La guerra jurídica y los hechos alternativos se utilizan para cambiar el paisaje. Un especialista palestino en efectos especiales trabajaba en las tierras de su propia familia, expropiadas por el ejército israelí y alquiladas después a productores de cine de Hollywood. El boicot a las empresas israelíes debe ser cuidadoso para evitar favorecer los objetivos de sus oponentes.
Graham Douglas
La película «Rambo III« era una ficción ambientada durante la invasión soviética de Afganistán, protagonizada por un héroe popular, Rambo, que luchaba para expulsarlos. En 1988 fue la película más cara jamás rodada, y en realidad se rodó en el desierto israelí del Néguev, gracias a una feliz y provechosa colaboración entre el ejército israelí y la industria cinematográfica de Hollywood. Daniel Mann es un académico y cineasta israelí que vive en Londres desde hace 12 años. Aporta su interés por la ecología al tema del cine.
Lo que surgió de la colaboración con su amigo palestino fue la película “Under a blue sun”, llamada así en contraste con la forma en que se intensificaban con filtros rojos las puestas de sol en «Rambo III».
En algunos países se intimida a los festivales de cine para que no proyecten películas críticas con el Estado de apartheid israelí y sus abusos contra los palestinos. Ha sido blanco de los trolls de la derecha israelí.
La antigua tradición jurídica de que la tierra sin trabajar no pertenece a nadie es utilizada en Brasil por el MST (Movimento Sem Terras) para ocupar terrenos baldíos propiedad de grandes empresas. En Israel, la tierra ocupada o no, puede ser declarada de necesidad por el ejército, sin ningún proceso legal, las casas demolidas y las familias que viven allí expulsadas a punta de pistola.
Mann aborda el tema de la financiación israelí del cine y sostiene que el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) debe reconocer las complejidades.
Su película recibió el premio principal en Documenta Madrid, y la utilizó para apoyar a las comunidades beduinas palestinas.
Los israelíes suelen presentar a los beduinos como personas que han descuidado una tierra antaño fértil y han permitido que se convierta en un desierto.
Este desierto prístino y supuestamente vacío es el paisaje de la limpieza étnica. Imaginar la tierra como vacía e infértil es una vieja herramienta de las luchas coloniales europeas, de los franceses en Argelia y de los británicos en Palestina antes de 1948. A principios del siglo XX, la Narrativa de la Desecación afirmaba que los colonizadores estaban aquí para salvar la tierra de la mala gestión o el abandono por parte de sus pueblos indígenas. Vincular los derechos de propiedad al trabajo de la tierra facilitó a los colonos judíos del desierto de Naqab, y más tarde al Estado, la confiscación de tierras a los beduinos palestinos.
La película muestra cómo la reimaginación del paisaje es una parte crucial de la relación sionista con el medio ambiente. Una forma de forzar la ficción en el desierto fue mediante la forestación, introduciendo el pino, una especie invasora increíblemente dañina para la propia tierra, que ayudó al joven Estado israelí a apoderarse de tierras y declararlas propiedad del Estado.
Los colonizadores utilizaron el concepto romano de Terra Nullius – tierra de nadie-, que tomaron del derecho otomano.
Se importó al contexto israelí como la «doctrina de la tierra muerta», según la cual la tierra no cultivada se considera muerta y, por tanto, susceptible de apropiación. Esa doctrina permitió a Israel, a través de organizaciones como el Fondo Nacional Judío, declarar que la mayor parte de la tierra del desierto de Naqab estaba muerta y, por tanto, disponible.
Pero esto ignora el mundo pastoral nómada de los beduinos palestinos.
¿Como ocurrió con los gitanos en Europa?
En Australia y en Norteamérica, donde los indios nativos que no fueron masacrados fueron empujados a reservas. Limpieza étnica: se lee que la tierra está vacía, así que se puede expulsar a cualquiera que esté allí. La tribu Jahalin, a la que probablemente pertenezcan las localizaciones utilizadas para el rodaje de Rambo III, fue empujada a campos y pueblos como Khan al-Ahmar, en Cisjordania.
Usted dice en su artículo que el desierto se percibe como una tierra ajena. Parece que el desierto -a menos que el colonizador lo desee- sólo puede estar poblado por extranjeros políticos, del mismo modo que la UE está conspirando para obligar a los emigrantes a ir allí en Libia y Túnez.
Las naciones colonizadoras han convertido a menudo el desierto en un opaco «lugar experimental» fuera del alcance de la ley, donde la población autóctona puede ser despojada de cualquier derecho que tuviera como civil o incluso como ciudadano. Yo lo llamo una «zona de sacrificio» donde se prueban tecnologías militares contra formas de vida no deseadas: como los migrantes en el desierto mexicano de Sonora, por la Patrulla Fronteriza estadounidense. Una ecología inmensamente biodiversa es convertida en arma y utilizada por el Estado más allá de la mirada pública.
Para la visión occidental del cine, el desierto tiene una cualidad camaleónica, que le permite aparecer como un lugar fuera del mundo habitado conocido. En Israel es un campo de pruebas tanto de armas como de tecnologías de control de la población.
¿Cómo conoció a Bashir y cómo se las arregló para guardar todo ese atrezzo de «Rambo III»?
Empecé a investigar la relación entre los productores cinematográficos de Hollywood y el ejército israelí mientras trabajaba en mi primer libro “Occupying habits”, basado en parte en documentos militares israelíes desclasificados. Encontré unos cuantos papeles con el membrete de «Rambo», relativos a colaboraciones entre empresas privadas de Hollywood y el ejército israelí sobre el uso de tierras desérticas, en poder del Estado israelí, como lucrativas localizaciones para el cine.
En «Rambo III» aparece un beduino palestino, Bashir Abu Abia, que trabajó en la realización de esta película: un artista y hombre de efectos especiales que trabajaba en localizaciones de la tierra de su propia familia extensa que había sido confiscada por el ejército. Establecimos una relación de confianza y me dijo que nunca había vuelto a ver la película.
La veía como un documental sobre su propia vida, no como una película sobre Rambo. Estaba resentido, porque representaba el imperialismo y la ocupación militar. Desarrollamos esta película juntos. Nuestra amistad es lo más importante que me llevo de la película. Tiene una enorme colección de objetos de varias películas. Entre ellos hay armas, que para mí se mueven entre un atrezo artificial y un arma real, siempre ambas cosas, algo que se mueve entre la creación de imágenes y la política violenta de la tierra.
Sigue viviendo en el pueblo, pero el resto de su familia está en Cisjordania.
Hay unos 40 pueblos en esa zona, que fueron declarados ilegales por Israel para poder expulsar a la población. Su familia ya vivía allí mucho antes de 1948, y a su edad no quiere marcharse. Quiere seguir con su arte, sobre todo porque está perdiendo lentamente la vista.
Los beduinos de la película son ciudadanos israelíes bajo el sistema legal israelí, a diferencia de los palestinos de Cisjordania, que se enfrentan a sistemas legales militares y administrativos, o de Gaza, que durante muchos años se enfrentó a un asedio y bloqueo militar y ahora se enfrenta a la brutalidad genocida de Israel y a una nueva limpieza étnica.
LaRabinovich Foundation financió en parte su película, y algunas organizaciones dicen que los cineastas no deberían aceptar dinero de ellas.
Esta película se hizo con la ayuda de instituciones israelíes antes de octubre de 2023. Soy ciudadano israelí, y la película se hizo con otros israelíes, tanto palestinos como judíos.
Creo firmemente que trabajar dentro de Israel-Palestina para resistir al actual Estado etnonacionalista de extrema derecha es nuestro deber. Si Palestina no es libre, Israel nunca lo será, y viceversa. Debemos utilizar los medios que tenemos para cambiar la realidad sobre el terreno, y no engañarnos pensando que salir de Israel o trabajar para salvarla desde fuera nos llevará a un cambio significativo: la lucha es mucho más dura.
El movimiento BDS es hoy esencial. Las sanciones y desinversiones son cruciales para intentar detener a un gobierno racista y mesiánico en Israel. Pero pedir a los ciudadanos israelíes que boicoteen Israel es sofocar las pocas voces que quedan en su seno, que a veces tienen el poder cultural para exigir cambios. Si se les silencia, los palestinos pagarán el precio. Para que la lucha por la igualdad y la libertad tenga éxito, debemos reconocer nuestras diferentes posiciones. La solidaridad consiste en reconocer la similitud y la diferencia. El boicot cultural indiscriminado a los artistas y cineastas israelíes es un regalo para los etnonacionalistas y los fascistas. Una ONG de derechas trata de desprestigiar y avergonzar a académicos y cineastas antisionistas: impedirme utilizar fondos públicos israelíes me impide hacer películas.
Desde dentro se comprende que la complicidad no está ligada a la nacionalidad o a la etnia (por lo que todo israelí es cómplice), sino a la acción y a la inacción, a la ideología y a una brújula ética.
No se trata simplemente de una política depurada, en la que imaginas que unos fondos están limpios y otros contaminados, sino de lo que haces con el dinero.
(Traducido por Monica del Pilar Uribe Narin) – Fotos facilitadas por el entrevistado a The Prisma y autorizadas para su publicación.