Globo, Reino Unido

Inmigrantes y Covid-19: Juanjo Andrés

Llevo seis años en Londres, e indudablemente esta pandemia ha originado el período más extraño en todo este tiempo. Aunque añoro la libertad de viajar, busco aprovechar este período estudiando a través de libros, documentales y podcasts. Y como muchos, tengo miedo e incertidumbre.

 

Juanjo Andrés Cuervo

 

Llegué a Londres en 2014 para trabajar en The Prisma y ahora quiero compartir lo que han sido para mí estas semanas de confinamiento.

He ido a manifestaciones para defender los derechos humanos, he vivido en siete hogares diferentes y he conocido a personas de más de 20 países, de las cuales muchas se fueron Londres, pero con algunas sigo manteniendo una estrecha amistad. El hecho de convivir con diferentes culturas y explorar las diferentes variedades que envuelven a la capital británica es parte de la belleza de Londres.

La multiculturalidad impregna las calles de la capital británica, donde los museos están esparcidos a lo largo del territorio, los frondosos parques contrastan con el frenesí de la zona central y las diferencias palpables entre áreas son tan evidentes como llamativas.

Muestra de ello es que desde el ambiente rockero y alternativo que se respira en Camden Town hasta la placentera tranquilidad que atesora Primrose Hill, hay apenas diez minutos andando.

Juanjo Andrés Cuervo

Pero todo ello se ha evaporado temporalmente. Me resulta insólito no salir a los parques, especialmente en la época primaveral, cuando la temperatura aumenta y el rango de horas de luz va creciendo cada día.

Echo de menos las visitas al Tate Modern, los paseos en compañía hasta Covent Garden, el jolgorio eterno de Camden Town o las carreras hacia la colina de Hampstead Heath. Afortunadamente, encuentro refugio entre libros de Noam Chomsky, George Orwell, Haruki Murakami, Ernesto “Che” Guevara, Karl Marx, Czeslaw Milosz o Yuval Noah Harari.

Precisamente, cuando se decretó el confinamiento, uno de mis propósitos fue tratar de aprovechar el tiempo adicional mediante una especie de escuela en casa, en castellano y en inglés, donde aprendo sobre historia, política, filosofía o literatura.

El tiempo que antes gastaba para viajar al trabajo, ahora lo invierto en conocimiento. Lo hago desde mi hogar en Kentish Town, una zona donde las raíces literarias fueron implantadas por ilustres vecinos como George Orwell, Mary Shelley o Karl Marx.

Por supuesto, esta es simplemente una historia de alguien que aprovecha sus recursos para tratar de superar este dramático episodio en nuestras vidas.

Vivo en un espacio de tamaño aceptable, con un jardín rodeado de árboles donde he creado un santuario para escribir, leer y escuchar. Este idilio literario ha hecho que mi situación personal sea considerablemente positiva en comparación con gente menos afortunada.

Pero asumo mi debilidad, y conforme pasen las semanas, la monotonía y la imposibilidad de relacionarme con mis seres queridos harán mella en mi espíritu altamente optimista.

Porque mientras veo al sol alzarse encima de las pequeñas casitas que rodean mi domicilio, hay un miedo que va creciendo poco a poco en mi interior.

Temo que termine la primavera, y sigamos solos. Y que, desde nuestros hogares, observemos impotentes como los cálidos meses de verano se esfuman como una brisa instantánea, invisible e imperceptible. Resistamos en nuestros hogares con la confianza de que cada vez queda menos para volver a pasear de la mano, a reír tirados en el bosque, bañarnos en la playa o escalar montañas. Somos seres humanos, y nos añoramos.

Horas antes de que comenzase el confinamiento oficial en España, mi país natal, mientras yo caminaba por Hampstead Heath, hablé por teléfono con mis padres y mi hermana. Ellos estaban en casa y ya no saldrían. Era la tarde del viernes 13 de marzo y el invierno agonizaba.

La conversación giró en torno al Coronavirus, la pandemia que ya estaba asolando España y que estaba llegando al Reino Unido.

Allí la policía vigila las calles para evitar que nadie incumpla el confinamiento. Contrastando con esa realidad, desde mi hogar en Londres observo grupos de más de tres, cuatro y cinco personas en el exterior, todos agolpados en espacios reducidos. En ocasiones, respetar la distancia de seguridad parece una utopía.

(Fotografías proporcionadas – y autorizadas para su publicación – por el entrevistado)

Share it / Compartir:

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*