómo el funeral evoca el ansia de orden y respeto en un país que está siendo arruinado por políticos que son descaradamente corruptos, o bien carecen del valor de ser la Leal Oposición de Su Majestad y defender los principios.
(Traducido por Mónica del Pilar Uribe Marin) – Fotos: Pixabay