El hecho de que ya no parece haber lugar para la diplomacia y la resolución de conflictos mediante el diálogo, debería horrorizar a cualquiera que piense en cuál sería el efecto de una guerra nuclear mundial.
A juzgar por el enfoque de la reciente cumbre de la OTAN en Washington, que definió a Rusia como la «amenaza más significativa y directa», a China como un «desafío sistémico para la seguridad euroatlántica» y, planteó en general, la perspectiva de una OTAN Global, parece que ya no hay lugar para la diplomacia y el diálogo como medios para resolver los conflictos.
Con las numerosas escaladas que vemos en todo el mundo, desde Ucrania hasta el Sudoeste de Asia o el Indo-Pacífico, cada una de ellas tiene el potencial de convertirse en un conflicto nuclear global en un plazo de tiempo muy breve. Todos los valores que antaño tanto se aplaudían, la «democracia», los «derechos humanos», la «libertad de expresión» y muchos otros, se han visto vulnerados por un doble rasero, evidente para todo el mundo. En resumen: la comunidad mundial está experimentando una profunda crisis de civilización y cultural, a la que hay que hacer frente.
Hay varias iniciativas de paz, desde la del Papa Francisco que ofreció su mediación en la guerra de Ucrania, hasta el plan de paz de China en colaboración con Brasil, pasando por la iniciativa de varios dirigentes africanos; la del Presidente Erdogan de Turquía, y otras más. Pero mientras las principales instituciones de Occidente se aferren al objetivo de que hay que infligir a Rusia una «derrota estratégica», como es ahora el caso de la política oficial de la Unión Europea, la diplomacia y el diálogo estarán prohibidos.
Existe un grave peligro de que el mundo se divida en dos bloques separados: el Occidente colectivo, por un lado, y las naciones de la Mayoría Global, por otro. Si esto ocurre, no sólo podríamos asistir a una nueva edición de una guerra fría, a un desacoplamiento económico, y a riñas tremendas y hasta enfrentamientos, sino que podría desembocar en una guerra nuclear global que acabaría con toda la vida en la Tierra.
Parece que los dirigentes que actualmente ocupan puestos de poder han olvidado las horribles experiencias de sus padres y de sus abuelos, que sufrieron dos guerras mundiales y aprendieron la dolorosa lección de que nadie gana en una guerra mundial. El hecho de que ya no parece haber lugar para la diplomacia y la resolución de conflictos mediante el diálogo, debería horrorizar a cualquiera que piense en cuál sería el efecto de una guerra nuclear mundial.
Puede que la ONU necesite una reforma, pero es todavía el único foro disponible para reunir a todas las naciones. Cuando se vulnera a sus instituciones, se impone la ley de la selva. En la actualidad, sólo algunos países respetan la Carta de la ONU, mientras que otros pretenden ser los elegidos que deben gobernar un orden basado en reglas indefinidas, que sin embargo no es el imperio de la ley, sino el gobierno por decreto, aplicado arbitrariamente allí donde les parezca conveniente.
En todos los países hay hombres y mujeres sabios, en su mayoría de generaciones mayores, que ven la actual crisis mundial con gran preocupación, y que podrían y deberían aportar sus conocimientos y experiencia para asesorar y desarrollar opciones sobre cómo sacar a la humanidad de esta crisis y llevarla por un camino mejor hacia un futuro seguro.
Por ello, hacemos un llamado a los estadistas veteranos, a líderes religiosos, ex diplomáticos y funcionarios electos, militares retirados y otros dirigentes civiles, de todas las naciones, para que den un paso al frente y creen un «Concilio de la razón» que explore el potencial de una nueva arquitectura internacional de seguridad y desarrollo, que pueda tomar en cuenta los intereses de todos y cada uno de los países del planeta.
Hay precedentes para un enfoque de este tipo, de diferentes épocas y circunstancias, que sin embargo pueden darnos una pista sobre lo que podemos hacer en la crisis actual. Para mencionar unos cuantos ejemplos: el Concilio de Florencia, con el que se unificó a la Iglesia Cristiana, al menos por algún tiempo; la Paz de Westfalia, que dio por terminada la Guerra de los Treinta Años y que sentó las bases para el establecimiento del derecho internacional; y la Comisión Sudafricana por la Tregua y la Reconciliación, que encontró vías para superar las heridas del Apartheid.
Estos ejemplos deberían servir de inspiración para proponer ideas nuevas y audaces para la creación hoy de un «Consejo de la razón», que aglutine todas las reservas morales e intelectuales de que dispone la humanidad en este momento para alejar al mundo del abismo.
*Helga Zepp-LaRouche, fundadora del Instituto Schiller y convocante a la formación de la Coalición Internacional por la Paz (CIP) emitió la anterior declaración el 23 de julio de 2024.
(Fotos: Pixabay)