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Pensar como los árboles

Es común pensar en la taxonomía, la rama de la ciencia que se ocupa de la clasificación, en términos de jerarquía: las divisiones entre Reino, Filo, Clase, Orden, Familia, Género, Especie (más fáciles de recordar con el mnemotécnico Kieran, por favor, ven para tener sexo gay) se consideran definitorias del orden natural, del mismo modo que los rangos en la estructura de mando de un ejército.

 

Sean Sheehan

 

Refuerza la idea de que las personas están determinadas por su lugar en una jerarquía «natural». Los árboles no lo hacen.

La nomenclatura que nos recuerda la invitación de Kieran está asociada a Carl Linnaeus y se desarrolló antes de que fuera posible el análisis genético.

La clasificación filogenética, que se basa en la genética, evita la jerarquía anidada de la clasificación linneana y no asigna rangos. Por cierto, en 1917 los bolcheviques abolieron los rangos del ejército, junto con los saludos, las insignias y las condecoraciones, pero, al igual que muchas de sus reformas culturales revolucionarias, el statu quo se restableció bajo Stalin.

Para conocer las formas de organización que han desarrollado los árboles, el libro al que hay que recurrir es “The hidden company that trees keep” (La compañía oculta de los árboles).

Las nociones de jerarquía dan paso a la idea de una compleja red de asociaciones, en la que participan aves, mamíferos, insectos e innumerables criaturas más pequeñas, y al intercambio inaugural cuando las plantas verdes desarrollaron la capacidad de utilizar la energía de la luz, a través de moléculas de clorofila, para producir azúcares y oxígeno a partir de las materias primas del dióxido de carbono.

Aunque esto se aprende en la escuela, lo que escapa a la atención son los diminutos microbios -incluidos hongos, protozoos y bacterias- que interactúan con los tejidos y las células de un árbol.

La escala de la compañía de un árbol es asombrosa: muchos de los microbios son más pequeños que el punto al final de esta frase, mientras que al menos 1.000 especies diferentes de insectos dependen de los robles para su subsistencia. El árbol del cabello de doncella (Ginkgo) prefiere vivir sin ellos y produce sustancias químicas que repelen pero no matan a los insectos.

“The hidden company that trees keep” es maravillosamente accesible porque, además de estar repleto de información fascinante y escrito por un científico investigador, no se presenta al estilo de un libro de texto de botánica. La mayoría de las páginas contienen dibujos precisos en blanco y negro relacionados con el tema tratado, que atraen y animan al lector a detenerse y asimilar lo que se dice a un ritmo pausado.

Un capítulo está dedicado a los minúsculos animales que se introducen -literalmente en el caso de los pájaros carpinteros- en el sistema circulatorio de los árboles, por el que fluye la savia entre las copas y las raíces.

En las raíces, la savia recoge minerales y agua; en las hojas, azúcares producidos por la fotosíntesis; y después de que el árbol haya tomado su parte de nutrientes de la savia, los pájaros, mamíferos e insectos se quedan con los sobrantes.

Otros capítulos revelan las innumerables formas en que los árboles comparten la vida con otras criaturas sin necesidad de jerarquías ni rangos de autoridad.

“The hidden company that trees keep: Life from treetops to root tips”, de James B. Nardi, está publicado por Princeton University Press.

(Traducido por Monica del Pilar Uribe Marin) – Photos: Pixabay

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