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Una historia de inmigración y lucha por los pueblos

Amancay Colque, inmigrante boliviana, profesora, militante, con experiencia sindical, social y partidaria. Vivió varios años en Argentina y desde 1989 reside en Londres. Su vida está marcada por la lucha contra la discriminación e injusticia, generando acciones concretas e iniciativas colectivas para conectar a las comunidades  a través de los continentes, la cultura y la política.  Serie: “Inmigrantes y activistas”.

 

Josefina Viano

 

En su infancia, Amancay se nutrió de la influencia de la música de Benjo Cruz, las historias de lucha de Juana Azurduy de Padilla, de las películas de Jorge Sanjinez, la vida de Domitila Chungara y de autores como Eduardo Galeano y su libro “Las venas abiertas de América Latina”. Este último, fue comprado por su madre, con mucho sacrificio, y primero lo leyó su hermano y compañero de luchas, y que, para cuando fue su turno de leerlo, el texto estaba prohibido por la dictadura, pero pudo leerlo, a escondidas.

Su madre y su abuela, le transmitieron con amor sus valores y costumbres. Como Amancay menciona: “En mi casa se hacían ceremonias indígenas, agradecíamos a la madre tierra, nos conectábamos con la naturaleza.”.
Su paso por la educación inicial, fue de mucho aprendizaje. Allí pasó años aprendiendo bailes típicos grupales, que con el tiempo, se resignificaron y comprendió, que se trataban de valiosas herramientas culturales heredadas, para mantener en movimiento y organizado al pueblo, sujeto a su identidad milenaria.

A medida que fue creciendo, comenzó a notar cierta “disonancia cognitiva”: “Cuando iba al colegio cuando decía una palabra en Aymara, nos retaban, había discriminación. Muchas personas intentaban acercarse a Europa y diferenciarse de aquellos que teníamos ascendencia indígena. En esa época no teníamos palabras para nombrar la misoginia, el racismo, la violencia. Yo veía la realidad de las mujeres luchando, las agresiones eran abiertas,  me llamaba la atención, entendía que no estaba bien”.

Una de las experiencias que la marcó, fue la organización de los campesinos y mineros en Bolivia, que pese al difícil contexto, lograban gestionar colectivamente los desafíos de desplazamiento y segregación. Comenzó su participación política a la corta edad de 14 años. Por “una cuestión de salud mental, quería tener conciencia, pero era duro tomar consciencia”.

Migrando de Bolivia a Argentina

En 1985, en medio del conflicto socio-político en Bolivia, la situación del país era, en palabras de Amancay, como «el infierno en la tierra». Escapó en medio de los cortes de ruta típicos del conflicto “llorando, en un camión junto a una familia peruano-argentina que simuló ser mi familia,» explica. Esta familia la acogió en su casa durante su primer tiempo en Argentina.

«Llegué a Argentina y aun quedaban rezagos de la dictadura. Me decían que no me manifestara políticamente», recuerda.

En Argentina, vivió en Tucumán, Córdoba y Buenos Aires. Sus recuerdos están intactos: «Cuando llegué, no teníamos nada. Sentí por primera vez la discriminación, me miraban de pies a cabeza y me preguntaban: ‘¿Sabes leer?’ Asumían que había salido de una cueva… En esos años vi cómo maltrataban a mis compatriotas, quería irme, pero en Bolivia todo estaba usurpado por las privatizaciones y la religión”.

A pesar de estos desafíos tan dolorosos, Amancay encontró fuerza en las palabras de su madre: «Somos pobres, no tenemos nada, pero siempre tendremos nuestra cultura, sabemos quiénes somos, nunca negamos ser bolivianos».

La segunda migración: a Londres

En 1989, a los 24 años, Amancay llegó a Londres. «Recuerdo el miedo de no saber hablar inglés. Estudiaba informática, todos los libros estaban en inglés, entonces decidí viajar a EEUU. Allí me negaron la visa, y en mi pasaporte dejaron inscripto: Inmigrante en potencia.» En Londres, sin embargo, encontró un ambiente diferente: «Vine por 6 meses para estudiar. No era mi idea quedarme, quería aprender inglés.»

Pronto descubrió que en Londres había una fuerte movilización por el Poll Tax, que había sectores de izquierda movilizados. Comprendió que no estaría sola. Nos cuenta: «Sentí libertad. No me sentí discriminada, no me miraban en la calle, no me juzgaban, preguntaban por Bolivia, hacían esfuerzos por entenderme.» Amancay aprendió el idioma rápidamente, en comunidad, porque «quería comunicarme, tenía cosas que decir.»

Otro de sus descubrimientos fue que, a diferencia de los relatos que le llegaban sobre Europa, en Londres “fue un shock ver tanta pobreza, gente pidiendo para comer, sin casas, jóvenes totalmente desprotegidos”.

Sus años de militancia

Al poco tiempo de llegar a Londres, se unió a un partido revolucionario, al que dedicó 12 años de su vida. Sin embargo, durante “La guerra del Agua” en Bolivia en los años 2000, en medio de movilizaciones populares y la nacionalización del agua – gracias a la lucha masiva del pueblo bajo el gobierno de Banzer-, logró invitar a Evo Morales, a Domitila Chungara y a Oscar Olivera, los líderes populares de esa época. Los invitó a participar en Londres, pero al volver, se dio cuenta que «el partido al que yo le había dedicado mi última década no estaba interesado en Bolivia».

Lejos de rendirse, Amancay relata la salida que encontró: “Me conecté con sindicatos, y organizaciones, me acerqué a las células donde había pocas personas, pero ese es el trabajo importante, el de bases, el trabajo de hormiga. De a poco fui aprendiendo a hablar en público, no encontraba oradores, así que me convertí en oradora.»

Para el año 2008, Amancay comenzó a tener un activismo aún más diverso, conectando las distintas comunidades de inmigrantes. Fueron años de profunda militancia, contando la realidad de Bolivia y de América Latina en Europa. Entre sus acciones, incluso organizó marchas por las calles de Londres, en su rol como dirigente sindical, teniendo en sus manos, la bandera Whipala y coordinando las demandas locales e internacionales.

Las organizaciones “Bolivia Solidarity Campaign” y “La Plataforma 12 de octubre” actuaron como soportes transversales en los que se realizaban distintas actividades culturales y políticas, encuentros familiares con comidas típicas y bailes colectivos. En palabras de Amancay «El baile fue una ganancia de la revolución del 52, porque la derecha nos coopta, ellos no tienen ideas propias, nos han quitado todo, te quitan la historia, la cultura, la religión, la identidad»

Lazos

Amancay remarca la necesidad de conectar lazos entre Europa y Latinoamérica: «Aquí en Londres había institucionalidad y en América Latina había movilización popular. Había que unir las dos puntas”. Para ella, aún queda mucho trabajo por hacer y grandes desafíos. Sin embargo, recomienda: “trabajar de forma colectiva y solidaria. Cuidándonos de las traiciones, donde sea que estemos, sin dejar de crear y construir junto al otro. Cuando estés hablando, no importa si es para pocas personas, nunca sabes dónde cae esa semilla, hasta dónde va a llegar tu mensaje”.

Estos esfuerzos buscaban representar y promover la unión de los grupos latinoamericanos de inmigrantes para recordar la resistencia a la colonización y al imperialismo. Para luchar por un mundo más justo, inclusivo, igualitario.

Amancay transformó su experiencia de vida, sus aprendizajes, sus dolores, su miedo, en una apuesta a favor de la lucha de los pueblos trabajadores de los dos lados del océano Atlántico. Sus semillas, están desparramadas por el mundo, creciendo.

(Fotos facilitadas por la entrevistada y autorizadas para su publicación.)

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