Este país que ahora sufre la arremetida de bandas delincuenciales que lo tienen sometido al horror, era hasta hace poco un país pacífico y hermoso. Hoy se muere desangrado ante la violencia, el crimen organizado y el narcotráfico. De hecho, por encima de la pobreza y el desempleo, el problema más grave que tiene este país suramericano, es la inseguridad.
Aminta Buenaño
Hoy no hay quién se salve en Ecuador, ni ciudadelas amuralladas dentro de burbujas doradas ni barrios populares agrietados y feos; vivimos asustados, permanentemente asustados, en un ambiente tensado por el pánico.
El estrés, el miedo, el bombardeo de noticias llenas de sangre y de violencia inundan de adrenalina nuestro sistema nervioso y, lo peor, lo que agrava más esta situación es que no tenemos referencia, no tenemos antídotos contra el terror. Siempre fuimos pacíficos, no existía hasta hace poco la violencia imparable e insostenible que vivimos. Escuchábamos lo que pasaba en Colombia en los años 80 con los crímenes de Pablo Escobar y solo nos parecía material para una novela truculenta, una buena serie de violencia y terror. Lo que pasaba en Perú con Sendero Luminoso nos parecía muy lejano. Lo que pasa en los estados norteños de México con las mujeres y los narcos eran cosa de fantasía y de película.
De pronto todo aquello lo estamos viviendo de golpe. Sentimos que no tenemos estado, no tenemos nación, no tenemos soberanía, no tenemos gobierno, no tenemos policía. Nadie nos cuida, nadie nos protege, estamos en la indefensión.
En las altas esferas del poder está la mafia incrustada. Infiltra con sus tentáculos poderosos gobierno, policía, militares, sistema judicial y más. Cercados por el espanto no sabemos quién es quién.
No pasa un día en que no haya asesinatos, sicariatos, secuestros, extorsiones, crímenes horrendos con sus daños colaterales, robos desvergonzados a la luz del día y en las mismas narices de quienes tienen la obligación de protegernos. El horror ha llegado al extremo de que se asesina sin rubor a autoridades, alcaldes y en estos días vivimos el macabro asesinato de un candidato presidencial con fines políticos siniestros.
Inicio de la violencia
Todo comenzó con la historia de una traición.
La gran traición política y moral del ex presidente Lenin Moreno. Este era un don nadie, sin más carisma que su minusvalía y su sonrisa aviesa, hasta que el innegable liderazgo de Correa lo elevó a vicepresidente y luego a presidente. Por sí solo no hubiera movido un voto ante las multitudes que vieron en él un seguidor de las políticas sociales que había impartido el gobierno progresista de Rafael Correa.
Correa fue el presidente que en un país inestable con periódicas turbulencias políticas (Ecuador tuvo siete presidentes entre 1997 y 2007) gobernó durante diez años con apoyo popular y fortaleció y estabilizó a una nación cuyas estructuras estatales eran enclenques y débiles.
Lenin es considerado por muchos el caballo de Troya, la caja de Pandora que trajo todas las calamidades a un país indefenso e ingenuo que creyó en él. Entregó su gobierno a manos de grupos oscuros que cogobernaban e hicieron del pandillaje su botín más seguro. Perdonó deudas millonarias a los grandes empresarios, subió la gasolina que se había mantenido estable durante diez años, persiguió a sus compañeros que lo llevaron al poder; apresó al vicepresidente constitucional del Ecuador Jorge Glas sin pruebas ni delitos, hoy reconocida internacionalmente su inocencia; destruyó su propio partido político y se ensañó en perseguir mediante el lawfare al que había sido su mentor.
La idea fue demonizar, con la anuencia de algunos medios, la figura de Correa e intentar que la palabra correísmo sea sinónimo de delincuencia y de vergüenza, perseguir al principal líder progresista con la ridícula sentencia de haber delinquido por “influjo psíquico” y obligar, además, a decenas de sus co-idearios a huir del país ante la persecución infame de un sistema de justicia a la carta.
Lenin destrozó el sistema de seguridad de su predecesor y eliminó el Ministerio de Justicia en 2018 que controlaba las cárceles, precarizó el presupuesto penitenciario que pasó de 163 millones de dólares en 2017 a apenas 90 millones en 2020.
Una vez eliminadas las instituciones que controlaban la seguridad del país, ministerios, recortes del presupuesto, ausencia de política fiscal de seguridad, el país fue asaltado de manera violenta y nunca vista por los carteles de narcotráfico, la delincuencia organizada y el pandillaje. Y estos han aumentado sin control durante el gobierno del presidente Guillermo Lasso que al día de hoy sigue indemne en su burbuja dorada, respondiendo con inútiles y reiterados estados de excepción que no han mostrado ningún resultado y con enternecedoras condolencias a las familias de los asesinados.
La crisis carcelaria explotó en el 2021 y de allí no ha hecho más que crecer llegando a contabilizar más de 480 presos brutalmente asesinados desde el 2020 hasta nuestros días, pues las mafias mantienen el control en las prisiones y desde allí ejercen su sombra criminal derramando sangre, violencia y dolor sobre las calles del país.
Lenin, quien abandonó y destruyó la arquitectura social del Estao y gobernó de la mano del candidato perdedor, se puso de rodillas ante la banca y el Fondo Monetario Internacional. Y actualmente está procesado por la propia fiscalía que él apoyó en un grave caso de corrupción presidencial que alcanza a su familia llamado INA Papers.
El Gobierno de Lasso
El gobierno de Lasso mantuvo y radicalizó las políticas de su antecesor, se destacó por incumplir todas sus ofertas de campañas como no subir impuestos a los ecuatorianos. Pauperizó a los ciudadanos con sus políticas fiscales, gobernó favoreciendo a la banca y a grupos privados; agudizó la brutal crisis de seguridad al no manifestar voluntad política y económica para enfrentarla, mantuvo la falta de equipamiento básico a la policía quien carece de recursos elementales para combatir a los delincuentes, y su gobierno está envuelto en una ola de corrupción pública, como los casos Pandora Papers, León de Troya, El gran Padrino, que alcanza a sectores cercanos y familiares de su gobierno, evidenciada en audios publicados por periodistas que han sido amenazados de muerte y que responsabilizan de su vida al actual presidente.
Durante su gobierno, entre 2021 y 2022, las muertes violentas aumentaron en un 82% respecto a 2021. El país cerró 2022 con su peor registro en los anales del crimen. La estadística evidenció 4.603 muertes trágicas, lo que significó una tasa de 25 casos por cada 100 mil habitantes. PL
(Fotos: Pixabay)