La aldea tranquila que fue en un tiempo América Latina y que respiraba sus propios usos y costumbres socioculturales, ha dejado de serlo. El flujo constante de personas que huyen de la violencia implacable de sus propios países y que buscan desesperadamente dónde vivir con dignidad, ha creado otra dinámica; esa donde otras violencias, ilegalidades y dineros crean otras realidades.
Texto y fotos: Eduardo Andrés Sandoval Forero*
Estos migrantes, en su búsqueda del “sueño americano, se enfrentan a nuevas formas de violencia y explotación en su travesía por otros países. Cada paso en su camino está marcado por el sufrimiento y la esperanza de encontrar condiciones mínimas de dignidad. En su travesía enfrentan el dolor del desarraigo, la brutalidad de bandas criminales y redes de tráfico que explotan su vulnerabilidad.
Este flujo de personas deja una marca profunda en las comunidades de tránsito, alterando su estructura social y económica.
El recorrido de los migrantes incide en los cambios económicos, sociales, culturales, políticos y de poder en las localidades por donde transitan. Municipios como Acandí, Necoclí y Capurganá en la subregión ubicada en la selva del Darién en Colombia, experimentan cambios significativos debido al constante flujo de migrantes que cruzan la región del Darién para llegar a Panamá, atravesar Centroamérica, México y llegar a Estados Unidos.
En el poblado de Acandí le pregunté al conductor del mototaxi encargado de trasladar migrantes: “Amigo, ¿no tiene problemas con transportarnos?” Su respuesta fue: “Ustedes no son ilegales, antes sí eran, ahora pueden andar por todo el país sin problema, esto no está prohibido, estos mototaxis son autorizados”.
Le pregunté cuántos mototaxis habían y me dijo que había un total de 37 pero no daban abasto. “Trabajamos día y noche”. Le pregunté si el mototaxi era suyo. Me respondió que no: “No. Son de una compañía, y solo los conductores que tenemos chalecos verdes podemos llevar a los migrantes, los de chaleco amarillo son para la población local”. Si le pregunte lo anterior es porque en el mototaxi vamos 15 personas amontonadas y el desgaste de la moto es mayor.
Pero el conductor me dice: “Ahora ha bajado la llegada de migrantes por las cercas de alambre de púas que está colocando Panamá en la frontera, pero en temporada alta hasta veinticinco personas “le echamos al cajón”, y la moto responde”. “Oye amigo, ¿y de qué vive la población en esta localidad?”. Con cierto orgullo me dijo: “De la cocaína y de los migrantes”. “¿Migrantes venezolanos?”, pregunto.
“Son la mayoría –responde-, pero aquí pasamos de todo, hasta chinos, africanos, cubanos, haitianos, de todo. También colombianos que se lo juegan todo en esta aventura”.
“¿Las autoridades no les ponen problema?”. Su respuesta fue contundente: “No, acá la autoridad no puede hacer nada, los que mandan son los otros, los del verdadero poder. Es a ellos a los que les rendimos cuentas. Antes estábamos muy jodidos y desde que llegaron, hay trabajo, hay dinero, hay movimiento”.
El empleo cambió, la dinámica sociocultural se transformó, y la percepción social de estar en mejores condiciones con supuesta seguridad y respaldo, es sin duda uno de los cambios en Acandí, Necoclí, Capurganá y otras localidades.
La economía ilícita ha otorgado un gran dinamismo donde el control territorial, poblacional y económico se encuentra totalmente en manos del Clan del Golfo (o Autodefensas Gaitanistas de Colombia), una poderosa organización armada y financiera ilegal que protege las rutas del narcotráfico y tiene el control del tráfico de migrantes. La “bonanza” de la coca y el negocio del control de las rutas para atravesar la selva del Darién han modificado profundamente las actividades de estas poblaciones. Los pescadores, los pequeños comerciantes, los cultivadores de yuca, plátano y frutales han abandonado sus labores tradicionales y han sido empleados en torno a las dos actividades ilícitas mencionadas, ahora estos productos llegan en embarcaciones a precios muy altos.
Le pregunto a cinco “cargueros” de equipaje de los migrantes, a qué se dedicaban antes de este trabajo. Me respondieron que eran agricultores, pero que ese es un trabajo muy duro y les pagaban muy poco, 50 mil pesos colombianos por día (12 .5 dólares). Los salarios del Clan del Golfo superan con creces el salario mínimo.
Al igual que los hombres, una alta proporción de las mujeres han abandonado los trabajos en los restaurantes, hoteles, cafeterías y demás empleos del sector servicios, estos han sido ocupados por personas provenientes de otras regiones de Colombia. El estar en la dinámica de la economía ilícita se genera la cultura de la complicidad, la colaboración, de la “vida fácil”, de conseguir “el billete sin mayor esfuerzo”. El turismo desciende por la creciente inseguridad y los negocios legales como la hotelería, restaurantes, comercios de artesanías y cafeterías, se ven severamente afectados.
En estas poblaciones donde el Estado es ausente, es muy débil o donde parte del gobierno se encuentra sometido o coludido con el Clan del Golfo. El control no solo es con violencia en los territorios, sino que también es un control social y cultural que conduce a nuevos hábitos y costumbres en lo personal, familiar, social y comunitario.
El Clan del Golfo ejerce el control territorial sobre las comunidades locales y sobre las diferentes rutas migratorias en el Urabá y en la selva, se constituye en el empleador de personal a su servicio para la recepción y traslado de migrantes en las localidades y en la selva, los operadores de lanchas, los guías (coyotes), los cargueros, los que proveen agua y alimentos, y los que venden utensilios básicos para la travesía como botas pantaneras, impermeables, tiendas de campaña, cantimploras, agua oxigenada y gorras.
Es sin duda una compleja organización militar, administrativa y financiera del tráfico de migrantes en Colombia. Este mundo social, económico y cultural es construido cotidianamente por el control hegemónico del Clan del Golfo, con lógicas de reproducción de supervivencia en actividades ilícitas y deshumanizantes. Se ha transformado la economía y se impone la nueva cultura de la ilegalidad, la vida fácil, el dinero fácil, desestructurando el tejido social de comunidades que hace pocos años estaban enraizadas en el trabajo agrícola, en servicios varios, en la pesca y en la construcción, con apoyo mutuo y colaboración comunitaria.
*Eduardo Andrés Sandoval Forero: Dr. en Sociología. Profesor-investigador del Centro de Investigación Aplicada para el Desarrollo Social. Universidad Autónoma del Estado de México. Investigador Emérito del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Email: forerosandoval@gmail.com.
(Fotos suministradas por Eduardo Andrés Sandova y autorizadas para su publicación)