Mediante el uso de la política para avanzar o incluso mantener una posición competitiva, las empresas dejan a las sociedades sin voz propia, incapaces de hacer frente a las repercusiones del crecimiento económico. Nuestro consumismo es tan ferviente que en nuestra desesperación nos lanzamos en búsqueda de créditos y préstamos.
Georgina Campbell
Como en una dramática separación, la emoción golpea de lleno entre los ojos, al darnos cuenta que hemos pedido más de lo que podemos devolver, y vemos nuestras posesiones – las cuales aferramos con fuerza contra nuestro pecho- deslizarse entre nuestros dedos.
Un hombre que comparte los jugosos detalles de nuestra historia de nuestro amor como consumidores es Michael Moore, en su documental de 2009, “Capitalism: a love story”.
Con su poderoso video introductorio que muestra a familias que son expulsadas de sus hogares, junto con la famosa ‘Condo Vultures’ – una agencia de bienes raíces de Florida cuyos negocios prosperaron debido a las crecientes ejecuciones hipotecarias-; Moore, resalta el lado grotesco de cualquier relación, van detrás de hombres y mujeres con signos de libras por ojos y sus “amados” sueldos para mostrarnos la verdad. De vez en cuando, un personaje de nuestra comedia romántica – cometerá una acto de amor desinteresado- y Moore tampoco se olvida de mostrar esto a sus telespectadores, como el Dr. Jonas Salk (inventor de la vacuna contra la polio) se negó a patentar su inoculación, lo que lleva a Moore a preguntarse ¿porqué la personas más brillantes de nuestra generación son seducidas por lo económico y no por lo científico?
Y como cualquier capítulo final de una ferviente historia de amor, la declaración de Moore ‘rule by the people, not by money’ (gobernar por el pueblo, no por el dinero) es suficiente para dejar a uno pensando si la turbulenta relación capitalismo y democracia resistirá el paso del tiempo.
El capitalismo facilita las decisiones humanas, al establecer un contrato social que hace posible que los individuos ejerzan su derecho al voto y al libre albedrío; proveyéndoles un escape de la pobreza y la oportunidad de forjar riqueza para ellos mismos y los demás.
Ser capaz de entender el concepto de propiedad es sencillo, y una vez que la sociedad puede desarrollar derechos sobre algo tangible, puede avanzar y crear derechos para lo intangible como la vida, la libertad y la felicidad.
Al permitirle a una persona que actúe por sí misma y a ser el demandante residual de los beneficios y los costos de esas acciones, el capitalismo promueve el crecimiento económico, elimina la pobreza, acrecienta la dignidad, estimula la innovación y fomenta la invención (la receta del éxito) que por supuesto es lo que todos queremos – todos nosotros deseamos ser alguien o demostrar algo en nuestras cortas vidas- que es por lo que quizás (a pesar de todo sus defectos) todavía estamos perdidamente enamorados del capitalismo.
Sin embargo, el capitalismo viene acompañado de un efecto secundario mortal: la disminución de la democracia en la búsqueda de la ganancia.
Se cree que los mercados libres conllevan a sociedades libres, pero la economía global de hoy ha puesto al gobierno en el asiento de atrás mientras que las grandes empresas toman el volante.
Inicialmente donde Romeo fuera, Julieta prosperaría, por lo que siempre donde hay capitalismo, la democracia pronto deberá seguir el ejemplo (o viceversa), pero hoy su suerte se está empezando a acabar, como lo vemos con China que acogió la libertad de mercado, pero no la política.
A pesar de la prosperidad del libre mercado para muchos, también ha aumentado la desigualdad, la inseguridad laboral y peligros medioambientales –como el calentamiento global-.
Una de las bellezas de la democracia es que permite a la gente abordar estos problemas de manera constructiva, sin embargo esta libertad tan volátil deja un sentimiento de impotencia política ya que “ninguna nación democrática ha podido hacer frente efectivamente a los efectos secundarios negativos del capitalismo».
Una idea propuesta por el economista Robert Reich, es una clara delimitación de la frontera entre el capitalismo global y la democracia, entre el juego económico por un lado, y la forma en que sus normas se establecen en el otro.
Pero ¿seguro que los ciudadanos que viven en una sociedad democrática tienen la capacidad de alterar las reglas del juego de modo que el costo para la sociedad no sea tan grande?
Lo hacemos, pero como lo destaca Reich: hemos dejado cada vez más las responsabilidades al sector privado, cuyos «grupos de presión y expertos en relaciones públicas fingen como si una moralidad inherente los obligará a buscar un bien mayor.» La debilidad de la democracia proviene de la caída del capitalismo, lo que permite a las empresas a invertir sumas aún mayores sumas en lobbying, relaciones públicas, en sobornos y en leyes que les den esa ventaja competitiva, lo que resulta en una carrera armamentista por la influencia política.
Mediante el uso de la política para avanzar o incluso mantener una posición competitiva, las empresas dejan a las sociedades sin voz propia, incapaces de hacer frente a las repercusiones del crecimiento económico.
Entonces, ¿cómo podemos recuperar nuestra voz? ¿Cómo pueden el capitalismo y la democracia caminar juntos de la mano en la puesta de sol, sin que se convierta en una tragedia para la mayoría?
¿O es que uno tiene que sacrificarse para que el otro pueda florecer?, pero ¿seguro que tenemos el derecho tanto a la libertad política como a la de mercado? En una sociedad donde tenemos que tener acceso a todo lo nuevo de forma inmediata, en donde la competencia es feroz, la voz seductora del dinero ahoga a los gritos de la democracia.
(Traducido por Pablo Bisbal – kuky02@hotmail.com) – Fotos: Pixaby